abril 11, 2015

Godos y cachiporros

Hace un rato hablaba del valle en el que vivió mi familia paterna. De la tienda junto a la carretera y la banca de madera. De las conversaciones sobre política que se daban siempre y cada vez en ese lugar, como si la siguiente charla tuviese la posibilidad de terminar en alguna conclusión diferente.

Porque lo político siempre hizo parte de la familia, al menos de la familia paterna. La convivencia siempre pasó y pasa por tener una opinión, discutir y emitir juicios, señalar fallas y aprobar gestiones. No conocí a los abuelos pero he escuchado que él era un tipo noble y calmado, mientras que ella era más recia y orgullosa. Terca si se quiere. Fueron sus hijos los que cambiaron esa visión tranquila del campesino por algo más.

Las historias de su juventud giraban alrededor de lo que traía La Violencia, la que se escribe con mayúscula. El pueblo y la región entera era de mayorías conservadoras, lo que les significó visitas a la cárcel del pueblo y reyertas frecuentes. Eran conocidos como muchachos rebeldes, aunque quién sabe cuánto del orgullo adulto nació de ese enfrentarse a otros desde tan jóvenes. Una de las historias que más impresión causaba en la niñez era una en la que huían a las montañas, al páramo, para quedarse allí por días enteros y escapar de las armas enviadas por el gobierno conservador de turno. Pude no llegar a ser si los hubiesen matado.

¿Cómo juzgarlos por su rechazo al partido conservador después de tantas cosas?

Mis primeros recuerdos políticos son quejas de mi papá. Críticas de algún godo por ahí. A mi casa llegó sagradamente El Espectador todos los días por muchos años -creo que cuando entré a la universidad mi papá dejó de pagar la anualidad porque se había hecho muy costosa-. Eso significa que leí columnas y editoriales casi que desde que aprendí a leer, muchas de ellas con una orientación liberal crítica que a veces resultaba esperanzadora. (Por eso es tan triste ver lo que es ese periódico ahora. Al menos para mí)

Esa misma necesidad de discusiones políticas llevó a mis tíos a hacer política. Al tío que pasó por diferentes cargos hasta ser parte de la gobernación de Cundinamarca. A mi papá trabajando en la campaña de Galán a la presidencia. A los demás hermanos aportando de alguna forma. Y como podrá suponerse, todo eso tuvo un final agrio. De Galán sólo quedaron las fotos instantáneas con papá; del tío, una velación como diputado en la gobernación porque era muy fácil ser político en esa época y terminar asesinado. Y como también era costumbre, nunca se supo quién fue el responsable.

Después de todo eso, los demás hermanos de papá y él mismo se hicieron más reacios a creer. Albergaron menos esperanzas, descreyendo de cada nueva figura. Eso sí, sin aceptar jamás a los godos. Porque allá en la tienda junto a la carretera, allá seguían hablando de los Perilla y de otras familias godas del pueblo. De cómo la guerrilla llegó y así mismo se fue de la región. Pero era más un tema de conversación y menos una forma de vivir.
Sé que papá se quejaba constantemente cuando Pastrana fue presidente. Tanto que llegué a preguntarle si en el fondo quería que muriera. Fue una de las pocas veces que le vi hacer esa cara de sorpresa mezclada con algo de temor. Tal vez se acordó de esas veces que fue él quien se pudo morir. Me respondió con vehemencia que no, que él también era una persona. Que uno jode y chancea pero nunca desea esas cosas. Que vea cómo es este señor Gómez Hurtado, godo como pocos pero es un tipo que piensa.

Cuando Uribe llegó, para ellos llegaba como liberal. Cuando se fue, era despreciable por todo lo que fue descubriéndose. Las conversaciones con mis tíos sobre Uribe pasaron de choques y tensiones a desazón colectiva. En eso se fueron muriendo los tíos y las conversaciones se trasladaron a las salas de velación. Qué agradable ha sido conversar con usted, joven, me decían amigos y primos lejanos de mis tíos. Los años de entrenamiento me hicieron dueño de esa habilidad para la charla en la que las emociones no importan. Esa que acá se acompaña con tinto y cigarrillos, donde nadie sabe si eres tímido o no.

Ya la tienda junto a la carretera la cuida alguien que no conozco y nadie de la familia vive ya en aquel valle. Son pocas las ocasiones en las que me veo en medio de una conversación política pero seguro eso es algo que sé hacer.

Siempre hay una opinión, otra cosa es que uno la comparta. Siempre hay desconfianza hacia los godos en sus decisiones políticas y esa sí se comparte cada vez que se puede.

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