mayo 30, 2017

Amague

Si me preguntan, el momento más extraño y satisfactorio que uno tiene jugando fútbol -quitando el hacer un gol- es aquel en el que uno hace un drible y sale bien. Te enfrentas a un rival, haces algo y el resultado es que sigues avanzando con el balón mientras tu rival se recompone o se queda maldiciendo su suerte.

El fútbol es un juego simple. Uno patea un balón de un lado a otro y trata de ponerlo dentro de un arco. Lo difícil es intentar ponerlo allá mientras otros tantos tratan de quitártelo (o de tirarte al piso para detenerte). El reto está precisamente en encontrar un camino, ver el espacio, el lugar descubierto, el compañero que podría patear ese balón hacia la portería. Y dentro de esa búsqueda constante de caminos siempre habrá una o varias secciones de superar un rival que bloquea el camino.

El jugador rival espera que uno intente avanzar. Sabe que uno mueve el balón de alguna forma y que es ahí donde puede intentar recuperarlo. Es esa suposición la que hace posible que uno haga un drible. Hacer un lance como un mago, ofrecer algo creible que el rival asuma como cierto, alargarlo tanto como sea posible para hacer después algo inesperado que convierta todo en confusión (excepto para quien dribla). Y es ahí cuando la confusión se vuelve fluir y escapar. Se es agua y se fluye como un río cuando encuentra el camino más simple. Se parece un poco a las fases del Texas hold'em: Flush, Turn, River.

Driblar conlleva riesgos: patadas que sólo encuentran aire y pueden ir a dar al tobillo o más arriba, brazos que tratan de aferrarse a algo en medio de su desesperación, codos que buscan cerrar el cauce abierto por el amague, faltas cínicas de quien vuelve apresurado y sólo intenta prevenir el gol. Algo de dolor puede haber en el driblar pero siempre será poco comparado con la satisfacción del engaño bien ejecutado.

Lo más extraño de un drible es que no siempre es consciente. No sé si los futbolistas de élite harán todo muy consciente pero para mí suele ser un fluir y un no pensar demasiado. Pasar por una situación conocida y, casi como un acto reflejo, elegir entre dar un paso en una dirección o dejar caer un poco el hombro derecho para luego dar el paso en la dirección contraria, frenar o girar hacia el hombro que no se dejó caer hace un momento. Cuando termina el partido me gusta recordar esas jugadas y tratar de encontrar el instante en el que decidí hacer algo en particular. Siempre pasa tan rápido que hasta ahora no he logrado aislar esa decisión. Sólo pasa y la única constancia de su existencia es el suspiro de mis compañeros (y de los rivales) que, al unísono, comentan la jugada con un ¡Ooooooooof!, delatando al pobre infeliz que quedó en el camino.

Qué bonito es engañar gente jugando fútbol. Y después dicen que exageran cuando se equipara con la magia.

mayo 26, 2017

Go

Todavía recuerdo los numerosos posts de Javier y de otros blogueros en los que hablaban de sus partidas de Go. De cómo jugar GO, dónde aprender a jugarlo y de cómo el juego se hacía lugar en sus rutinas. Cada post me llevaba a la misma colección de artículos, tutoriales y juegos en línea de Go, en los que finalmente nunca aprendí demasiado sobre las estrategias y las jugadas.

Como todo juego complejo, se vuelve algo ofuscado y de difícil acceso para los no iniciados. Esa misma penumbra lo hace fuente de orgullo para quienes creen en cosas como el patriotismo y la superioridad moral que pueda dar el ganar en un juego. En este caso es China la cuna del juego y la poseedora de la superioridad moral que da tener al mejor jugador del mundo.

Pues bien. Resulta que, al igual que con Deep blue y el ajedrez hace ya unos años, hay ahora un jugador artificial de Go que derrotó contundentemente al mejor jugador de Go, resquebrajando el orgullo patriótico y la inspiración que pueda dar el perfeccionamiento de una habilidad humana como símbolo de pertenencia a una comunidad o la filiación a una bandera determinada.

No tardará mucho el documental, lleno de rincones oscuros y sospechas variopintas, en el que nos cuenten cómo el campeón humano lo dio todo y no le quedó más que sospechar de aquella máquina traída de occidente.

mayo 25, 2017

(hat) gelebt

No sé si a ustedes les pasa pero más de una vez me encuentro a mí mismo recordando sueños viejos. Cosas que he soñado despierto, quiero decir. El equivalente a lo que hace quien compra la lotería y se ve a sí mismo acostado en una cama llena de billetes o sentado en un automóvil muy lujoso y veloz.

Mis sueños han pasado más de una vez por lugares en los que me veo a mí mismo viviendo, aprendiendo cosas y haciendo cosas nuevas. Desde Madrid hasta Estocolmo, pasando por Dresden, Kaiserlslautern y Amsterdam, Rotterdam, Delft, Bonn, Berlin y Barcelona. Cambridge, Londres, Manchester. Vancouver, Austin, Chicago, Nueva York o Washington D. C. Todos son sitios que me he detenido a mirar, sobre los que he averiguado cómo se vive, qué se come, qué tan frío es el frío y qué tanto se sufre con el calor, qué se hace en el tiempo libre y cómo se transporta la gente. Me he visto a mí mismo tratando de ir entre la gente con mi propia rutina de vida.

Qué cansado es haber vivido en tantos lugares dentro de mi cabeza. Lo bueno es que en ninguno tuve que pagar alquiler. Lo malo es que en ninguno hice amigos ni comí helado. Todo eso le pertenece ahora al Nelson del pasado que ya no existe en ninguno de mis futuros probables.

mayo 04, 2017

Ninja

Una de las partes más importantes del entrenamiento para ser ninja es el ser uno con la lluvia. Ser parte de la lluvia. Fluir, llegar de repente, caer y avanzar a pesar de la resistencia presentada por parasoles, toldos y paraguas. Caer, rodar y seguir de largo para mojar a alguien más, fluir y empaparlo todo, zapatos porosos y pantalones de algodón, sacarle provecho a la capilaridad y ascender hilo a hilo. Arrastrar la mugre, la mierda y las hojas a su paso, discurrir y perderse de vista en un instante.

Mi entrenamiento básico pasa por caminar bajo la lluvia. Aunque suene simple, está lleno de retos propios de un ninja entrenado. Evito los pozos de agua que no fluyen para no delatarme. Esquivo sombrillas y paraguas con sus mortales brazos de aluminio que se mueven a baja altura y sin un orden claro, pasan justo a la altura de los ojos y rozan las sienes goteando agua. Preveo el paso de los autos que intentan salpicar a quienes caminan por la calle. Abordo buses sin que me caigan goteras que se derraman desde algún resquicio de la puerta. Paso bajo claraboyas viejas y llenas de goteras que buscan sorprender a los pasajeros desprevenidos.

-Be water, my friend- dijo el maestro. Be like the rain, debió añadir.

Lo más fresco

Recollection

Creo firmemente que la pregunta no es si todos se hacen existencialistas en algún punto de su vida sino cuándo lo hacen. El qué hacen con es...