Se busca una aproximación al conocimiento, siguiendo cual rebaño la metáfora de la luz, buscando proyectarlo en alumnos, en seres carentes de luz, seres ajenos a nuestra visión del mundo... conocimiento para la gente. Sin embargo, quien ilumina procura dejar siempre su sombra, como firma indeleble de su maligna intercesión, bien sea por acción u omisión -cosa que viene a ser lo mismo-, viviendo como una negación en la memoria de quien le vio, como espectro, mientras trataba de seguir la luz con entusiasmo y disciplina.
El intento de hacer a las ideas perennes se convierte en un obstáculo a los sentidos, al espejo que cada uno de nosotros conserva en su interior para poder, haciendo caso a Marco Aurelio, afectarse por su impresión del mundo.
En el mundo actual se cultiva el miedo a la soledad, a la no-humanidad del ambiente inmediato a nosotros. Oír una voz o sentir una mirada sobre sí se hace necesario, indispensable, así provengan de alguien que nunca se sentará a nuestra mesa. Ese alguien que te habla y te cuenta sobre un mundo, no sabe que existes pero anhela que existan miles como tú: con oídos despiertos y su ser dispuesto a oír, a dejarse contar.
Es extraño esperar encontrar a alguien, porque usualmente se busca a alguien que ya se conoce de alguna forma, así sea como expectativa.
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Así, esperamos que nuestro entorno venga a nosotros, como un extraño regreso a la niñez en la que el mundo existía como un carrusel inmenso, lleno de patrones, presente ante nuestros ojos como complemento y no como justificación de nuestra existencia.
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