Recuerdo que normalmente estacionaba en el parqueadero de matemáticas, justo frente al edificio "viejo" de Ingeniería. Llegaba en su Datsun rojo, del que sacaba su morral lleno de papeles (normalmente eran talleres, exámenes y apuntes de las clases que había preparado).
Como solía llegar una media hora antes de comenzar la clase, podía uno encontrarlo sentado en la cafetería "del tinto cochino" pidiendo un tinto doble (que inicialmente creímos era café negro con pepsi, pero que, tras probarlo nosotros mismos en un parcial, nos comentó que era simplemente un café negro en porción doble). Y allí podía sentarse uno con él a hablar de cualquier cosa mientras llegaba la hora de ir al salón.
Siempre se le veía vívido y feliz. Llenaba el tablero con avidez. Lograba dar ejemplos claros para entender las complejas abstracciones que venían incluidas en el temario del curso. Sus pruebas eran duras y justas.
Era una persona feliz.
Mi exnovia me hizo saber en su momento que en los Andes lo apodaban la rata. Y que aún así, todos lo querían.
agosto 13, 2012
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