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julio 30, 2024

(To) entrench

El arraigo es un poco aceptación o resignación, dependiendo de las emociones que rodeen las decisiones. Es dedicarse a un huerto, como los recolectores que se hicieron sedentarios, pensando que así la vida era más viable, llevadera y con más tiempo para otras cosas -como pensar y dibujar-.

Ese huerto puede ser literalmente un huerto. O un puesto de tacos en la esquina del barrio. O un camino entre la parada del metro y la casa. Puede ser el vendedor de mazamorra que pasa siempre a la misma hora, el atardecer detrás de las mismas montañas. O la misma cuadra en los suburbios con la misma HOA y los mismos muchachos montando cicla por la calle. Lo que sea que represente establecerse y arraigarse. Pertenecer y sentir que nos pertenece -que no legalmente, pero sí nos ocupa su existencia en nuestras vidas-.

Es aceptación o resignación en tanto se aceptan o se resignan todas las cosas que no pueden ser. Los sueños inviables o incompatibles con lo que sí existe. La vida que es real negando la vida en sueños, para dolor de Calderón de la Barca o de Bretón. Ya no se pudo vivir la experiencia juvenil en algún diminuto apartamento en tierras lejanas; bien puede ser la experiencia menos juvenil en una casa en otro lugar de clima caliente y fruta abundante. Ya no se pudo lo de ser académico reconocido; bien puede ser lo de ofrecer un lugar sano a otros como líder de un equipo de trabajo altamente especializado. Los deberes de familia no permiten la vida nómada; bien puede hacerse uno un espacio feliz para estar mientras se hacen las cosas que demandan atención y cuidado.

El arraigo es posiblemente, el ejercicio más decidido de aprecio al presente. Valorar lo que hace tiempo se antojaba impensado y que, si tuvimos algo de suerte, encaja un poco con lo que soñabamos alcanzar o vivir. E incluso si no encaja, tal vez represente algo de la felicidad y la paz de espíritu que deseábamos alcanzar.

septiembre 10, 2018

Countries, Nations

La experiencia de país normalmente varía de persona a persona, por lo que me resulta extraño pensar, como tratan de vender los publicistas y los políticos (que tampoco son muy distintos los unos de los otros), que el país es ésto o aquello. Que no somos lo que muestran en esta serie o en esa otra; que la gente es así y asá, que las riquezas están acá y acullá. Que las cosas buenas están y son muchas.

La experiencia de país es muy personal y si acaso tendrá en común lo que pasa por lo cultural, que normalmente es transversal. A menos que uno interactúe con personas pobres y adineradas, lo que hace que eso que creíamos transversal cambie también. No hay una única interfaz de país.

Esas situaciones o experiencias que se presumen unificadoras, en realidad sólo resaltan más las diferencias. La selección nacional de fútbol, por ejemplo, sólo sirve para promover unas ideas que en la realidad no existen; se vive una falsa unidad entre personas que igual, unos tragos más adelante, bien pueden terminar en una riña o que al día siguiente se van a enzarzar en cualquier tipo de enfrentamiento (diga usted, a los codazos mientras intentan entrar al mismo bus). Nos venden la idea de ser un país bello y bueno, lleno de gente que se pone la camiseta y es vivo reflejo de todo lo bueno que proyectan unos deportistas; la realidad, bien distinta, pasa por unos cuantos atletas de alto rendimiento que hicieron las cosas sin saltarse pasos, sin torcer las normas, con disciplina y dedicación, que es lo que normalmente no se usa en el cotidiano colombiano. Es por eso que lo que todos -periodistas e hinchas- rescatan de los partidos son precisamente los resultados a la vez que ponen el trabajo o la preparación en un segundo plano, supeditándolos a opiniones y cotilleos de esos que prefiguraron el clickbait en la era de la radio y la TV.

Todas las experiencias de país son entonces, igualmente válidas. Lo que me pase a mí nada tiene que ver con lo que sufre o goza el otro. No estoy loco por querer cambiar mi rutina al considerar inviables las opciones que tengo aquí; nada tiene de irracional el que otros se sientan a gusto en una u otra ciudad. Lo que se vive a diario es una construcción colectiva y una negociación permanente (de espacios, de recursos, de roles, de ideas) que funciona mejor para unos que para otros. A cada uno le corresponde simplemente gestionar su propio proceso de negociación y el espacio en el que mejor le funcione.

Es por todo esto que resulta necio cuestionar la experiencia de país que unos u otros puedan tener. Por eso es importante atender a quienes han vivido y viven la violencia, de la más cruda a la más sutil y normalizada. Ya estuvo bueno de minimizar las experiencias ajenas para ensalzar un estúpido sentido de pertenencia a algún colectivo inútil que poco se preocupa por el bienestar de quienes lo conforman.

mayo 10, 2016

Luigi

Hoy fue el día en el que la válvula que controla el paso del agua por el calentador a gas, decidió fallar. Era una valvula de bola, muy común en las instalaciones hidráulicas de los hogares acá en el trópico (no sé cómo será en otros lugares con otras condiciones de temperatura y humedad). Es la que normalmente encuentran en el tubo de entrada de agua a los calentadores de paso, con su larga y delgada manija roja (o con la pequeña perilla amarilla).

No fue una falla catastrófica ni una inundación súbita. La manija que abre o cierra el paso del agua se aflojó, supongo que por desgaste debido a la corrosión, y esa pequeña esfera que habita entre la valvula giró en un eje diferente, empujando la manija hacia afuera y dejando una pequeña fuga de agua.

Se ve cómo la manija tiene un par de empaques y una saliente en la punta que encaja en una muesca de la esfera perforada.


La solución es reemplazar la valvula completa. Debido al tamaño relativamente pequeño de la válvula, su costo no es muy alto (va de COP 11.000 a 17.000 dependiendo de la marca -y la calidad-). De paso, se puede revisar que el acople (la manguera blanca que va de la válvula a la toma del calentador) y las otras piezas (reductores de diámetro y/o de presión de agua, arandelas y empaques) esten en buen estado, no presenten fisuras y encajen correctamente aun sin tener cinta de teflón entre ellas.



Una vez se ha revisado todo, se pone cinta de teflón (un rollo cuesta COP 2000) para sellar las roscas con las que se unen todos los componentes y se sigue apretando hasta que no alcanzan las malas palabras para hacerlo seguir girando.



Normalmente, todas las roscas se cierran girando en sentido opuesto a las manecillas del reloj (creo que a eso lo llaman alfa negativo pero no lo recuerdo bien).



Listo, agua caliente para todos.


Adenda: Hoy aprendí qué es el pulso de Zhukowski.

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