¿En qué momento se hizo deseable que algo nos diga cuánto tiempo nos queda antes de terminar de leer algo? Cuatro minutos restantes, veinte porciento restante. Corre que ya casi llegas a la meta. Dentro de poco se te acaba el martirio de recorrer todas estas letras, ese chorro de consonantes y sus amigas forras, las vocales de mierda.
Yo quiero terminar de leer algo cuando se me dé la gana. En el tiempo que crea conveniente o relevante. Me quiero ir a tomar un café, me quiero engolosinar y amañar entre las palabras. No me interesa saber si ya casi acabo; tal vez cuando NO quiero que se acabe.
A la mierda con su lectura ágil para ejecutivos que no tienen tiempo para leer nada diferente a lo importante.
Mostrando las entradas con la etiqueta spoilers. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta spoilers. Mostrar todas las entradas
junio 18, 2019
noviembre 24, 2016
Gaviota
Cuando estaba en el colegio llegué a preocupar a la psicóloga que estaba encargada de mi curso. En una de esas me puso a leer un libro más bien maluco: Uno, escrito por el mismo autor de Juan Salvador Gaviota. Era un libro sobre las infinitas posibilidades en el futuro de alguien según eligiese uno u otro camino. La analogía que eligió este señor fue ir en un hidroavión y amarizar en uno u otro punto de un océano infinito.
El libro es más bien ligero (eso recuerdo) y una sola idea sobrevivió hasta ahora como lo único que consideré relevante de aquella tarea que me dejaron. El protagonista llega al siguiente insight: Uno nunca debería ser incondicional con alguien. Uno se hace frío con alguien más cuando esa otra persona hace o deja de hacer cosas que lo motivan (daña, aburre, molesta, desconfía, irrespeta, aleja). Uno se hace cálido cuando ese alguien hace otras cosas (más o menos opuestas). La lealtad -como la venden normalmente- no resulta ser entonces nada más que ceguera y deshonestidad (con uno, con el otro).
Creo que después de ese tuve que comenzar a leer algo de Sartre para otra clase. Siquiera.
El libro es más bien ligero (eso recuerdo) y una sola idea sobrevivió hasta ahora como lo único que consideré relevante de aquella tarea que me dejaron. El protagonista llega al siguiente insight: Uno nunca debería ser incondicional con alguien. Uno se hace frío con alguien más cuando esa otra persona hace o deja de hacer cosas que lo motivan (daña, aburre, molesta, desconfía, irrespeta, aleja). Uno se hace cálido cuando ese alguien hace otras cosas (más o menos opuestas). La lealtad -como la venden normalmente- no resulta ser entonces nada más que ceguera y deshonestidad (con uno, con el otro).
Creo que después de ese tuve que comenzar a leer algo de Sartre para otra clase. Siquiera.
abril 17, 2016
Critic
Creería que la profesión de crítico ha debido entrar hace un rato ya, a la lista de quehaceres que el tiempo volvió anacrónicos e inútiles. El crítico gastronómico que daba alguna impresión pulida y elaborada de un restaurante por vez. El crítico de hoteles. La guía Zagat tan mentada en American Psycho. Todas las variaciones de alguien diciéndonos qué hacer se han vuelto vetustas e incompletas; ahora sólo basta ir a algún sitio web donde la gente pueda escribir comentarios y calificar.
¿Cuál habrá sido el último gran crítico gastronómico? (Y a quién le interesa su opinión). Llevándolo más lejos, ¿a quién le importan todavía los listados como Billboard y los EDM que tanto trasnochan a la gente que hace radio convencional?
¿Cuál habrá sido el último gran crítico gastronómico? (Y a quién le interesa su opinión). Llevándolo más lejos, ¿a quién le importan todavía los listados como Billboard y los EDM que tanto trasnochan a la gente que hace radio convencional?
enero 18, 2016
To know
Es muy probable que en algún momento haya escrito acá sobre la necesidad de ignorar información. Aquel post de Arhuaco en el que nos contaba cómo a veces era necesario dejar pasar cosas que llegaban a uno: noticias, escritos, mensajes, documentos, publicaciones varias. Es muy fácil conectarse a fuentes inagotables de datos y mensajes, a ríos infatigables de códigos variopintos que se desparraman sobre uno como un delta majestuoso de aquellos.
Qué fácil es ahora disponer de contenidos generados al vaivén de los días, del clima y de lo que nos llame la atención. Miles y miles de manos ansiosas de interacción, de validación o de algo en medio, enviándole a otros migajas para que los sigan en sus búsquedas o para que los acompañen a saltar dentro de su castillo inflable personal. Porque, aceptémoslo, también nos gusta ir a saltar en castillos inflables un rato, quemar calorías y socializar. Y saltar, que es muy divertido además.
