diciembre 31, 2015

Ranthought - 20151231

Una de las cosas que descubrí cuando andaba en medio de la tristeza profunda es que me cuesta recibir otras visiones de mi. No me es fácil entender que los demás me vean de otra forma, que usen descripciones que yo mismo no uso para mí. Es apenas normal que así sea, que las visiones sean parciales o sesgadas. Que algo secundario para uno sea muy importante para alguien más.

Recibir halagos de alguien que lo conoce a uno hace poco tiempo es poco menos que asombroso. Para mí sigue siendo extraño generar esa curiosidad en otros que se toman el tiempo de ver en uno y en lo que uno hace, atributos "buenos". Te dicen que Hay cosas en ti que hay que valorar, que Cómo así que no sales con nadie, que Uno te ve por alla en tu torre cual Rapunzel, que Te deberías sobar esas cicatrices de guerra a ver si sueltan y aflojan.

Recibir una realimentación llena de afirmaciones positivas sobre cómo uno supera expectativas ajenas también deja sin palabras. Estar preocupado por hacer lo suficiente mientras los demás creen que uno da más de lo esperado. Todo eso hace parte del viejo hábito, ese en el que me cargo con expectativas irreales.

No es darle poder a los demás sobre cómo uno se ve a sí mismo. Es más de usarlo como herramienta. Algo que entre en el proceso de pensamiento ("¿por qué dirán ésto o aquello?") y alimente la idea que uno tiene de lo que hace y cómo vive.


diciembre 29, 2015

Stroll

El otro día iba camino a un concierto en el barrio Normandía y casualmente llovió. Llovió muy fuerte. Tanto que los semáforos se ahogaron y con ellos, la salud mental de quienes iban en carros y buses por la ciudad. Bloqueos en varias intersecciones que asustarían al gestor de mutex más eficiente (por la estupidez de quienes estaban involucrados en ellos), pozos de agua sucia y escasez de buses.

Alguien le tomó esta foto a la intersección de la calle 100 con avenida 19 y @rozomilo la encontró. Yo pasé por ahí, mirando con detenimiento la cara de los que estaban ahí metidos.

Los servicios individuales simplemente no respondían (taxis) o eran muy caros (Uber). Lo único que se me ocurrió fue caminar. Caminar del corazón de Usaquen hasta Normandía. Pasar por Andes y la Floresta y sus andenes suficientes, cruzando el canal Salitre (donde apareció alguna vez aquel hombre con puñal y camiseta del Milan robando ciclistas) y Metrópolis, internándose en ese gentío entre Las Ferias y La Estrada (aunque el barrio frente a Alkosto se llama Marcela y el que está junto a la Boyacá se llama Acapulco).

Sí, hay un barrio que se llama Marcela.

Caminando entre andenes rotos y llenos de barro, pensaba que aquí la gente no camina. Caminar no es una forma de llegar a alguna parte y es extraño. Ya hay tramos concurridos para ciclistas en diferentes zonas de la ciudad pero caminar es aburrido, lento o peligroso. Supuestamente Peñalosa nos vendió la idea de una ciudad muy densa donde todo nos queda cerca. Amigo Peñalosa, mi recorrido promedio ida y vuelta a la oficina es de 30 kilómetros. Cada día. En un mes recorro la distancia que hay de Bogotá a Santa Marta. Todo está lejos.

Bogotá tampoco es un lugar en el que a uno se le antoje caminar normalmente. Andenes dispares, deshechos u ocupados por uno u otro negocio. Un tráfico ensordecedor en las avenidas principales que además ahoga al transeúnte en humo de diésel. Por eso mismo se ve tan rara la séptima peatonal, las fachadas se ven diferentes porque las vemos con menos afán, con menos humo y en medio de un espacio más cómodo.

De todas formas, hay muchos recorridos que podrían hacerse caminando. Debería poder caminarse cada vez que se quiera. Y en teoría se puede pero siempre hay algún motivo para elegir cualquier opción. Yo tardé cerca de una hora y media en mi recorrido, tenía tiempo disponible y no llovía ya. ¿Qué tanto nos hace falta caminar más a menudo? ¿Por qué vamos siempre en bus, en taxi o en el carro?

diciembre 26, 2015

Ranthought - 20151226

Yo es que no entiendo a veces. Leo y leo lo que la gente escribe, "hago etnografía" viendo a la gente ser gente y de todas formas no entiendo. Como que recibí el manual de ser gente en chino y venía con traducción chistosa entonces me perdí en alguna parte.

Que everything is about sex but sex is about power. Y pasa que nunca llego al sexo pensando en una relación de poder. Es más, sólo llego ahí cuando acepto ser vulnerable y sólo es placentero si ambos lo hacemos. Si la otra persona no se expone, no funciona pa mí. No sé cómo funciona para ustedes siendo de otra forma. ¿El sexo se les vuelve otro escenario de la ilusión de control?

Que por qué odias. Porque toca olvidar y darse la mano y todo eso. Si algo he aprendido con J. sobre la construcción de la memoria es que sin verdad, justicia y reparación eso no funciona. Por ahora, mi estrategia adaptativa es ser precavido.

Que por qué no insistes en esta cosa o la otra. Y yo ando preguntándole a todos qué diferencia hay entre persistencia y obstinación. Porque sinceramente no logro ver la línea. Hay personas que la pintan con fe; otras, con información (para reducir el riesgo reduciendo la incertidumbre). ¿Cuánto hay de entitlement en la persistencia?

noviembre 29, 2015

Street art



Hubo una época en la que el arte urbano en Bogotá transitaba por sus calles entre humo negro y espejos rotos.

En Bogotá (y en otras ciudades de Colombia), los buses normalmente usaban los colores que identificaban a cada empresa. Porque cada empresa se identifica ante sus usuarios con algún conjunto de colores que puedan ver a lo lejos. Los buses rojos que iban a Fontibón, los buses verdes que llegaban hasta Bachué, los buses negros que llegaban al aeropuerto. Los nombres de las empresas eran en ocasiones alusiones al color elegido: Buses rojos, Buses amarillo y verde, buses blancos. Esto por la misma época que los taxis eran negros con techo amarillo.

No sé bien en qué momento comenzaron a aparecer buses blancos con franjas horizontales. Tal vez fue cerca de 1990. Hasta los trolebuses que llegaban eran blancos con líneas amarillas y rojas alrededor (por la bandera de Bogotá, porque eran de la Empresa distrital de transporte urbano). Los viejos Dodge 600 con carrocerías de acero y aluminio dieron paso a otros camiones con carrocería de aluminio y fibra de vidrio, unos más grandes que otros, quizás porque era más barato construirlos. Unos más grandes que otros, algunos con sillas mullidas que eran llamados ejecutivos (sillas que fueron llenándose poco a poco de pulgas), otros con sillas más simples.

Con el cambio de buses llegó una nueva generación de choferes. Hombres todos, jóvenes y que compartían el no encontrar más oportunidades de trabajo -o simplemente veían que era la forma más fácil de hacer esa cantidad de dinero-. Y con la juventud llegó el atrevimiento y el interés por tener el bus más llamativo. Surgió el negocio de construir consolas, unas elaboradas repisas que iban en el espacio entre los vidrios panorámicos y contenían carros de juguete, luces y cuanta cosa podía acomodarse allí. Los diodos LED no brillaban mucho y no ofrecían muchos colores, así que no había posibilidad de iluminar mucho sin agotar las baterías del bus; algunas luces por aquí, otras que se encendían al frenar por allá.

Lo siguiente fue pintar los buses. Como los buses blancos debían ser blancos y las busetas verdes debían ser verdes, las pinturas fueron a dar al vidrio trasero. Igual no necesitaban ver a través, decían. Así fue como el vidrio trasero fue reemplazado por más fibra de vidrio en la que se pintaban sobre pedido paisajes inesperados. El pueblo de origen del chofer, bosques mágicos, un retrato del bus mismo, la Virgen del Carmen. Todo cabía en ese espacio.

La proliferación de rutas y los costos fueron desplazando esos buses poco a poco. La exigencia de mantener vehículos con un tiempo máximo de servicio reemplazó los buses lienzo con buses pequeños, aun más incómodos y con menos espacio para la creatividad de sus conductores. Eventualmente todos se vuelven, poco a poco, buses azules y rojos, naranjas y azules, en los que todas las sillas son iguales y el color lo ponemos los usuarios.

Al comienzo de este post dejo una foto de la semana pasada. Caminando a casa encontré uno de los últimos buses con aerógrafo encima y me acordé de todo esto que les cuento. ¿Lo recuerdan ustedes también?

noviembre 16, 2015

Ranthought - 20151115

Comencé a trabajar en un sitio nuevo. Negocié y cedí en la libertad para asegurar algunos planes del futuro. Planes pequeños, planes que no dependen de mi pasado, del país en el que nací o de dos recomendaciones académicas. Es un buen lugar, es un ambiente tranquilo y lleno de retos, con muchas cosas para aprender.


*

No más sueños por ahora. No más planes grandes de muchos pasos y requisitos. No más long shots. No más ilusiones ni reinterpretaciones de los sueños viejos. Soñar es demasiado costoso.

**

Una tarde caminaba por una calle hacia mi casa y vi caer cerca un balón de fútbol. Estaba viejo, deshilachado y descolorido. Había caído el sol y en esa dirección sólo se veía una hilera de arbustos de un metro de alto. Mientras llegaba junto al balón, el arbusto dijo en voz alta "¡aquí!". Sin chistar, envié el balón tras el arbusto con mi pie derecho, a lo que el arbusto dijo "gracias" con su voz aguda y carrasposa, parecía agripada.
Acá hasta los árboles juegan en sus ratos libres, supongo.

***

¿Cuándo deja uno de estar todo quebrado, roto y quebradizo por dentro?

octubre 21, 2015

Safehouse

Fernsehturm

La vigilancia privada es una actividad regulada en Colombia. Hay una superintendencia dedicada exclusivamente a controlar que esta actividad sea ofrecida y ejercida siguendo normas y lineamientos. 
La idea central de la vigilancia privada pareciese ser el delegar tareas de control e incluso el uso de armas de fuego, en civiles que no pertenecen a la Policía ni a las Fuerzas Armadas. Por eso mismo -asumo-, la superintendencia está adscrita al Ministerio de Defensa. Cubre los servicios de vigilancia con armas o sin ellas, los servicios de blindaje y otras actividades relacionadas a la vigilancia de personas y bienes privados.

Dedicamos recursos y personas a cuidar las pertenencias de cada quien. Hay personas cuya función en el engranaje es procurar que las cosas de cada quien sigan en su poder y evitar que otros se apropien de ellas, sin la parte de ser funcionarios. Personas que trabajan domingos, festivos, navidad y año nuevo para que no se cuelen los ladrones por entre rendijas y portones entreabiertos. ¿Quiénes se presentan a esos trabajos?

Haciendo un recuento de los vigilantes con los que me he topado, podría agruparlos en algunos perfiles comunes. El hombre de más de cincuenta años, a veces con defectos físicos y a veces con lesiones serias de muchos años que le dificultan sus tareas; la mujer cabeza de familia; el joven que salió hace pocos meses del servicio militar y no consigue otro empleo. En ocasiones llego a creer que sólo asignan a los jóvenes para lugares públicos como centros comerciales por su aspecto (y les ponen overoles que resaltan su estatura y complexión) mientras que los menos hábiles son los que aguantan frío en porterías de todos los tamaños y condiciones, enruanados cuidando maquinaria y materiales de obra, recorriendo conjuntos residenciales y oficinas en la madrugada. Ya he tenido que ver cómo alguno se suicida mientras hace ronda en el parque o cómo otro pasa su turno echando chisme con los vecinos, ya un par de veces los he visto disuadiendo con tiros al aire a quienes pretenden robar algún apartamento; son personas desprotegidas por principio que encuentran un quehacer al que sí tienen acceso.

