- Que no.
- Hágale pues. Ya qué, ya le toca.
- Nada, no me toca nada todavía porque no me estoy muriendo. No moleste.
- Mírela bien. Ahora mírese. Usted sí quiere.
- Que no. Bueno, sí, pero ese no es el punto.
- Ese es EL punto.
- Claro que no. El día que usted se quería botar de cabeza por el acantilado, no había ningún punto a discutir. Ni siquiera pa pensarlo.
- Era diferente. Es normal que yo piense en locuras. En usted eso se da para la muerte de un obispo.
- Locuras son locuras, suyas o mías. Y por eso se llaman locuras. Mera locancia.
- Juegue a ser yo. Por esta vez. Y yo me quedo callado como si fuera usted.
- Qué va, voy a tomar coacola fría para que le pase el raye. Tome, bien fría.
- Naah, el que anda con calentura y nervios es usted. A mí no me eche la culpa. Y tampoco me eche coacola que esa mierda es muy fea.
***
- Oiga
- ¿Qué?
- Vea para allá.
- Uy!
- ¿Ya se rayó otra vez? Bien. Ahora sí, dele.
- Que no.
- Haga algo.
- ¿Qué quiere que haga?
- Algo, manito. Antójese de ese cuello que se ve debajo de ese pelo.
- Sí, el pelito bonito. Eso es cierto. Y el cuello tiernito. ¿Pero con qué jugamos primero, con el pelo o con el cuello?
- Vea. Pues pruebe uno y luego el otro.
- Bueno, pero elija uno. Colabore. Ya que está tan interesado, opine.
- A mí me da igual. Usted es el que se raya por esas cosas. Vea a ver qué es lo que más le gustaría a usted y hágalo.
- Las dos cosas serían buenas. Todo depende de lo que uno espera que pase después.
- Haga de cuenta que no va a pasar nada y hágalo. Ya. Resuelto el problema.
- No sé...
- Ah, no joda. ¿Otra vez?
***
- Y bueno, ¿ya decidió no hacer nada?
- No decidí nada. Eso es lo malo.
- Pero vea que es porque quiere. No lo desanima el tiempo o la distancia. Seis mil millas después, lo complican sus propios pensamientos. Ni siquiera es mi culpa esta vez.
- Usted se atraviesa feo a veces pero hoy está como calmado. ¿Qué tiene?
- Es raro, pero verlo contento me pone contento a mí también. No sabía que eso pasaba. Y pues, está como buena la sensación.
- ¿Le parece? A mí me parece que estamos igual que siempre.
- Véase. ¿No le parece que está diferente a otras veces? Desde acá lo veo diferente.
- ¿Mejor?
- Sí, mejor. A mí me gusta verlo así, ya le dije.
- Bueno, chévere. ¿Podemos hacer algo pa estar aún mejor? ¿Se le ocurre algo?
- Ya le dije lo que se me ocurre. Es lo único que se me ocurre. De hecho, no se me ocurre nada más por mucho que lo pienso.
- Pero eso está complicado.
- Es. Muy. Simple. No comience a darle vueltas que termina mareado.
- Mareado quedé ayer.
- Hágale.
- Bueno, hagamos alguna bobada. Como para llamar la atención...
***
- Ya, ya hice algo.- No, hombre. Eso no cuenta.
- Claro que sí. Tiene manos bonitas.
- Aahhh, perezoso.
- Nonono, cual perezoso. Si yo quiero jugar.
- Oiga, ese lado suyo que se la pasa consintiendo y jugando lo tiene jodido.
- Déjeme. Usted sabe que siempre elijo jugar porque así conoce uno más fácil.
- Envidioso. Se la pasa conociendo para guardarse todo usted solito.
- Para nada. Consentir y jugar implican dar algo a cambio.
- Igual, siempre termina guardándose cosas. yunouguataimin.
- Pero eso sólo me afecta a mí.
- No crea. Como mínimo, me deja a mí también adolorido. Camine pues, después hablamos.
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