febrero 17, 2015

Ran along

La calle 45 en Bogotá hace parte integral de los recuerdos. Desde la infancia hasta la vida adulta. Muchas cosas han pasado mientras voy por ahí.

Cuando estaba en el colegio, un amigo tomaba el colectivo que lo llevaba por la 45 hasta la 30 y ahí, hasta la calle 22, a las torres Colseguros. Como el tráfico era lento, yo corría por la calle 45, por la acera norte, tratando de llegar antes que el colectivo a la carrera 30. Conocía los tiempos de los semáforos, sabía que si cruzaba uno justo antes de cambiar a rojo, podría encontrar los siguientes en verde si iba a toda velocidad. Era una larga carrera de 14 cuadras que ganaba cuando tenía suerte.

Había un local de alquiler de videojuegos con cinco PSx apiñados en tres metros cuadrados. Cada consola atendía a tres y cuatro participantes que se turnaban para jugar, así que el espacio era bien escaso y las sillas se chocaban cuando alguno se paraba a celebrar un gol. Ahí comencé a ir a sitios como ese con amigos. Es divertido.

Cuando comenzó Transmilenio en Bogotá, encontré que era más rápido tomar un bus de la ruta 60 hasta la estación Marly, ahí cambiar a un bus corriente y caminar por la calle 45 hasta la universidad. Eran 45-50 minutos invariantes, mientras que ir en bus "normal" implicaba recorrer la carrera novena, varios semáforos que habitualmente estaban atascados, accidentes que solían hacerlo todo peor. En una de esas caminatas por la 45, iba a un final de Física. Un par de cuadras al occidente, vi que una niña con uniforme de El Carmelo se tropezaba y caía de frente al piso. Yo iba sobre el tiempo e igual me quedé ahí, viendo si estaba bien y si necesitaba ayuda. Un par de raspones en las manos y logró seguir su camino.

Un año en el que llevaron un Ferrari de fórmula 1 a exhibir en la estación de gasolina en la carrera 17.

Cuando iba pensando en A. y casi me atropella un taxi por eso. Antes de cruzar la carrera 17, vi el semáforo y estaba en rojo para los carros. Cuando comencé a cruzar cambió a verde y un taxi que venía de lejos eligió pasar raudo, golpeándome la maleta con el espejo.

Las incontables veces que fuimos con dos amigos (uno de ellos el buen accusor) a jugar fútbol en PlayStation.

Por años reconocía cada almacén y notaba cuando alguno cerraba o cambiaba. Era un lugar que sentía como propio y en el que me sentía seguro, street-wise.

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