Siempre he creído que es una tarea injusta, Que no debería existir. E igual, están ahí cada noche y cada mañana, aprenden a usar software de cámaras y citófonos, andan en segways y conviven con perros entrenados. En cada navidad y año nuevo, mamá y yo les compartimos algo de la cena a quienes están esa noche de turno. Procuro recordar que están ahí haciendo exactamente lo que les han pedido que hagan e interactúo con ellos en consecuencia.

septiembre 30, 2015

Aftosa

Muh boot

Ya les he contado varias veces en este blog que mi infancia estuvo llena de campo y animales. Pues bien, esa lista incluye vacas. Vacas y terneros yendo de un potrero a otro, vacas que eran ordeñadas a las cuatro de la mañana. Vacas que cagaban por todas partes. Vacas.

Pues bien, el recuerdo de hoy tiene que ver con vacas pero en un contexto muy diferente. Creo que era el año 2005 y el país se esforzaba por certificarse como libre de aftosa. Todos sabemos que la fiebre aftosa es una enfermedad del ganado en la que le salen aftas a las vacas en la jetica (como síntoma de una afección mucho más importante). Normalmente le dicen a uno que eso no pasa de la vaca al ser humano y que comerse esa carne no debería ser problematico, Igual la gente mata las vacas y deja de comprarle carne a los países que tienen vacas con aftosa. Es "un problema de percepción", supongo.

Pues bien, en la Universidad Nacional siempre han tenido algunas vacas. También habían caballos y algunos otros animales de ganado menor. Un par de ovejas y cabras cerca a las aulas virtuales. Tienen como propósito educar a aquellos ávidos de conocimiento en agronomía y veterinaria, mostrarles cómo es que es el ganado de verdad. Y llegó el día en el que, decían los rumores, alguno de esos animales se contagió de (fiebre) aftosa. La universidad escribió algún comunicado informando de controles que se llevarían a cabo. La realidad de los controles llegaría poco después en forma de tapetes, Tapetes negros que tenían pintado ICA en verde o amarillo, Tapetes esponjosos oscuros que parecían estar llenos de isodine y chapoteaban al pisarlos de salida. El tapete en la salida de la carrera 30 terminaba destruido y hecho trizas hacia las seis de la tarde que salía la mayor parte de los estudiantes y docentes; a las ocho de la noche uno salía y sólo pisaba el charco de isodine que quedaba.

Destruimos un tapete diario como por un mes. No recuerdo bien en qué momento dejaron de ponerlo. Tampoco me fijé bien porque andaba como enamorado por esa época. Algún amor fallido (porque no fue nada). Lo normal en aquel entonces.

septiembre 27, 2015

Clouds

La última vez que andaba persiguiendo un eclipse de luna, lo hice como excusa pa encontrar un sitio oscuro donde morirme. No me morí y no vi el eclipse porque, a pesar de recorrer cientos de kilómetros, todo lo que tenía para ver era una costra de nubes pequeñas y rojizas. No tomé fotos por lo de querer morirme.

Hoy no había una sola nube. Hoy sólo había luces en el cielo y una esfera rojiza. Mosquitos y pájaros con insomnio. Hoy todo estaba mucho más claro. Nada había entre los ojos y los astros.

Suena a un largo camino, a pasar por todos los trabajos de Heracles con una noche de infinitas luces en el cielo como recompensa. Porque el camino le dio sentido a todo esto y ahora sólo hay una profunda necesidad de ser feliz. Pocas cosas hay más vitales que esa, creo yo.



PD. Si con algún cuerpo celeste he creado algún tipo de vínculo emocional es con la luna. Más de una vez ha aparecido o desaparecido justo en el momento adecuado. Soy un lunático.

septiembre 17, 2015

Ranthought - 20150917

¿Qué hago conmigo?

Ya que ninguno de los intentos por hacer cosas ha funcionado, ¿qué es entonces lo que debería hacer?

A qué debería dedicar mis días.

Pa qué soy bueno.

septiembre 15, 2015

Scully

Creo que siempre he querido saber cómo funciona algo, por qué funciona así. Eso normalmente tiene línea directa con un escepticismo voraz que todo lo engulle y no siempre devuelve las cosas en buen estado.

En la niñez uno se encontraba con publicaciones sobre misterios, rumores e historias de otros mundos. Revistas que explicaban el último avistamiento de ovnis, libros que recopilaban relatos sobre encuentros inexplicables con seres desconocidos (e incluían dibujos para aumentar el impacto del relato). Todo eso lo consumíamos con avidez pero me sentía un poco solo en lo de cuestionar los relatos; era más fácil creer.

Tal vez es por eso que me gustó tanto encontrar en el televisor esa serie llamada Archivos X (que después sería traducida como Los Expedientes Secretos X y luego sabríamos que eran realmente X-files). Era una historia en la que cada capítulo mostraba una búsqueda alrededor de un relato como los que yo encontraba y cuestionaba, una exploración y un resultado que a veces mostraba lo mejor (o peor) de la credulidad humana y a veces contribuía con el avance de la historia principal (la que es común a todos los capítulos).

Era raro encontrar algo así en la televisión y por eso mismo creo que comencé a seguirla con regularidad. Recuerdo que encontraba televisores en donde estuviese para poder ver a Mulder y Scully el sábado a las 3pm por el canal A -porque lo pasaba RCN televisión-. Recuerdo que llegué al punto en el que estaba con mamá en una oficina -a la que nunca había ido- en la lejana Cazucá y allí acomodé un televisor en algún rincón donde pude ver el capítulo de esa semana.

El encanto de esa serie para mí estaba en la historia, en los detalles, en la gran historia alrededor de cada capítulo (el gran esquema de las cosas). También era como soñar un poquito, no lo sé. Al final, siempre era sentirse mucho como Scully y muy poco como Mulder. Porque Scully no era un patiño del valiente agente federal; ella seguía su camino a través de la historia, hacía su trabajo y enfrentaba sus miedos, y yo elegía seguirla a ella para ver si otra vez tenía que cubrir al cabeza de termo Mulder cuando sus caminos se encontraran.

Creo además que Dana Scully es uno de mis personajes de ficción favoritos y más de una pregunta que me hice se vio reflejada en los dilemas de ella con sus creencias y sus miedos.

Al final la serie se alargó más de la cuenta, añadieron más cosas, hicieron un spin off y una historia alterna en el mismo universo (que bien podrían ser un capítulo más) y crearon un gran final que apenas vi de reojo porque la idea original se había diluido más de la cuenta. Sé que hubo una cueva, helicópteros y explosiones pero sólo fue un gran ¡meh!. A diferencia de muchas otras series, la primera película añadió cosas interesantes a la historia, mientras que la segunda sólo pareció ser un rito de paso para que los actores y el director pudiesen seguir tranquilos con sus vidas.

Ojalá que la nueva película que dicen planear reviviera algo de eso que ofreció en sus inicios. Ahora que todos graban videos en full HD con cualquier celular ya no hay avistamientos de nada ni historias de nada. Sólo Nessie y Bigfoot siguen firmes en su papel de misterios sin resolver; a la gente ya nada la asombra, todo la indigna.

septiembre 11, 2015

Ladera

Jugando con el agua

Desde que entré a mi colegio, siempre nos hablaban de las personas en el barrio La Paz a las que podíamos ayudar. De lo afortunados que somos y lo poco afortunados que eran ellos. Del deber cristiano.

El barrio La paz es un enclave en las laderas de los cerros frente a la Escuela de Artillería, en el sur lejano, cerca a la cárcel La Picota. Vecino de Palermo sur y no muy lejano del lugar al que iban a morir las rutas de bus Directo Caracas. La primera vez que fui había un largo trecho subiendo por la ladera en el que no había casas. El camino pasaba entre matorrales y discurría junto a una quebrada profunda que devino desagüe para quienes se acomodaban más arriba. El colegio había armado allí una casa de dos pisos en la que procuraba ofrecer un par de cursos de primaria al año y servicios médicos básicos.

Con el tiempo se hizo habitual enviar cosas y hacer las cosas pensando en aquellos desconocidos que vivían allá. Libros de texto, útiles y todo aquello que pudiese servir a quien poco y nada tenía. De cualquier forma, ese lugar y las personas que lo habitaban sólo se hicieron reales cuando hicimos algo real para acercarnos.
Un requisito que tiene todo estudiante de secundaria es pasar por el rito del servicio social. Horas y horas de alfabetización o de algún otro servicio a la comunidad. Para nosotros el colegio disponía de dos opciones: cuidar ancianos solitarios en un ancianato o guiar niños del barrio La Paz.
Mientras cursaba décimo grado fui varias veces a compartir tiempo con una niña para la que serviría de padrino, Florángela. Con ella compartiría las ideas claves del autocuidado (cepillarse los dientes, hacer ejercicio, esas cosas), lo bueno que es convivir con los demás y lo importante que era cultivar algunos valores de los que se promueven normalmente en un colegio católico. Si uno fuese un poco más sabio, seguro aprovecharía esa oportunidad única para aportar mucho más.

Cuando salíamos todos a jugar con los niños (en algún terraplen que hacía de parque), veía que varios de mis compañeros se veían superados por estos niños llenos de energía y también faltos de solemnidad para con personas mayores/desconocidas. Supongo que tuve suerte porque Florángela era muy curiosa y preguntaba muchas cosas pero no tenía necesidad de retar una autoridad casi inexistente -e igual, poco ejercida por alguno de nosotros-.

También pude visitar la casa de Florángela y conocer a las personas con las que vivía. Era un primer piso en una casa de dos niveles, de pasillos estrechos y arrumes de cosas junto a la escalera y en las esquinas de las habitaciones. La mamá de Florángela, igual que muchos otros vecinos del barrio, mostraba siempre gratitud y respeto por los muchachos del colegio que cada año iban a ayudar con la educación de los niños. Podías ir por cualquier calle del barrio y nadie te molestaría.
A estas alturas, el barrio La Paz ya discurría desde muy arriba en el cerro hasta pasando aquella quebrada, conectado con un barrio mucho más elaborado y vistoso llamado Danubio Azul. Una calle principal con almacenes, casas más altas y con más cosas en su interior. Carros estacionados en las calles. Camionetas de la Policía haciendo rondas (porque hay una cárcel cerca, recordemos).

*

Recuerdo que nos despedimos de los ahijados y dimos por terminado nuestro trabajo. Al año siguiente nos dijeron que iríamos una vez más para guiar -como estudiantes de último año- a los chicos de décimo grado, una breve inducción en el entorno y las tareas que se hacían. Fuimos un día entre semana, después de mediodía. Primer error de una serie de errores porque siempre habíamos ido los sábados en la mañana. Llegamos y los guiamos en la llegada a la sede del colegio, las rutas de transporte y el trabajo hecho. Comenzamos a recorrer el barrio y en una esquina cualquiera nos encontramos con un grupo de siete a diez muchachos, la mayoría entre quince y veinte años. Nosotros éramos más de cincuenta. Ellos nos miraron y se miraban entre sí. De repente, avanzaron y sin mediar palabra agarraron a uno de los muchachos de décimo, de piés y manos, sacudiéndolo en lo que normalmente llamamos hacer la sábana. Más de cincuenta adolescentes viendo que diez venían a hacer lo que se les antojaba con uno de ellos.

