noviembre 25, 2016

Hawk

Cuando mi hermana se casó y se fue a vivir con su esposo, su nuevo hogar tenía varias cosas que en mi casa no había y seguro nos íbamos a demorar en tener. Mi mamá nunca gustó de tener horno microondas así que no había, mientras que mi hermana tenía uno muy práctico y moderno. Mi hermana tenía un televisor enorme en el estudio; yo tenía uno más bien pequeño para los videojuegos. Mi hermana y mi cuñado tenían un computador más rápido que el mío y mucho más moderno, en el que se podían jugar más cosas.

Entre los muchos CD que tenía el cuñado en la biblioteca encontré uno con juegos varios de hacía diez a quince años en ese entonces (estábamos en 1998, veíamos Verano eterno y Las tardes de la mega en los nuevos canales privados). Eran juegos de baja resolución que sólo necesitaban una pantalla a color (algunos ni siquiera eso). Uno muy peculiar, del que no recuerdo el nombre, lo ponía a uno a dirigir a los Estados Unidos en la guerra en Iraq que armó George Bush el viejo. Desplegar más soldados, aviones y barcos; bombardear puentes o centros de comunicaciones, aeropuertos o cantones militares; publicar comunicados de prensa o enviar emisarios a los aliados de la región. Cada turno permitía hacer sólo una de esas acciones y el éxito de la campaña se medía por el porcentaje de aprobación que La Opinión Pública ofrecía en las encuestas.

Uno siempre perdía porque La Opinión Pública siempre terminaba descontenta con la campaña: No era posible ganar rapidamente esa guerra, tampoco estaba bien visto devolverse y ni hablar de estar bombardeando todos los días.

La Opinión Pública, ignorante como es, tiene mucho poder.

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