Cada cierto tiempo debo revisar la sensación de desarraigo que llevo encima. Hacerla consciente. Recordar por qué he elegido siempre seguir así. Por qué, a pesar de algunas desventajas evidentes, prefiero no tener mucho y que todo quepa en dos maletas y una caja.
Tener un gato sería un cambio radical en esa postura. Sería la primera señal de arraigo en años. La primera señal de estar dispuesto a quedarme en algún lugar, a estar en paz conmigo.
Pasa que no estoy en paz y eso es lo que lleva a que no reciba a nadie.
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Eso que decía Arturo sobre el tabú de la enfermedad mental ya lo había puesto, de una forma más escueta -casi que con más enojo- por acá en alguna parte, reducido a lo que yo llamaba entonces tristeza profunda. Creo que ese insight hizo parte de las cosas que iba revisando mientras maduraba la idea de cuidar de mí mismo. Idea revolucionaria como pocas (De paso iba viendo uno quiénes agachaban la cara cuando uno los miraba de frente. Lección que sirve para cualquier situación de la vida, podría decirse).
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Hay gente que hace años no habla con uno pero igual sigue intentando averiguar con quién salgo, si salgo, si es con tal o tal muchacha. La gente siendo gente.
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Tantos datos, tantas herramientas técnicas y tecnológicas, tanto espectáculo en el cubrimiento electoral estadinense que finalmente no explicó nada ni ayudó a entender en lo absoluto el resultado. Es sin duda una falla grave en el modelo del entretenimiento: no ayuda a entender nada.
Por ahí derecho deberíamos aprovechar para espantar a juetazos la idea obtusa de responder a todo con una volquetada de datos pintados o agrupados de forma conveniente. La ciencia social demanda más etnografía, más fotógrafos de campo y más crónicas, menos encuestas y menos bienpensantismo excluyente y aséptico. Quitarle a los otros su condición de dignos rivales en el contraste de argumentos (políticos, económicos, sociales, futbolísticos) no hace que dejen de existir o que su influencia en el mundo se desvanezca. Todos esos rincones liberales de columnistas educados fallan en comprender la existencia del mundo en su totalidad e invalidan al que no concuerda con sus principios.
Hay un texto de Judith Butler por ahí que habla de los límites del liberalismo en la libertad de expresión. De cómo no todo habría de tener vía libre para andar por ahí porque hay cosas que claramente hacen daño. Yo sólo pienso en cómo Luhmann explicaba la forma en la que la ignorancia es propagada y llega a tener su propio ecosistema.
noviembre 14, 2016
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