Lo que sigue es una secuencia incomprensible de eventos. Algunos de los cincuenta halando al infortunado que hacía de sábana para recuperarlo, otros a empellones para que quienes halaban tuvieran espacio, discusiones que se hicieron insultos hasta que alguien, el muchacho de mi curso que casualmente practicaba aikido, sacó del bolsillo el spray de pimienta que cargaba y se lo vació en la cara al que parecía ser el mayor de ellos. Un grito de dolor que desconcertó a los que zarandeaban y a los que empujaban, tras lo cual todos emprendieron la huída (incluyendo el recién liberado). Recuerdo que el desorden me impidió seguir la retirada general rápidamente, así que primero me agaché para evitar las piedras que lanzaban y luego volví al grupo, halando en el camino a un par que pretendían enfrentarse a los ahora enojados muchachos. Fuimos colina abajo sin fijarnos en los alrededores hasta llegar a la sede del colegio. Cincuenta muchachos llenos de adrenalina hablando de todo lo que acababa de pasar.

Lo que no esperaban es que los muchachos del barrio se escurrieran por callejones entre las casas y salieran de repente a desquitarse. Uno de ellos hizo un lance con un puñal al estudiante de aikido que, posiblemente por su entrenamiento, lo esquivó instintivamente. Atinó a correr loma abajo hacia el barrio Danubio azul y todos, estudiantes y vecinos del barrio, lo seguíamos por motivos diferentes. El perseguido encontró una puerta de casa abierta y se metió a empellones. Cuarenta y nueve resguardábamos la puerta, el dueño se quejaba por estar en un problema ajeno -parecía saber que estaba frente a gente problemática- y los muchachos del barrio amenazaban abrirse paso hacia la casa con cuchillos y un revólver. Nada se movía, nadie se movía. Una tensa quietud.

Alguien logró traer una patrulla de la policía que perezosamente llegó a escoltarnos fuera del barrio. Sacamos escondido al perseguido y lo metimos al bus. Nos retiramos mientras más piedras caían. Extrañamente no apedrearon el bus. El profesor de sociales apenas atinó a decir que eran unos malparidos.

**

Todo esto porque Javier preguntaba el otro día si alguna vez nos habían amenazado con un arma de fuego.

septiembre 04, 2015

March

El otro día iba pasando junto al Éxito de la calle 80 con carrera 68 en Bogotá y vi unos muchachos de una banda de guerra. Estaban practicando en uno de esos prados que tiene el Éxito alrededor. No lo hacían mal, seguro ya han practicado un buen tiempo.

Por la calle junto a ellos pasaban tres o cuatro amigos de Aguas de Bogotá, de los encargados de podar el césped. Uno llevaba la malla con la que evitan que salten piedras o pedazos de cosas hacia los lados, los otros dos llevaban las podadoras al hombro. Los tres iban con la espalda recta y paso acompasado, marchando al son de la banda de guerra en preparación. Tampoco lo hacían nada mal.

¿Qué habría pasado si me les unía? Pues, a los que marchaban, que a los músicos me quedaba más difícil acompañarlos.

septiembre 01, 2015

Soap

Globe

Se acabaron las telenovelas. La narración de historias con núcleos narrativos predecibles se agotó, o al menos eso pareciera. Ya no parece ser rentable el gastar dinero en vestuario, ubicaciones y en el sueldo de actores reconocidos por el público, esos que seguro harían un buen villano, una terrible arpía o una mujer desvalida y pobre que inspire solidaridad. Ya no importa quién haga de cantante vallenato o de santa paisa. El formato de historia que ahora importa es el de ficción histórica con actores jóvenes que seguro son más baratos. Ya no son telenovelas, las soap operas que tanto sorprendían. Son meros seriados.

La telenovela como formato se hizo cada vez más relevante, ocupó cada vez más espacio en las conversaciones y el imaginario colectivo hasta que brilló con Beatriz Pinzón Solano para entrar en decadencia poco tiempo después. Esta telenovela en particular terminó en 2001 (¿fue en 2001?) y los canales con dinero importaron exitosamente poco después los reality shows, desplazando el interés de la ficción que requería libretos y tiempo de escritores hacia otro tipo de seriados. Esos en los que se mostraba gente interactuando y respondiendo a restricciones (de lugar, de recursos disponibles) con un objetivo (un premio) siguiendo unas reglas definidas al comienzo del programa.

Puede que la telenovela, como la radionovela, haya sufrido por físico agotamiento ante un público que dispone de más datos, que requiere más estímulos para no aburrirse de algo y que pareciera tener intereses diferentes. La telenovela creó industrias millonarias en México y Venezuela; seguro alcanzó a dar lo suyo a sus responsables en Colombia. La pregunta legítima que surge es ¿qué pasa ahora mismo con toda esa gente que trabajaba repitiendo estructuras narrativas con vestidos diferentes? ¿Qué podía haber más allá de la maldita lisiada? Todo eso sólo soreviviría si encontraran una forma más barata de producirlo todo. Como los noticieros de la mañana que llenan cinco horas de emisión al día con lo que sea que digan y hagan cuatro o cinco personas. Suena a hacer un Tu voz estéreo que triunfe en horario prime.

Es más, si siguen escribiéndose nuevos libros, ¿por qué no podrían seguir escribiéndose nuevas telenovelas? Esto asumiendo que no importa el problema de competir con los reality shows.

Igual, no creo que muchos extrañen ese formato. Si la memoria no nos falla, no hubo una sola en la que no se promulgaran y reforzaran ideas aburridas o trasnochadas.

¿Será que es sólo mi visión sesgada por la falta de televisión?

agosto 26, 2015

Lazy town

Hay una entrevista que suele aparecer de vez en cuando, en la que Isaac Asimov hablaba con entusiasmo, casi que con esperanza, sobre las posibilidades infinitas que traería el poder compartir informacion en una gran red de comunicaciones. Poder aprender sobre cualquier rincón del conocimiento humano con tan sólo desearlo. Encontrar un aspecto diferente de lo cotidiano y expandir el propio saber a partir de ello. Alimentar la curiosidad como fogata, como un incendio voraz e incontenible.


Es difícil aceptar la pereza ajena en este entorno. La falta de interés por encontrar la respuesta a la pregunta, la solución al problema. Es ir a Stack Overflow con regularidad y dedicarse a cerrar o votar negativamente en preguntas donde alguna persona (que puede ser un estudiante buscando que le hagan la tarea o un programador de los que cobra poco) simplemente dice "esto no funciona", lanza un pegote de algo que entiende es código y espera que Internet haga su magia. La red mundial de información vista como un enorme tapete para tirar mugre mezclado con el ratón Pérez (tooth fairy, hada de los dientes, etc.).
No es un incendio voraz sino un riachuelo seco. El mundo está ahí a la mano y lo único importante es no tener que pensar, ni siquiera en cosas que nos gusten. ¿Cómo vivir sin la curiosidad pateando el cráneo desde adentro?  ¿Cómo le hacen?

PD. Por eso es que yo no le hice la tarea a nadie en el colegio O en la universidad. Quitarle el derecho a la curiosidad a otro me parece una muy mala idea. Eso también me guía siempre cuando acompaño a los sobrinos a hacer tareas o cuando alguien me pide ayuda.

agosto 14, 2015

Tester

Aproximación al arte (4)

Ando probando Debian stretch y es todo muy bonito. Realmente es funcional y tiene todo lo que uno necesita. ¡Hasta se puede usar Spotify! Para el PC que uso sólo yo es la solución ideal (es eso o Manjaro que también me gustó mucho) y además es bonito (xfce en Manjaro es práctico y liviando pa cuando uno corre mil cosas. Si se tiene toda la RAM del mundo, Gnome3 en Debian es realmente bonito y amigo de la productividad).

También ando probando Windows 10 porque pensé que usar ramas testing de distribuciones Linux por años me había dado el valor para probar un release par de Windows. Grave error. Todos esos problemas que uno capoteaba en SuSE 7 o Fedora 10 han reaparecido en forma de fichas. Los problemas de audio, de controladores para el teclado o el mouse, de problemas con ciertas tarjetas gráficas, todo eso en un OS que se antoja inmaduro en lo que ofrece al usuario de a pie. Que hay mejoras en el rendimiento y en operaciones básicas, sí, las hay. Pero eso no lo es todo.
Otra cosa es la cantidad de información que recolectan y las cosas que no ofrecen pero están ahí. Descubrí un servicio de protección de software que básicamente revisa las licencias del software instalado y seguro se lo ofrecen a los creadores de programas como la panacea.

Dediqué tiempo a un curso en Coursera pero descubrí que, desde la cirugía, tengo todas las rutinas trastocadas y no le di un horario fijo a las tareas. Eso significó que al final estaba atrasado y nunca alcancé al resto. Fue una buena lección. Quiero seguir despertando la cabeza desempolvando el kung-fu de algoritmos, es un buen ejercicio.

El otro día le ayudé a alguien a resolver líos con su iMac y eso me llevó a destripar uno por primera vez. Fue divertido y de paso fue interesante ver el diseño de esos equipos por dentro. Además, sirve como historia de terror para los fanáticos porque por dentro tienen las mismas partes que cualquier humilde clón de Unilago.

Probé un parlante que me recomendaron por Twitter. Es parcialmente impermeable y trae una ventosa (la popular chupa) para adherirlo a la pared de la ducha. Es realmente divertido poder bañarse con música sin poner a totear el audio del PC del estudio. Pues, seguro es divertido para los vecinos que no sienten vibrar sus cristales.

Le envié mi HV a vacantes en McLaren y Ferrari. Ya me dijeron que no, gracias. Fue gracioso intentarlo.

Volví a jugar fútbol. Fue maravilloso.

agosto 03, 2015

Touch

Good memories, bad memories, sad memories.

Something you keep despite everything and anything is your first touch. The way you can receive a football with your feet and keep it close enough to you so you can actually move forwards (or backwards or wherever you want to go).

You can lay down in bed for months, you can dream of playing football now and then, you can limp and walk on crutches for months but the first touch will show up right when you touch a spheric object filled with air.

There are things you just were born with.

julio 30, 2015

Snapshot part deux

Ventana

El otro día hablábamos del tomar fotografías y su relación con lo cotidiano. Ahora podríamos hablar un poco de las novedades que tienen las personas a mano para tomar fotografías.

La primera barrera de entrada ha sido el destinar dinero a comprar algo dedicado exclusivamente a tomar fotografías. No es trivial comprar un aparato especializado sacando plata de las vacaciones, la cerveza o los taxis al trabajo. La segunda barrera de entrada está en el pensar en cargarlo, sacarlo, llevarlo a la mano y usarlo. Todo esto que se usa para tomar fotos junto a papeles, libros, computadores portátiles -o tabletas-, las llaves de la casa y el paquete de pañuelos desechables. Para más de uno no es una opción viable en su rutina. Si se quiere tomar fotografías de cosas cotidianas, quiero decir.

