febrero 26, 2015

Animals

Ese perro sabía que yo tenía el corazón roto esa tarde. No era como todos los demás días que iba a visitarlo, porque iba muchas veces a la semana. Ese día me notó diferente y desde que me vio supo reconocerlo. Ladró más duro y con más afán que de costumbre, como para que me abrieran más rápido la puerta. Apenas entré, no comenzó a saltar y a buscar que jugáramos con el balón rojo y blanco -pinchado- que tenía por ahí; se limitó a acompañarme como tratando de ver bien qué me pasaba.
Esa tarde mi amigo A. se iba a demorar un rato en llegar, así que me quedé en la sala leyendo alguno de los libros de la biblioteca. Al rato el perro entró a la casa y se hizo al lado mío, no ladraba y se limitaba a acompañarme. No sé qué fue lo que vio pero en algún momento comenzó a lamerme una mano y a poner la frente bajo los dedos. Pocas veces he sentido que alguien entiende tan bien como me siento. Dejé de leer y me dejé acompañar del perro.

*

Una noche que andaba muy triste, terminé casi que por puro azar en un sitio al que no iba hacía siete y ocho años. Un rincón recóndito de alguna vereda, de algún municipio en la sabana. Era de noche y la iluminación era mala. Aún así había llegado casi que de memoria y estaba ahí entre una casa de dos pisos y una verja marrón, en un camino de tierra sin placas ni señales. Esa noche habría eclipse de luna y llevaba conmigo una cámara y un par de lentes. Quería perderme, esconderme de todo, e igual pensaba en tomar fotos.

Cuando llegué frente a la verja marrón supe que había estado ahí antes. Mientras revivía muchos recuerdos, se asomó un gato gris detrás de mí. Se trepó a una estaca y se quedó mirando a una distancia prudente. Al terminar con esos recuerdos (por el momento), me di vuelta y nos quedamos viendo. Conversamos un rato, le compartí algunas ideas y me dejó saber que estaba preocupado. No nos habíamos visto antes e igual estaba preocupado por mí. Cuando creyó que yo estaba más tranquilo y pensaba más en el eclipse que en los recuerdos, se despidió y saltó con gracia de la estaca, trotando junto a una zanja hasta perderse de vista. Yo desandé parte del camino y pasé la madrugada cerca a la finca de los abuelos, escuchando a los grillos y mirando las nubes junto a la carretera.

Amanecí sin fotos del eclipse, claro.


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