Durante los últimos diez meses -más o menos- he evitado voluntariamente recibir noticias e informes por radio y televisión. Me impuse una censura de medios para no consumir más periódicos y noticieros locales, no más radio hablada en la mañana y no más debates en la noche. La idea detrás de esa restricción fue ignorar la fuente de conversaciones inocuas y de ruido inane, muchas veces guiado por intereses tan transparentes como indeseables. La línea editorial que crucifica a un alcalde y aplaude al siguiente, la línea editorial que entrevista a un policía en cada noticia, la línea editorial que hace preguntas sesgadas y ha juzgado de antemano a quien entrevista.
Mi fuente de información era entonces aquel río eterno de gente que seguía en Twitter. Por esas ciento treinta personas me enteré durante meses de lo que podía ser relevante, incluyendo sus opiniones sobre ello. Volví al voz a voz de hace unos siglos (le añadí una lista que leía a primera hora donde estaban cuatro o cinco periódicos extranjeros, dos agencias de noticias a las que poco se les nota quién las financia, y el New York Post que siempre era el postre a falta del National Enquirer). Mezclaba lo que leía de personas alrededor con lo que veían otros desde muy lejos y tenía espacio para formar mi propia opinión sin que fuese necesario oír al rebaño o al pastor de turno. Y funcionó.
Hace un mes decidí ampliar la censura autoimpuesta, montar una presa y desviar el río: no más twitter. Ya ni siquiera había interés en pescar truchas de un caudal de aguacaca. Porque, cuando el castillo inflable era muy colorido y amplio, incluso las personas más parcas terminaban saltando allá adentro (y orinándose en una esquina si podían). De paso le trabajamos a los otros canales de comunicación con la gente que le importa a uno. Ahí llegan los boletines de noticias por email, los comentarios en la oficina o los rumores en la calle. Me agarró despierto y empeloto a las 2 a.m. la muerte de Bowie (no había forma más vulnerable de recibir semejante noticia); me sigo enterando igual de qué pasa con la gasolina -porque la compro- o con sus gatos -porque voy a visitarlos, a ustedes y a ellos-. No hace falta nada y de paso le damos menos bocados a los que periódicamente pasan a alimentar el morbo o la necesidad de ser relevantes.
Ni hablemos de otros ríos, donde los peces ya flotan boca arriba y nada bello florece hace mucho.
Silence is golden, dice Shirley Manson por ahí.
Qué fácil es ahora disponer de contenidos generados al vaivén de los días, del clima y de lo que nos llame la atención. Miles y miles de manos ansiosas de interacción, de validación o de algo en medio, enviándole a otros migajas para que los sigan en sus búsquedas o para que los acompañen a saltar dentro de su castillo inflable personal. Porque, aceptémoslo, también nos gusta ir a saltar en castillos inflables un rato, quemar calorías y socializar. Y saltar, que es muy divertido además.
Durante los últimos diez meses -más o menos- he evitado voluntariamente recibir noticias e informes por radio y televisión. Me impuse una censura de medios para no consumir más periódicos y noticieros locales, no más radio hablada en la mañana y no más debates en la noche. La idea detrás de esa restricción fue ignorar la fuente de conversaciones inocuas y de ruido inane, muchas veces guiado por intereses tan transparentes como indeseables. La línea editorial que crucifica a un alcalde y aplaude al siguiente, la línea editorial que entrevista a un policía en cada noticia, la línea editorial que hace preguntas sesgadas y ha juzgado de antemano a quien entrevista.
Mi fuente de información era entonces aquel río eterno de gente que seguía en Twitter. Por esas ciento treinta personas me enteré durante meses de lo que podía ser relevante, incluyendo sus opiniones sobre ello. Volví al voz a voz de hace unos siglos (le añadí una lista que leía a primera hora donde estaban cuatro o cinco periódicos extranjeros, dos agencias de noticias a las que poco se les nota quién las financia, y el New York Post que siempre era el postre a falta del National Enquirer). Mezclaba lo que leía de personas alrededor con lo que veían otros desde muy lejos y tenía espacio para formar mi propia opinión sin que fuese necesario oír al rebaño o al pastor de turno. Y funcionó.