Bike

Creo que ese es el encanto de la fotografía desde teléfonos móviles. Permitir que alguien encuentre algo que ve en un momento dado, saque algo que siempre tiene a la mano, le tome una fotografía y la deje en algún lugar. No hay que preocuparse mucho por ajustes, lentes y filtros. Sólo abres una aplicación, enfocas (si es que no es automático) y ya está. Sigues con lo que sea que estabas haciendo y en algún otro momento responderás comentarios sobre esa foto.

Tienda de carretera

Por eso resulta extraño añadir atributos a la fotografía con dispositivos móviles buscando atenuar una de sus mayores ventajas. Esa disponibilidad y la posibilidad de capturar momentos importantes sin mayor preparación previa. Que surjan cosas como VSCOcam da a entender que existe quien quiere crear todo un ecosistema de creación, edición y publicación alrededor de estos dispositivos.

London winter

Si me preguntan a mí, si me voy a poner a ajustar mil cosas antes de tomar una foto, prefiero usar una cámara DSLR que me da más flexibilidad con los lentes y filtros reales -no emulados-, más poder con los sensores y mejor firmware dedicado a tomar la foto. Pero ese soy yo, claro.

julio 24, 2015

Engine-e-ring

Satellites

Plutón, Caronte. Llegar a verlos de cerca como una prueba a la constancia, el esfuerzo y la paciencia.

Llegar a Plutón no es irse (en sentido estricto o figurado -a traves de algún actante-) a ver cosas que quedan muy lejos (solamente). Es probar cosas que con seguridad, servirán para propósitos terrenales. Tecnologías que podrán usarse en tareas cotidianas o en procesos complejos que serán más fáciles y baratos. Empujar la técnica y la tecnología un poquito más lejos usando un escenario demandante, unforgiving. Ver ese proceso en acción es divertido para muchos y tiene mucho sentido que así sea.

Un tío tenía una enorme biblioteca llena de enciclopedias que me gustaban y novelas que no me gustaban. Entre las enciclopedias había libros enteros dedicados a explicar cómo funcionaban los trenes, los aviones y los barcos. Las presas hidroeléctricas, los puentes colgantes y los cantilever. Por la época en la que releía esas enciclopedias, en la televisión salía un señor describiendo sondas que iban a lugares lejanos y desconocidos, que nos enviaban imágenes detalladas de mundos ajenos y cargaban mensajes propios para quien le pudiese interesar el recibirlos. Nadie decía que nos sobreactuábamos al sorprendernos por las cosas que desconocíamos antes y ahora hacían parte de lo que habíamos podido ver. Conocer a través de los ojos, a distancia. Como si usáramos un imán para traer los colores y el relieve, el brillo de algo que hasta entonces eran sólo puntos caprichosos en el cielo nocturno.

Ese recorrido que yo hice para saber cómo funcionaban las cosas y cómo conocerlas es, con seguridad, lo que me llevó a estudiar ingeniería. Escribir algunas líneas de código y dibujar algunos diagramas UML, eso lo aprende cualquiera. Poder explorar el trabajo de otros, entender cómo lo hacen y ayudarles a hacerlo más fácil, eso sólo lo encontré aquí en este espacio y es algo que procuro usar todos los días. Más allá de títulos y certificaciones, resulta extraño encontrarse con seres que se ven como uno y caminan como uno pero se rehusan a permitirse qués, cómos y porqués. Debe ser raro andar por ahí dando todo por cierto sin siquiera cuestionarse el que ese objeto cualquiera probablemente llegó al lugar que ocupa tras un largo proceso.

Por todo lo anterior, es bonito descubrir en comunidad o compartir lo conocido a otros para replicar el asombro. Es muy humano expresar asombro, hacer social la incertidumbre y la certeza e incluso la sensación extraña de «ser parte de algo» que está sucediendo o ha sucedido. De eso también se trata el hacer ciencia. Qué estúpido es el quejarse porque las personas se apropian a su manera de lo que la ciencia (como colectivo, como comunidad) nos ofrece a todos.

julio 06, 2015

Digitalism

Playing with electrical charges

¿A qué hora se volvió hábito desmenuzar la ficción porque no muestra una realidad ideal, correcta o completa?

Es cierto que estamos en una época en la que nos dedicamos esencialmente al entretenimiento. Siempre hay algo buenazo por hacer o por probar pero al final es una cura para el ocio y poco más. Deportes, tendencias, actividades, todo discurre entre las personas y sus interacciones como entretención pasajera. La ciencia sigue trabajando por mejorar la calidad de vida, claro que sí. Enviamos aparatos llenos de transistores y relés a sitios recónditos, buscamos vivir mejor y más tiempo. Todo eso está ahí pero nada hace parte de una lucha por la supervivencia; sólo estamos haciendo de nuestro nicho un espacio más cómodo y mejor decorado.

Parte de la entretención pasajera está en discutir sobre cada forma o intento de entretenimiento. Elaborar juicios de valor y compararlos con los de otros que se dan a la misma tarea. Un nutrido pánel de expertos ad-hoc por cada serie, película, partido de fútbol o proyecto aeroespacial que surge. Debates que duran horas y días sobre la naturaleza del show y sus posibilidades de mejora. Porque siempre le falta algo que lo haría aún mejor.

Hace un siglo y algo más se mostraba el viaje a la luna y todos exclamaban sorprendidos, Melier soñaba y le compartía su sueño a otros, Soñaban juntos y nadie juzgaba la ignorancia de la que nacía todo. Se asumía que no se sabía y se usaba ese vacío para soñar y jugar juntos. Alguien en una conversación me mostró el término pacto de ficción y es un gran nombre para ese viaje colectivo. Sin embargo, este metaentretenimiento que comentamos arriba lleva a que -por ejemplo- sea exhibida Interstellar y aparezca un grupo de personas inconforme con los detalles científicos o técnicos de la película, criticando la libertad que se toma quien cuenta la historia para hacerla menos real durante algún pasaje (incluso si fuese toda la película, ¿qué más da?).

Hace un tiempo, el debate giraba alrededor de lo necesario o innecesario que era el sufrimiento de un personaje de ficción. ¿Por qué violan a una mujer en un seriado televisivo? La pregunta deja ver claramente que se espera una relación directa entre la correctitud del contenido en el entretenimiento y  el funcionamiento de la realidad. ¿Lo que se muestra en un show es ejemplo de comportamiento para la audiencia? Es más útil caminar por la distopia y las ficciones impregnadas de realidad para mostrar preguntas legítimas de formas ingeniosas. Inundar los sentidos con versiones calcadas del Truman show no cambia nada y sólo prolonga el imperio de la correctitud política, tan peligrosa como conformista.

A veces siento que es una forma de matar el entretenimiento, criticándolo como si eso fuese equivalente a criticar la realidad para mejorarla. La ficción fenece cuando las luces se encienden y los problemas reales están esperando en la puerta. ¿Qué otra crítica puede dirigirse a un espectáculo más allá de la respuesta que genera en cada uno?

junio 30, 2015

Snapshot


Fotógrafa

Desde hace un tiempo, pareciese que muchos ansían tomar una foto o un video de cualquier cosa. Compartir lo que están viendo. Es una nueva forma de relato, compatible con la naturaleza instantánea de casi cualquier interacción hoy. Algo habíamos dicho ya al respecto por acá.
Así como las redes sociales se hacen extensión de lo que se hace cada día, las fotografías se vuelven un complemento del gran relato en curso, de la larga historia colectiva que nadie lee y todos revisan en sus notificaciones.

Hay quejas por todas partes donde nostálgicos y puristas se quejan sobre el uso que se da a la fotografía y lo banal que resulta, casi espuria. Los teléfonos móviles ponen todo el oficio en manos de cualquiera y permiten jugar con ajustes y filtros sin entender en absoluto de dónde vienen tales ideas. Los eventos masivos se convierten en olas de pantallas encendidas, todas buscando recoger una imagen que irá a dar a las notificaciones de otros, acompañada de alguna frase ingeniosa o de algunos emojis.
Ya hablan de la muerte de la fotografía aunque suena un poco drástico. Que haya cien millones de imágenes cada día con gatos, playas y platos de comida no debería llevar a predicciones catastróficas. Hay cien millones de videos porno de acceso gratuito y nadie está gritando sobre el fin de los tiempos.

La fotografía para mí es, ante todo, paciencia. Hablo de la fotografía como oficio, como una tarea a la que se dedica tiempo, no a algo que sucede dentro de otra situación. El "ojo fotográfico" espera una iluminación, una hora del día, una postura, una mirada o una composición. No tiene afán, no tiene hambre ni se cansa (eso lo siente uno después, cuando descarga la maleta con lentes). Eso es lo que me ha quedado de dedicarle tiempo a tomar fotografías, aprender a hacerlo. Además, ¿quién soy yo para decidir quiénes tienen derecho a tomar fotografías?


¿Quién se detiene a mirar en Instagram lo que compartió hace dos años? ¿Quién revisa las primeras diez fotos que subió a Facebook? La motivación de quien comparte fotos varía pero siempre pasa por contar una historia. Muchas veces es una historia alrededor de sí mismo. Yo estuve, yo vi, yo fui, yo hice. Las fotografías que se toman como oficio también tienen una historia detrás, pero la historia le pertenece a ellas, no a uno. El fotógrafo se convierte en accesorio de la historia y la fotografía, en protagonista.

Algo bello hay en vivir tomando fotografías; no me resulta tan agradable el andar perdiéndome de lo que vivo por tomarle fotografías. Creo que es la diferencia más importante.

junio 12, 2015

Surname


Replicar figuras

Desde que entré al colegio, siempre ha habido alguien que encuentra raro o gracioso mi segundo apellido. Hasta cuarto de primaria era común que alguien lo reemplazara por salero, salsero, salsudo y otros tantos que no recuerdo. Para mí, el apellido de mamá tiene un significado especial desde que descubrí que me ata a la abuela de una forma inesperada.

Mi mamá fue bautizada antes que los abuelos se casaran. Como era de esperarse, el cura de turno se rehusó a ponerle el apellido del abuelo; como en ese entonces las partidas de bautismo eran más fiables que el registrador del pueblo, mi mamá siguió llevando el apellido de la abuela sin más.

Sé que mamá molestaba al abuelo y le decía que obviamente ella era recogida. Él siempre se apenaba y le ofrecía cambiar todo, arreglar todo. Ella se reía y le decía que no había nada que arreglar, Ciertamente no había nada que necesitara arreglo. Mamá se casó y se puso el "de alguien" a la vieja usanza. Tuvo hijos y los registró con su apellido, con el apellido de la abuela. Me dio el apellido de la abuela mientras mis primos se identificaban a sí mismos por el apellido del abuelo.

Cuando nos pasamos a vivir lejos del resto de la familia, el alejamiento se hizo físico. Yo no estaba con ellos ni era como ellos. Yo era el primo que veían un par de veces al año, a veces menos. Sin buscarlo, esa diferencia sencilla se hizo real y enorme, casi insalvable. Aún ahora es extraño interactuar, compartir cosas con personas a las que no conoces tanto.

Cuando murió la abuela hace un mes y medio, uno de los requisitos que ponen al hacer los trámites relacionados con la muerte es compartir un apellido con la persona muerta. Ninguno de mis primos podía hacer nada, sólo yo podía hacer uso de aquel apellido, esa herencia inusual.

junio 06, 2015

Emerging

Bicycle tied up next to Spree canal

Algo que seguro estudian mucho los que trabajan con gente es la forma como las personas reaccionan a nuevas normas. No sé si en todos esos cursos lo estudian, no sé si en las ciencias del espíritu ya tienen muchas cosas escritas al respecto. Sólo escribo desde lo que he visto y es interesante ver cómo cambian las decisiones de las personas adaptándose a nuevas reglas.

