Aún recuerdo la época en la que me dio la angustia por tener que morirme algún día. El tener que apagarse, el no volver a ser consciente de uno mismo, todo eso. Todos los días. Vaya uno a saber si es necesario sentir esa angustia existencial para que comiencen a salir canas o se alboroten las chocheras de adulto. Tal vez en este caso fue pura coincidencia.
Algún día me voy a morir, sí. Al menos pasé los 23 de mi hermano y no me morí, eso debe ser bueno porque significa que no hay una maldición sobre los hombres de la familia. Ya hasta monto bicicleta como él y no me he muerto todavía, qué bueno. Ajá.
Aún recuerdo cómo el esposo de una tía, muy estructurado en su discurso, me quiso enseñar a mis 4 años que eso no tenía nada de malo. Que es natural, mire la televisión tranquilo cuando se mueren y cuando se dan besos que eso es normal. Y sí, tan normal que me fui a dormir una noche en casa de la tía y a la mañana siguiente mi hermano ya no estaba, sin aviso ni nada. Sin angustias ni penurias. Uno se levanta con su osito de felpa (o bueno, esa noche justo me habían prestado otro más tieso que un muerto) como si nada pasara, el sol brilla y todo. Luego le dicen que se bañe y se vista porque toca ir al hospital a cuidar a la mamá. Todo bien, ya voy donde mi mamá. Luego que no, que a sumercé no lo dejan entrar, que muy pequeño, que camine lo llevo a comer a la tienda. Y así, el tiempo se va en nada porque realmente no pasa nada; cada uno lo sufre por dentro pero en realidad no pasa nada.
Hasta que le llega a uno la angustia de tener que morirse. Que ni sé si les da a todos porque uno nunca pregunta esas cosas, entonces toca preguntárselo a sí mismo. Lo otro que no sé si le pasa a los demás es que, después de un tiempo, el sentimiento se desvanece y la parca vuelve a refugiarse en algún rincon oscuro de la memoria. Y ahí se queda uno en la medianía porque no le da miedo de morirse y entonces para qué afanarse por esta cosa o aquella. Después será. O nunca, qué más da.
Antes pensaba que conducía rápido cuando iba solo porque era impaciente y quería llegar a destino. Ahora entiendo que es sólo ahí cuando siento de nuevo que me puedo morir. Y que por eso, soy capaz de soñar.
agosto 29, 2012
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2 comentarios:
Más que el cuándo me preocupa el cómo.
El cómo va por el lado de la seguridad ontológica, je. Confiar en que no va a estar lleno de sufrimiento. Creo yo.
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