Hace un mes decidí ampliar la censura autoimpuesta, montar una presa y desviar el río: no más twitter. Ya ni siquiera había interés en pescar truchas de un caudal de aguacaca. Porque, cuando el castillo inflable era muy colorido y amplio, incluso las personas más parcas terminaban saltando allá adentro (y orinándose en una esquina si podían). De paso le trabajamos a los otros canales de comunicación con la gente que le importa a uno. Ahí llegan los boletines de noticias por email, los comentarios en la oficina o los rumores en la calle. Me agarró despierto y empeloto a las 2 a.m. la muerte de Bowie (no había forma más vulnerable de recibir semejante noticia); me sigo enterando igual de qué pasa con la gasolina -porque la compro- o con sus gatos -porque voy a visitarlos, a ustedes y a ellos-. No hace falta nada y de paso le damos menos bocados a los que periódicamente pasan a alimentar el morbo o la necesidad de ser relevantes.
Ni hablemos de otros ríos, donde los peces ya flotan boca arriba y nada bello florece hace mucho.
Silence is golden, dice Shirley Manson por ahí.
noviembre 21, 2014
A priori
[SPOILERS AHEAD]
Después de ver Interstellar y leer los comentarios variopintos de quienes la vieron, me quedan algunas dudas e ideas en la cabeza. La primera es que muchas personas usan lo que reciben de la divulgación científica para criticar una película de ciencia ficción. Usan los conceptos, seguramente vagos o incompletos, para quejarse porque lo que vieron no coincide con su interpretación de la ciencia. Es un fenómeno extraño porque es lo contrario a lo que buscan quienes hacen divulgación científica. Sagan no ofreció su analogía Flatland para que otros la usaran como garrote. Al contrario, la analogía sirve como puente para saber qué camino tomar al buscar respuestas de nuevas preguntas (porque la divulgación es incompleta).
Otra idea extraña es que vean el uso de recursos conocidos y denominen la película "una mezcla de esto y lo otro". Muchas personas han discutido por muchos años cómo sería más conveniente la exploración espacial, por lo que salirse de allí le restaría credibilidad al escenario que presentan. O que la nave Cooper sea fiel representación del midwest americano e ignoren la queja del personaje al respecto y nadie se pregunte por la resistencia al cambio de miles de personas a las que deben convencer de irse hacia lo desconocido. ¿Por qué una película de ciencia ficción despierta opiniones en vez de preguntas? ¿De verdad necesitamos hacer saber nuestra opinión sobre las cosas en lugar de las preguntas que tenemos sobre las cosas?
La última idea rara es la elaboración desmedida de los argumentos. El desconocimiento de emociones básicas en los personajes, mientras se buscan patrones y "esquemas malos" para criticar. Los granjeros no son torpes y rústicos, el amigo de Murphy sólo tenía miedo del tipo que le metió un recto al mentón una hora antes; no había espacio para que el Dr. Mann les dijera "mentiras, aquí no es bueno" pues el tipo sentía vergüenza y necesitaba dejar su pasado incriminatorio atrás (incluyendo a todos los otros seres humanos). El desconocimiento, consciente o no, de esas emociones básicas, lleva necesariamente a baches en la visión personal de la historia. Las emociones enmarcadas en una historia de ciencia ficción donde las interacciones están condicionadas por el espacio y el tiempo. La empatía es básica a pesar de la historia elaborada y pretender una mayor elaboración de los personajes es complicarlo innecesariamente.
Por si acaso alguien pregunta por qué código Morse y no un papelito, una búsqueda rápida deja ver que nadie sabe aún cómo se transmite la fuerza gravitacional y a las teorías existentes les falta hacer predicciones suficientes. Nadie sabe tampoco qué hay más allá del horizonte de eventos de un agujero negro y sólo hay aproximaciones matemáticas que igual siguen en revisión. Esto y tantas otras cosas deberían ser una excusa para soñar más. Más a menudo, con entereza. Sé que cada vez tenemos menos héroes y a los pocos que quedan los juzgamos de brazos cruzados y ceño fruncido; esa escasez de ejemplos inspiradores pareciera quitarnos la posibilidad de soñar.
Ser adulto se convirtió en vivir buscando la correctitud, siendo que la ciencia es ante todo inspiración. Es humana en cuanto surge de la inspiración guiada. Como el arte. Y es ahí donde yo creería que la ciencia ficción tiene su nicho.
Y no, todo esto no es una opinión más; sólo son preguntas.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)
Lo más fresco
Ranthought - 20250908
Ha aumentado el presupuesto para comprar CD y vinilos. Aumenta el tiempo durante el que escucho radio, sea a la antigua o escuchando algún s...

-
Aquel que ha jugado videojuegos en alguna consola, habrá comprobado que parte de la esencia está en sostener el control con las dos manos pa...
-
Existe un momento para toda empresa de tecnología en el que -creería- su crecimiento le lleva a perder el horizonte de calidad e innovación ...
-
Una de las cosas más amables que uno puede ofrecerle a alguien es la libertad de no tener que repetir rituales y saludos que la otra person...