Cuando eliminaron la norma del contraflujo en la carrera séptima aquí en Bogotá, lo que muchos preveíamos era un atasco dos veces mayor se convirtió en un escenario más ordenado, con menos lugar para ser creativos. De seis carriles hacia el norte atiborrados de oficinistas haciendo desorden pasamos a dos de oficinistas y uno exclusivo para buses (usado además por taxis, qué le hacemos). Salvo algún espíritu creativo haciendo doble fila en la subida de la calle 85 a la avenida circunvalar, las cosas fluyen medianamente bien. A menos que haya ocurrido alguna migración masiva de oficinistas hacia el sur de la ciudad (que seguro no la hubo), queda creer que las personas adaptaron su comportamiento a la nueva norma y el resultado ha sido más cómodo para todos los que pasamos por esa avenida al final de la tarde (sin hablar del efecto que tuvo en el tráfico de otras calles y avenidas, que fue notorio cuando menos).

De la misma forma, el que se haya definido un carril por sentido como de uso exclusivo para buses tuvo como propiedad emergente dar un carril a quienes van en bicicleta. Nadie lo dijo y nadie lo esperaba. Simplemente las personas comenzaron a usar ese espacio porque lo consideraron seguro y ahora es común ver buses pasando con cuidado junto a las bicicletas a cualquier hora del día. También como iniciativa propia (porque no hubo ninguna presión pública), he visto empleados de las empresas en el SITP, parados en algunos paraderos a lo largo de la carrera séptima, sosteniendo carteles en los que recuerdan a los conductores la distancia segura entre bicicletas y buses, 1.5 metros (junto a otros carteles con recordatorios, lo que deja ver una política definida que guía esta tarea).

No es agradable ver que haya accidentes resultado de esas nuevas interacciones, pero en el gran esquema es bonito ver que las cosas mejoran de formas inesperadas. Eso debería servir como aliciente para tomar -sin miedo- más decisiones que procuren beneficiar muchas personas, crear espacios para convivir un poco mejor. También debería servir para detener las críticas vacías y buscar entender cómo funcionan las cosas. Por último, debería servir para creer que las iniciativas de quienes viven acá pueden crear cosas buenas sin esperar a que una ley los guíe.

mayo 07, 2015

Departure

Cuando nos subimos al carro para ir al hospital, puse el frontal del radio en su sitio y lo prendí porque necesitaba el manos libres Bluetooth. Sin querer, comenzó a sonar Say hello to heaven de Temple of the dog.

Cuatro o cinco días después oí esa canción de nuevo y esta vez sí pude llorar.


abril 30, 2015

60 con Caracas

Hace unos días pasé en un taxi por el cruce de la calle 60 con Caracas. Iba acompañado por alguien que vivió algunos años en Bogotá pero que pasó gran parte de su tiempo en Suba. En esa época, vivir en Suba equivalía a estar aislado del resto de la ciudad salvo por un estrecho hilo de dos carriles por sentido.
Seguimos nuestro camino por la avenida Caracas hacia el sur y él notó los graffitis en los muros. Muchos, sobre muros relativamente nuevos de ladrillo a la vista. Hablamos de los graffitis, luego de los muros y terminamos hablando de esa esquina. Porque no habría graffitis sin esos muros y no estarían los muros sin la historia de esa esquina en los últimos veinte años.

En el costado nororiental siempre ha estado Telecom. "Siempre" queriendo decir "desde que recuerdo" y eso equivale a unos veinticinco o veintisiete años. Un edificio sin mayor atractivo que un montón de antenas en el techo. Los alrededores no eran muy visitados por la gente, aunque sé que hace unos cincuenta años había alrededor varios almacenes de ropa y sastrerías. En el costado suroriental siempre he visto compraventas. En la esquina suroccidental siempre ha estado la misma panadería, creo que ni siquiera ha cambiado de nombre o de sillas. En la esquina noroccidental normalmente ha habido ferreterías, almacenes de materiales para construcción, cosas así.

Por la caracas hacia el sur, desde la calle 60 hasta la 57, siempre estuvieron los mismos negocios. Una tienda de lámparas con un cartel de letras blancas y fondo verde (o dos, no recuerdo), un instituto para estudiar el bachillerato semestralizado, un san andresito que se llamaba Miami y tenía unos tonos pastel parecidos a Atlantis Plaza, otros almacenes variopintos y un asadero de pollos. Ahí llegaba uno a la 57 y ahí siempre ha estado el mismo colegio público. Al otro costado han habido varias compraventas (casas de empeño), almacenes de maletas, escuelas de baile, whiskerías y algo que no recuerdo y estaba donde ahora hay una whiskería.

Las cosas no cambiaban mucho aparte de la calle misma, que pasaba de una avenida con separador modesto a una costra horrible llamada troncal. Muchos buses corriendo unos junto a otros, pasando a centímetros de distancia y golpeándose los espejos. Por la misma época que noté que había putas desde el final de la tarde dándole vueltas al edificio de Telecom. Aparecieron un par de bares y moteles dispersos por ahí, uno de ellos llamado Bagdad y que estaba un par de casas al occidente de la panadería. Desapareció Miami, se expandió el instituto de educación no formal y se multiplicaron las compraventas, todas con carteles luminosos hechos en el mismo sitio -con la misma fuente, con colores similares, con el mismo material-.

Un par de años después supe que el edificio de la panadería (esquina suroccidente del cruce, recuerden) era de algún duro y que no demoraba en caer en extinción de dominio. Poco a poco los inquilinos se fueron y los anuncios de se arrienda se multiplicaron. Luego desaparecieron todos.
La panadería fue la única que siguió, como si nada, como siempre. En otro de los locales del edificio comenzaron a recoger material de reciclaje. La tienda de lámparas (o las dos) cerraron poco después.

Un conjunto residencial, varios edificios de cinco pisos que quedaban junto a Miami y al instituto de educación no formal, comenzaron a vaciarse sin motivo aparente. Luego aparecieron las ventanas rotas y el arte urbano. Después tapiaron las ventanas con ladrillos y encerraron los edificios con concertina y botellas rotas. Al final demolieron los edificios y se hizo un gran lote rodeado por una pared de ladrillo. Más arte urbano.

Más y más personas comenzaron a dormir en los andenes y en el separador, que ya no era de una troncal horrenda y no tenía dagas de metal pintado de verde. Eran comunes las fogatas en algún lugar de esa calle. El instituto de educación no formal desapareció. Remodelaron el colegio público y al terminar, pintaron las paredes con mil cosas que le dicen a la gente que los niños imaginan cosas muy bobas donde nadie se muere y todos son felices. El asadero de pollo y la panadería continúan ahí como dos paréntesis conteniendo toda esa historia, que me importa a mí sólo porque la vi pasar cada día mientras cruzaba la ciudad por quince o veinte años.

abril 23, 2015

Ranthought - 20150423

La lucha épica contra la ansiedad que se traga todo en bocados amplios, sin masticar y sin hacer ruido. La defensa que mejor funciona por ahora pasa por movimientos delicados y decididos, por buscar concentración suficiente para despejar el camino en la cabeza a pesar de todo el humo que se arremolina frente a los ojos.

La ansiedad tampoco es la mejor compañía para alguien que anda con necesidad de perdonarse cosas. Ese ejercicio demanda paciencia y la ansiedad lo quiere todo andando a pleno. Además, la ansiedad tampoco se interesa mucho por terminar las cosas y elige siempre escapar de la presión.
Yo, en cambio, prefiero quedarme revisando lo de la perdonada para no salir con bobadas más adelante. La ansiedad se vuelve dobleces en figuras de origami y canciones con doble bombo, se hace algo controlable, de repente le pongo un cauce debajo y discurre por donde quiero. Por un tiempo.

*

Hacía falta salir de la cama, tender la cama, exponerse e interactuar con otras personas para ver qué tanto me he aislado de los demás. Se hace tan evidente esa región de mí que sigue tras cerrojos y postigos. Salgo y hablo con las personas pero no albergo ninguna esperanza de que alguien llegue hasta aquel rincón.

Igual, es una parte que ya se me olvidó compartir.

**

¿No les parece una cosa increible poder tocar a alguien?

abril 20, 2015

Negociando


Pasajeros

El otro día iba en un bus azul del SITP. Estaba sentado en un asiento junto a la ventana, dos puestos delante de la puerta trasera. Atrás en la última banca, iban dos o tres operadores -el eufemismo aquel para hablar de conductores o choferes, tan vano como el de colaboradores para empleados, tan inútil como la pelea de los odontólogos por que no les digamos dentistas-.

Iba leyendo algo pero dejé de hacerle caso a los manuales de urbanidad que nos ponían a leer en primaria. Porque yo tenía un coordinador de disciplina flaquito, con un bigote desprolijo y escaso pelo revuelto, que nos ponía a leer esas cosas cuando algún profesor no iba. No era la urbanidad de Carreño que tantos chistes generó y genera por acá, no. Era un pequeño librito gris con las hojas ya amarillentas y con ilustraciones que mostraban bien lo que no se debía hacer. Varias veces nos ponían a leer eso en voz alta a todo el salón, parados en una de las sillitas de colores, interrumpidos sólo por la explicación practica del profesor Castillo. "Nos ponían" porque sólo escogía a los que ya leían bien y yo siempre caía en esa atarraya.

Y bueno, ese librito decía bien claro que uno no debería andar oyendo conversaciones ajenas porque es mala educación. Salía el dibujito de un niño portándose mal, oyendo lo que una señora le decía a alguien asomado en una ventana. El profesor Castillo ya se murió y espero que no me jale las patas.

Les estaba contando que dejé de hacerle caso (una vez más) al librito gris de urbanidad y le puse atención a lo que decían los señores operadores del sistema -no confundir con El Sistema-. Tampoco hablaban a volumen muy bajo entonces no era tan difícil. Hablaban de sus salarios, Se quejaban de lo poco que les aumentaban como cualquier empleado. Ahí llegaron a un punto importante de la conversación, porque discutieron sobre lo que ganaban antes y lo compararon con lo que recibían ahora.

- Eso es una porquería, que me aumenten eso que ofrecieron no me sirve para nada.
- Es que eso es lo que la gente peliaba. Que antes trabajaban dándole y al mediodía ya tenían ciento veinte mil libres, para ellos. Que tocaba darle parejo y empujar, eso sí (acá se ríe y da a entender algo que los demás también saben). Pero se veía la plata, ahora ya uno trabaja lo mismo y le pagan esa chichigua.
- Ese bono que ofrecen para mí es como cuando le ofrecen un juguete a un niño. Deje de pelear y le damos el bono. Y para mí ese bono no es nada, eso a mí no me sirve. Quieren que el servicio se mantenga y no quieren pagar, dizque a las empresas le pagan por cada uno como dos millones y eso se lo quedan las empresas
- No, yo había oído que pagan es por kilómetro recorrido
- No, les pagan la plata y esa no le llega a uno, entonces es mejor que le paguen a uno si quieren que esto funcione.

Ahí me bajé a hacer el transbordo. Se me hace que toda negociación acá pasa por el mismo criterio. Antes hacía más plata y lo de ahora sólo funciona si me siguen dando la misma plata -o más-. Me imaginé por un minuto al Gobierno y a todos los jefes de las FARC convenciendo a miles de personas iguales a esos operadores, diciéndoles que es mejor ganar menos plata y volver a las estructuras existentes, donde reinan las disputas clasistas, tinteadas de machismo y rencor.

abril 11, 2015

Godos y cachiporros

Hace un rato hablaba del valle en el que vivió mi familia paterna. De la tienda junto a la carretera y la banca de madera. De las conversaciones sobre política que se daban siempre y cada vez en ese lugar, como si la siguiente charla tuviese la posibilidad de terminar en alguna conclusión diferente.

Porque lo político siempre hizo parte de la familia, al menos de la familia paterna. La convivencia siempre pasó y pasa por tener una opinión, discutir y emitir juicios, señalar fallas y aprobar gestiones. No conocí a los abuelos pero he escuchado que él era un tipo noble y calmado, mientras que ella era más recia y orgullosa. Terca si se quiere. Fueron sus hijos los que cambiaron esa visión tranquila del campesino por algo más.

Las historias de su juventud giraban alrededor de lo que traía La Violencia, la que se escribe con mayúscula. El pueblo y la región entera era de mayorías conservadoras, lo que les significó visitas a la cárcel del pueblo y reyertas frecuentes. Eran conocidos como muchachos rebeldes, aunque quién sabe cuánto del orgullo adulto nació de ese enfrentarse a otros desde tan jóvenes. Una de las historias que más impresión causaba en la niñez era una en la que huían a las montañas, al páramo, para quedarse allí por días enteros y escapar de las armas enviadas por el gobierno conservador de turno. Pude no llegar a ser si los hubiesen matado.

¿Cómo juzgarlos por su rechazo al partido conservador después de tantas cosas?

Mis primeros recuerdos políticos son quejas de mi papá. Críticas de algún godo por ahí. A mi casa llegó sagradamente El Espectador todos los días por muchos años -creo que cuando entré a la universidad mi papá dejó de pagar la anualidad porque se había hecho muy costosa-. Eso significa que leí columnas y editoriales casi que desde que aprendí a leer, muchas de ellas con una orientación liberal crítica que a veces resultaba esperanzadora. (Por eso es tan triste ver lo que es ese periódico ahora. Al menos para mí)

Esa misma necesidad de discusiones políticas llevó a mis tíos a hacer política. Al tío que pasó por diferentes cargos hasta ser parte de la gobernación de Cundinamarca. A mi papá trabajando en la campaña de Galán a la presidencia. A los demás hermanos aportando de alguna forma. Y como podrá suponerse, todo eso tuvo un final agrio. De Galán sólo quedaron las fotos instantáneas con papá; del tío, una velación como diputado en la gobernación porque era muy fácil ser político en esa época y terminar asesinado. Y como también era costumbre, nunca se supo quién fue el responsable.

Después de todo eso, los demás hermanos de papá y él mismo se hicieron más reacios a creer. Albergaron menos esperanzas, descreyendo de cada nueva figura. Eso sí, sin aceptar jamás a los godos. Porque allá en la tienda junto a la carretera, allá seguían hablando de los Perilla y de otras familias godas del pueblo. De cómo la guerrilla llegó y así mismo se fue de la región. Pero era más un tema de conversación y menos una forma de vivir.
Sé que papá se quejaba constantemente cuando Pastrana fue presidente. Tanto que llegué a preguntarle si en el fondo quería que muriera. Fue una de las pocas veces que le vi hacer esa cara de sorpresa mezclada con algo de temor. Tal vez se acordó de esas veces que fue él quien se pudo morir. Me respondió con vehemencia que no, que él también era una persona. Que uno jode y chancea pero nunca desea esas cosas. Que vea cómo es este señor Gómez Hurtado, godo como pocos pero es un tipo que piensa.

Cuando Uribe llegó, para ellos llegaba como liberal. Cuando se fue, era despreciable por todo lo que fue descubriéndose. Las conversaciones con mis tíos sobre Uribe pasaron de choques y tensiones a desazón colectiva. En eso se fueron muriendo los tíos y las conversaciones se trasladaron a las salas de velación. Qué agradable ha sido conversar con usted, joven, me decían amigos y primos lejanos de mis tíos. Los años de entrenamiento me hicieron dueño de esa habilidad para la charla en la que las emociones no importan. Esa que acá se acompaña con tinto y cigarrillos, donde nadie sabe si eres tímido o no.

Ya la tienda junto a la carretera la cuida alguien que no conozco y nadie de la familia vive ya en aquel valle. Son pocas las ocasiones en las que me veo en medio de una conversación política pero seguro eso es algo que sé hacer.

Siempre hay una opinión, otra cosa es que uno la comparta. Siempre hay desconfianza hacia los godos en sus decisiones políticas y esa sí se comparte cada vez que se puede.

marzo 11, 2015

Yokohama

Era un lunes calmado. En la mañana me tomé un café con un amigo. Nos sentamos a divagar, a pensar en cosas que hacer. Hay muchas cosas por hacer. Siempre hay cosas por hacer. El café estaba bueno y la mañana estaba fría. Garabatos en el papel, ideas representadas con dibujitos simples.

Él pagó el café como siempre. Caminé un rato antes de tomar un bus camino a casa. Llegué y ya sabía que quería irme. Desaparecer.

Dejé una nota diciendo que volvería tarde. Empaqué mi cámara, un par de lentes y bajé al garaje. Guardé todo en el baúl, encendí el radio y sólo dejé que sonaran canciones guardadas en la diminuta memoria micro ese de que le había puesto el mes pasado. Revisé que tuviese suficiente dinero para pagar un peaje y salí hacia el norte, sin saber bien a dónde quería llegar. Sólo sabía que quería salir y para eso no siempre se necesita llegar a alguna parte. O al menos eso me gusta creer para disfrutar un poco más del camino.

Paré en un centro comercial a poco menos de media hora de distancia. Compré una botella de agua y la guardé en el morral. Retiré algo del poco dinero que me quedaba y con eso compré algo de comer. Un burrito jugoso y una limonada fría. Comí lentamente mientras miraba a los que estaban ahí a esa hora. Porque era lunes y para mí era raro que tanta gente estuviese allí en vez de estar en su casa, finalmente aquello sigue siendo un pueblo y nada más. Un pueblo con mucho dinero circulando y muchas ganas de comer-helados-cenar-pizza-ir-a-cine-darse-besos en un centro comercial.

Terminé mi burrito y volví a la carretera. Pensé en buscar un lugar oscuro, más al norte. Sin embargo, tomé un retorno y algún rincón de la memoria me llevó al otro extremo del pueblo y de ahí a una vereda cercana al cerro. Un camino adoquinado que desembocaba en una hilera de casas, luego un semáforo muy lento, después un puente y de ahí un trecho que daba a una intersección.
El corazón de aquella vereda era esa intersección. Una panadería, un asadero de pollos, un par de tiendas en las que se encuentra cualquier cosa y un expendio de cerveza con corridos y música popular. A la izquierda, nada. Hacia adelante sólo oscuridad mermada por las luces de algunas casas. A la derecha, lo que sea que mi cabeza andaba buscando.

A la derecha fui y avancé con cautela. Como dándole tiempo al gusano en el hipotálamo para decidir cuál era el recuerdo que estaba rumiando y le gustaba saborear. Algunas curvas en este único camino y luego una alerta de la memoria. Debía dar marcha atrás y revisar de nuevo. Desandé parte del recorrido y giré a la derecha en un sendero estrecho junto a una antena que daba cuenta de su existencia sólo por las luces rojas parpadeantes que lucía como tiara. Avancé lento, oyendo con atención a los grillos y al cascajo quejándose bajo las ruedas del carro. Tras un leve giro a la derecha, vi adelante una entrada consagrada a Jesús y de nuevo la memoria rezongó. Reversa lenta en este carro nuevo y ancho, piedras quejándose de nuevo por el peso que les caía encima y media vuelta. Justo ahí entendí qué estaba buscando.

Había ido allí por primera (y última vez) hacía ocho años. Los recuerdos eran de día y con ese portón abierto. Un jardín amplio que alojaba arrumes de arcilla en un rincón y depósitos en otro. Al frente, una casa blanca de dos pisos con rebordes azules o verdes. La puerta abierta en el día, una mujer amable que aquella vez me indicó que mi destino era ese jardín al otro lado del sendero.

Miré al cielo, miré mis manos y miré al vacío. Un gato se acercó y conversamos un poco. Cuando se fue, decidí salir de allí y sólo ahí encontré un destino.

Volví a la intersección, el repecho, el puente, el semáforo, la hilera de casas y el camino adoquinado. Crucé de nuevo el pueblo y llegué a la carretera para seguir hacia el norte. Ya cerca de la medianoche, anduve entre camiones vacíos y cargados hasta un punto, solo el resto del camino. Era lunes y nadie viajaba a esa hora. Aceleré, pisé a fondo el pedal y fuimos tan rápido como nos fue posible. Pronto llegué a un lugar que conocía de toda la vida.
Después de pasar un puente, en una complicada intersección que antes era sólo un pequeño desvío, siempre ha estado la misma tienda de carretera. La recuerdo con toldos amarillos y puertas color marrón. Llena de cerveza, gaseosas, dulces y otros tentempiés colgando del techo. Rosquillas, papas fritas y otros tantos. Parada regular de quienes se disponen a adentrarse en aquella variante del camino, fue el lugar que elegí para escribir algún correo e ignorar los mensajes que llegaban.

Una gaseosa y un paquete de papas más tarde volvi al carro y a la carretera. Los primeros kilómetros discurren junto a una represa que, siendo casi las once de la noche, se convierten en un recorrido fantasmal lleno de neblina, árboles foráneos y sombras de las montañas desnudas alrededor. Era un lugar perfecto para tomar fotografías pero en ese momento prefería conducir por allí, avanzar con las luces para niebla. Apareció un pequeño carro al que alcancé y adelanté sin esfuerzo a pesar del camino sinuoso. Pasé junto a los balnearios y a los termales. La mina de carbón, la escuela de una vereda, la zona de derrumbes, la zona donde el camino solía hundirse. Recordaba cada curva «by heart», como el piloto en su pista favorita. Fueron veinte o treinta kilómetros a pleno en cada curva y cada repecho.

Encontré el lugar que buscaba, lo vi a dos curvas de distancia y reduje la marcha. Apagué el radio y pasé de la caja secuencial Tiptronic a la caja automática. Me sequé el sudor de la frente y puse las luces de parqueo mientras me detenía en una berma junto al camino. Apagué el motor y las luces, dejé todo adentro (menos la llave electrónica con comando de radiofrecuencia) y caminé un poco. Recordaba muy bien aquel lugar porque en esa tienda junto a la carretera había pasado muchos días, muchos años. Lo que no recordaba era ese portón blanquecino que brillaba a la luz de la luna -oculta tras las nubes- y que resguardaba una hilera de casas igualmente blancas que habían puesto unos metros más abajo. A mi tienda junto a la carretera ahora la rodeaba un conjunto residencial de esos que ahora ofrecen para salir de la ciudad y veranear.

Tras dejar atrás la sorpresa de aquella intrusión a la memoria, volví frente a la tienda, cerrada y silenciosa en sus dos pisos, miré desde abajo el balcón de madera por el que deambulé tantas veces y decidí sentarme allí un rato. Busqué el enorme tronco junto a la entrada y, sin hacer mucho ruido, me senté allí. Había llegado y no sabía para qué, así que me limité a sentarme sin pensar en nada más que lo que allí estaba. El carro nuevo bajo la luna -que seguía tras las nubes-, los perros ladrándose a la distancia, uno que otro camión subiendo o bajando, el silencio y el olor único de ese lugar. Temía que alguien en la tienda se despertara y me preguntase qué hacía allí a esa hora, pero luego recordé que posiblemente yo tenía más derecho que cualquiera de sus actuales ocupantes a estar justo ahí.

No soy una persona de rituales desde que abandoné la religión de mis padres hace ya unos quince años. Aún así, allí me quedé casi que meditando, revisando mis pasos, recorriéndolos y desandándolos, viendo que de alguna forma había desandado la vida para llegar allí, al escenario de la infancia más lejana. Era allí donde me sentía de nuevo seguro, parado sobre terreno firme. Una hora después miré al cielo y el eclipse de luna teñía todo de rojo tras el interminable e inamovible velo de nubes. Me resigné a no tomar fotos esa noche, volví a la vida y decidí volver a casa. A ratos con calma, otros trechos a toda velocidad, nunca tan rápido como en el viaje de ida. Llovió en los últimos treinta kilómetros y comprobé que los modernísimos neumáticos Yokohama S-Drive ofrecían un agarre excepcional a cualquier velocidad en terrenos secos y mojados por igual.

Llegué a casa, desempaqué la cámara y me acosté, agotado, esperando que llegara la mañana para seguir vivo.

febrero 26, 2015

Animals

Ese perro sabía que yo tenía el corazón roto esa tarde. No era como todos los demás días que iba a visitarlo, porque iba muchas veces a la semana. Ese día me notó diferente y desde que me vio supo reconocerlo. Ladró más duro y con más afán que de costumbre, como para que me abrieran más rápido la puerta. Apenas entré, no comenzó a saltar y a buscar que jugáramos con el balón rojo y blanco -pinchado- que tenía por ahí; se limitó a acompañarme como tratando de ver bien qué me pasaba.
Esa tarde mi amigo A. se iba a demorar un rato en llegar, así que me quedé en la sala leyendo alguno de los libros de la biblioteca. Al rato el perro entró a la casa y se hizo al lado mío, no ladraba y se limitaba a acompañarme. No sé qué fue lo que vio pero en algún momento comenzó a lamerme una mano y a poner la frente bajo los dedos. Pocas veces he sentido que alguien entiende tan bien como me siento. Dejé de leer y me dejé acompañar del perro.

*

Una noche que andaba muy triste, terminé casi que por puro azar en un sitio al que no iba hacía siete y ocho años. Un rincón recóndito de alguna vereda, de algún municipio en la sabana. Era de noche y la iluminación era mala. Aún así había llegado casi que de memoria y estaba ahí entre una casa de dos pisos y una verja marrón, en un camino de tierra sin placas ni señales. Esa noche habría eclipse de luna y llevaba conmigo una cámara y un par de lentes. Quería perderme, esconderme de todo, e igual pensaba en tomar fotos.

Cuando llegué frente a la verja marrón supe que había estado ahí antes. Mientras revivía muchos recuerdos, se asomó un gato gris detrás de mí. Se trepó a una estaca y se quedó mirando a una distancia prudente. Al terminar con esos recuerdos (por el momento), me di vuelta y nos quedamos viendo. Conversamos un rato, le compartí algunas ideas y me dejó saber que estaba preocupado. No nos habíamos visto antes e igual estaba preocupado por mí. Cuando creyó que yo estaba más tranquilo y pensaba más en el eclipse que en los recuerdos, se despidió y saltó con gracia de la estaca, trotando junto a una zanja hasta perderse de vista. Yo desandé parte del camino y pasé la madrugada cerca a la finca de los abuelos, escuchando a los grillos y mirando las nubes junto a la carretera.

Amanecí sin fotos del eclipse, claro.


febrero 23, 2015

¡Showtime!

Todos recordamos la presencia de El Espacio en cada esquina. Grandes titulares en tinta roja, enmarcados siempre por signos de admiración. ¡Siempre!
Era básicamente un llamado a gritos para que todos vieran lo que habían puesto en esa nueva edición. En este país, donde por más de un siglo hubo dos periódicos de circulación nacional hechos de la forma más ortodoxa, la existencia de El Espacio era tan disruptiva como predecible. En la cabeza de todos, la existencia de esas noticias y esa reportería estaba limitada a El Espacio y a una única emisora radial.

El Tiempo y El Espectador cuidaron siempre las formas, las maneras, los compromisos. El Espacio acudía a una versión simple, más cercana al entretenimiento que al deber informativo. A los hallazgos de la noche anterior, con fotografías a todo color y descritos de forma minuciosa. A las fotos de muchachas mostrando las tetas en la última página -con denominación genérica: «la mona»-, rodeadas siempre por chismes de farándula. Al crucigrama que muchos rellenaban sagradamente con diccionario de inglés y tabla periódica en mano.

El Espacio fue el primero en tener éxito cruzando esa línea que iba de la información al entretenimiento. La sección judicial acudió siempre a instintos básicos fáciles de satisfacer. A querer ver. Nada de lo que relataban ahí te importaba la mayoría del tiempo y no servía para nada diferente a una conversación banal mientras te tomas un tinto. Los periodistas que por ahí pasaban "se curtían" en el periodismo judicial, un bello eufemismo para las noticias que involucraban accidentes, riñas, sangre y vísceras.
Cuando los estudios de medios eran publicados, todos veían que El Espacio tenía una cobertura y lecturabilidad relevantes, compitiendo sin lío con los otros diarios nacionales.

Casi al mismo tiempo que el formato de El Espacio era replicado por otros a menor costo, apareció en televisión una propuesta no muy alejada de este entretenimiento. Inicialmente en un horario de bajo riesgo -a primera hora de la mañana, al tiempo con el amanecer-, un canal regional decidió enviar a alguien a recoger en video estas mismas historias simples, muchas veces cruentas. Descubrieron que esa sección mantenía a la audiencia pendiente y la hicieron más elaborada, presentando avances a lo largo del programa y moviéndola una hora más tarde. La gente esperaba a ver las noticias completas.

Tuvo tanto éxito este formato que fue copiado por canales nacionales, dedicando muchos recursos a ello, extendiéndolo al día, al tráfico, a la tarde, a otras ciudades, a las autopistas. Los periodistas que habían creado el formato pasaron a estos canales, mejor pagos. El programa original continuó con otros presentadores, manteniendo la misma estructura. Ya todos eligen en qué canal ver la sección judicial plagada de ambulancias, policías, imágenes desfiguradas por cuadritos y declaraciones censuradas porque a esa hora todos dicen hijueputa.

Si alguien se sienta a escuchar con atención la forma en que estas noticias son reportadas, se parece mucho a como escribían en El Espacio. Muchos adjetivos, símiles y metáforas para describir situaciones simples. Muchas palabras para decir algo sencillo. No hubo un incendio en una casa esa noche, no, «las llamas danzantes iluminaron la fría noche capitalina, avanzando con prisa por aquel lugar». Es una lucha por llegar a la cabeza del que está viéndolos para crear una imagen. Darle un montón de palabras para que cree algo en la cabeza. No se trata simplemente de saber qué pasó; se hace relevante suponer cómo pasó. Dejar que el televidente imagine cosas a pesar de estar viéndolas él mismo en el televisor.

El Espacio dejó de publicar en noviembre de 2013. Otros buscan explotar ese nicho de mercado con propuestas similares. Los programas de la mañana, inicialmente una copia de los formatos norteamericanos, ahora incluyen juiciosamente una sección judicial de la misma forma que hace unos años les añadimos una de entretenimiento. El interés por las tripas ajenas jamás ha decaído.

Adenda (20150416): Otro texto sobre la crónica roja.

febrero 17, 2015

Ran along

La calle 45 en Bogotá hace parte integral de los recuerdos. Desde la infancia hasta la vida adulta. Muchas cosas han pasado mientras voy por ahí.

Cuando estaba en el colegio, un amigo tomaba el colectivo que lo llevaba por la 45 hasta la 30 y ahí, hasta la calle 22, a las torres Colseguros. Como el tráfico era lento, yo corría por la calle 45, por la acera norte, tratando de llegar antes que el colectivo a la carrera 30. Conocía los tiempos de los semáforos, sabía que si cruzaba uno justo antes de cambiar a rojo, podría encontrar los siguientes en verde si iba a toda velocidad. Era una larga carrera de 14 cuadras que ganaba cuando tenía suerte.

Había un local de alquiler de videojuegos con cinco PSx apiñados en tres metros cuadrados. Cada consola atendía a tres y cuatro participantes que se turnaban para jugar, así que el espacio era bien escaso y las sillas se chocaban cuando alguno se paraba a celebrar un gol. Ahí comencé a ir a sitios como ese con amigos. Es divertido.

Cuando comenzó Transmilenio en Bogotá, encontré que era más rápido tomar un bus de la ruta 60 hasta la estación Marly, ahí cambiar a un bus corriente y caminar por la calle 45 hasta la universidad. Eran 45-50 minutos invariantes, mientras que ir en bus "normal" implicaba recorrer la carrera novena, varios semáforos que habitualmente estaban atascados, accidentes que solían hacerlo todo peor. En una de esas caminatas por la 45, iba a un final de Física. Un par de cuadras al occidente, vi que una niña con uniforme de El Carmelo se tropezaba y caía de frente al piso. Yo iba sobre el tiempo e igual me quedé ahí, viendo si estaba bien y si necesitaba ayuda. Un par de raspones en las manos y logró seguir su camino.

Un año en el que llevaron un Ferrari de fórmula 1 a exhibir en la estación de gasolina en la carrera 17.

Cuando iba pensando en A. y casi me atropella un taxi por eso. Antes de cruzar la carrera 17, vi el semáforo y estaba en rojo para los carros. Cuando comencé a cruzar cambió a verde y un taxi que venía de lejos eligió pasar raudo, golpeándome la maleta con el espejo.

Las incontables veces que fuimos con dos amigos (uno de ellos el buen accusor) a jugar fútbol en PlayStation.

Por años reconocía cada almacén y notaba cuando alguno cerraba o cambiaba. Era un lugar que sentía como propio y en el que me sentía seguro, street-wise.

febrero 12, 2015

printf

Como pasa con los computadores, creo haber visto muchas cosas cambiar en la forma de imprimir documentos. No había hecho el ejercicio de recordarlo pero este post de Olavia Kite me empujó a hacerlo.

Todo esto lo vi en la oficina de mamá, un banco relativamente joven que por eso mismo no tenía miedo de usar tecnología novedosa.

Los primeros recuerdos que tengo, por la misma época de las cintas magnéticas y los mainframes IBM, son de pequeñas y lentas impresoras con cabezas esféricas que giraban y ponían cada letra, más cercanas a las máquinas de escribir eléctricas que a una impresora como la imaginamos todos. Una única cinta negra, una única fuente (estilo de letra), mucho papel en formas contínuas.
El papel era normalmente blanco. Luego vi que había uno especial para contabilidad con líneas verdes y blancas a modo de renglones. El famoso papel de carnicería. ¿Cómo llegaría a las carnicerías viniendo de los bancos? Nunca lo supe.

Cuando comenzaron a llegar los primeros computadores personales, una mezcla de IBM XT y equipos con procesadores 386, aparecieron nuevas impresoras. Tenían una matriz de puntos que emulaba el relieve de cada letra a medida que la cabeza de impresión se movía de izquierda a derecha. La misma cinta negra. Ahora el sonido no parecía el de una máquina de escribir cuando tecleas, era mucho más agudo porque la matriz se movía más rápido y cada golpe en el papel era más pequeño.

Pronto aparecieron soluciones empresariales para hacerle más fácil la vida al oficinista estándar. Impresoras para formatos estándar (como la Epson 810); para gran formato (Epson 1170); enormes impresoras que sacudían la mesa donde las ponían, capaces de almacenar varias resmas de papel y guardar en su enorme memoria de algunos cientos de kilobytes, varias tareas de impresión de usuarios diferentes (Epson DFX-8000). Todas más o menos con el mismo chillido agudo y rítmico. Sabías cómo sonaba cuando trazaban una línea, cuándo ponían puntos, comas, tildes, estados financieros o tareas de español.

Obvio yo vi estas impresoras desarmadas en mantenimiento. Abrí yo mismo una cinta vieja para ver cómo mantenían sin enredo metros y metros de cinta. Era fascinante.

Casi al tiempo con los equipos multimedia (esos que tenían parlantes y ya no sólo la bocina del sistema) llegaron nuevas impresoras. Les decían "burbuja" para traducir de alguna forma el bubblejet que le ponía Canon a sus impresoras de inyección de tinta. Ya no había una larga cinta negra y habían puesto unos pequeños cartuchos sobre el cabezal. Ahora el sonido de la impresora era grave, un bostezo largo al que le daba igual imprimir poemas o extractos bancarios. Al igual que Olavia, recuerdo ese mismo model de impresora Canon BJ-200 con cariño. No tuve una pero las usé muchas veces, eran confiables y de calidad excepcional. Estaba ya en la universidad cuando imprimí los últimos documentos con una de esas. Todas las secretarias de jefes tenían una a la mano y nunca les fallaba.

En mi casa, la primera impresora fue una Epson LX-300. Antes de eso siempre imprimíamos cosas en la oficina de mamá o usábamos alguna impresora que ella hubiese traído para trabajar. Esta pequeña impresora se volvió omnipresente tiempo después por su tamaño reducido y su flexibilidad. Todos los Betatonio tenían una para imprimir sus facturas. Recuerdo que imprimía mis trabajos del colegio hechos en Wordstar, WordPerfect 5 y Flow charting. Una sola vez imprimí algo hecho en Banner (me pareció un desperdicio), nunca imprimí algo hecho en Creative Writer (misma razón). Luego llegó MS Windows y con él MS Word. Recuerdo una o dos de las plantillas que traía Powerpoint entonces.
Esa impresora estuvo con nosotros muchos años; algunos en décimo grado del colegio me decían que yo era el primero en llevar impresos de tareas y ahora era el único que no tenía impresora de inyección de tinta. Obvio había algunos que tenían impresoras a color para imprimir mapas de MS Encarta, era terrible no poder hacer lo mismo.

Volviendo a la oficina de mamá, en algún punto llegaron otras impresoras, misterioras e increiblemente rápidas. También recuerdo que salían las hojas tibias y con detalles impresos que no había visto nunca. ¡Podían imprimir el logo del banco con detalle y precisión! Vi cómo estas cajas misteriosas imprimían muchísimos extractos de cuenta rápidamente, era casi que ciencia ficción. Habían además, nuevas versiones reducidas para hacer pruebas y consultas en el piso donde trabajaba mamá. Eran las primeras impresoras láser y obvio fui a buscar por ahí cómo funcionaban, quería entender cómo hacían para no hacer ningún ruido y escupir hojas llenas de garabatos sin pestañear.

Contemporáneo a esto, llegó la inyección de tinta de colores a mi casa. Una eficiente impresora Lexmark Z32 con cartuchos muy caros. Obvio la probé imprimiendo alguna foto a color, cosa que no volví a hacer porque era un desperdicio. En este punto ya era un negocio la recarga de cartuchos con tintas genéricas. Lo que no muchos sabían era que la presión de carga era diferente en cada marca y no siempre había buenos resultados. E igual, un cartucho de tinta parecía costar lo mismo que la sangre de un unicornio.
Viendo que estaban perdiendo el negocio de la posventa, los fabricantes comenzaron a ofrecer precios más razonables y soluciones eficientes como separar los cartuchos por colores (siempre quedaba un montón de azul o de rojo, el amarillo siempre se iba primero por cómo se producen los colores -incluso el negro-).

Cuando hice el mismo razonamiento que Olavia, que tenía plata y podía comprar lo que quisiera, fui a algún almacén y me hice a una impresora láser de precio razonable. Nadie en casa estaba interesado en imprimir colores ya, así que todo era cuestión de eficiencia y rapidez. De hojas tibias y poder imprimir cosas con códigos de barras. De muchas, muchas hojas por cartucho. De no tener que esperar a que imprima 4 o 5 páginas por minuto. Tengo una Samsung ML-2240 y soy feliz con mi impresora láser.

febrero 11, 2015

Carta a Uldarico Peña

Saludos,

espero que esté usted bien. Que el día sin carro haya sido un buen día. Es importante que lo haya sido, pues todas las personas a las que representa estaban sirviendo a una ciudad que los necesitaba más de lo habitual.
Es en días como ese, en los que cobran más protagonismo en la vida de la ciudad, que se hace más importante revisar las cosas que podrían mejorar. Porque, como todos aquí, usted y el gremio al que representa también pueden mejorar muchas cosas.

Sería bueno que comenzaran por respetar las normas de tránsito. Esas que están consignadas en el Código de Tránsito. Usted sabe bien de qué hablo: no ir en contravía, no hacer doble fila en un giro a la izquierda (porque obstruye el tráfico que no va a girar), no volarse semáforos en rojo, no transitar por las bermas y ciclorrutas. Algo básico. Equivale a comenzar aceptando ese acuerdo colectivo que hicimos para definir cómo vamos a comportarnos cuando vamos por la calle.
Que los conductores de taxis sólo se rían cuando se les señalan sus infracciones da cuenta del desdén que tienen por quienes comparten las calles con ellos. Muchas veces es mejor llegar a salvo que ahorrarse dos minutos. Es más, estoy seguro que el dinero gastado en reparaciones por choques y comparendos supera lo que teóricamente ganan "ahorrando tiempo" al saltarse normas de forma sistemática. Porque ellos, ustedes, justifican su comportamiento en los quinientos kilómetros que recorren al día; suponen que la experiencia les permite hacer las cosas a su antojo. Es un empirismo peligroso.

Y ya que estamos en acuerdos colectivos, también sería muy útil que sus agremiados no sean violentos. No ejerzan violencia. Usted me dirá que sólo responden a lo que una ciudad violenta les ofrece. Yo le responderé que ese comportamiento no resuelve nada, no cambia a la ciudad, los hace más vulnerables (porque evadir la confrontación inútil siempre será más sabio que encararla) y además atemoriza a quienes sólo queremos usar su servicio. El gremio de taxistas no debe ser una fuerza paramilitar que anda por ahí impartiendo justicia. Dejen de romper espejos, de cerrar a otros carros, de llamarse por la frecuencia de radio como si de una mafia se tratase.

(En este punto estoy seguro que usted, don Uldarico, me traerá datos sobre cuánto han ayudado a la Policía como gremio. Se lo agradezco pero prefiero que se ocupen primero en ofrecer un servicio respetuoso de sus usuarios. Después vemos lo de ayudarnos a estar seguros entre todos)

Entiendo, entendemos que ser conductor de taxi en esta ciudad es muchas veces un escampadero, una salida casi que informal a la falta de oportunidades. No hace falta conocer la ciudad (para elegir la mejor ruta) ni presentar prueba alguna para ser conductor de taxi. Muchas veces, lo que se ve es que las empresas que agrupan taxis sólo están interesadas en recibir sus pagos mensuales, sin que importe mucho cómo hace cada taxista para recoger el dinero correspondiente. Más de una vez nos hemos topado con un conductor al que se le apaga el carro cada tres o cuatro cuadras (¿tendrá al menos la licencia? ¿ustedes revisan esto?) o el que no conoce la ciudad y no sabe cómo llevarnos. Parte de ofrecer un mejor servicio sería entonces capacitar a los nuevos taxistas, ayudarles a ser mejores en lo que hacen. Las empresas de taxis deberían hacer algo más que ocupar una frecuencia del espectro y tener un conmutador telefónico.

Como estamos hablando de lo que podrían hacer las empresas, se me ocurre que podrían pensar en usar carros que sean seguros para los conductores y los pasajeros. Más de una vez, los resultados de un accidente son peores de lo esperado porque, pensando en reducir costos antes que en prestar un buen servicio, los dueños de los taxis y las empresas que los agrupan han elegido carros baratos. Vehículos que carecen de muchas de las medidas de seguridad activas y pasivas que vienen de fábrica en cualquier otro carro. Los importadores han aprovechado esto y han alimentado esa necesidad trayendo vehículos nimios, que seguramente son muy económicos en el mantenimiento pero que le aseguran a todos sus pasajeros heridas graves en cualquier colisión. Aún así, la responsabilidad es de quienes compran y usan estos carros. De nuevo, los usuarios entendemos que tampoco les importa nada diferente al producido.
El Estado carece de voluntad suficiente, pero yo esperaría que algún día esto sea regulado y sólo se permita prestar este servicio en vehículos que garanticen la seguridad de quienes los usan.

Cada cierto tiempo, usted don Uldarico, sale en televisión y radio pidiendo que el Gobierno distrital fije una tarifa justa para el cobro del servicio de taxi. En la última década han acudido varias veces a bloqueos y demás protestas que, de nuevo, ignoran las necesidades de quienes vivimos con ustedes en la ciudad. Han puesto a otro montón de asalariados a caminar por horas para llegar a su casa. Eventualmente consiguen lo que buscan porque entienden que tienen poder suficiente para presionar a los demás. De nuevo, pasa por la forma que tienen ustedes de ejercer violencia sobre otros, creyendo que tienen el derecho de hacerlo.
Sin embargo, son incapaces de respetar esos mismos acuerdos; a diario muchos lidian con taxímetros adulterados, con conductores creativos que usan aplicaciones de taxímetros en el celular o que simplemente cobran lo que les parece. ¿Para qué discutir tanto por una tarifa que al final no usan? ¿Por qué las empresas de taxis no controlan los taxis y los taxímetros? ¿Por qué nos toca usar a la Policía para eso? ¿Por qué roban? Porque cobrar de más es robar y muchos conocemos de cerca casos en los que el taxista termina golpeando a alguien que no le paga completo argumentando que les está robando su trabajo (y estaría de acuerdo en la premisa mas no en la golpiza). Entonces, ¿importan las tarifas o no?

Puede que para usted, don Uldarico, lo que es más visible son las negociaciones con el Gobierno y con los negocios de otros mercados como autopartes y combustibles, relacionados con su gremio. Pero lo que ve cada uno de nosotros, cada día, es la actitud y el comportamiento de un taxista anónimo (así la placa en la silla tenga un nombre) que sólo nos deja pensando cómo ustedes han sido incapaces de hacer algo mejor de sí mismos.
Así pues, espero que algún día no muy lejano nosotros, ciudadanos como ustedes, podamos definir cómo deben los taxistas hacer su trabajo. Porque estoy seguro que así debe ser y no al revés, como ahora.

Que tenga un buen día.

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