abril 27, 2012

Fortune teller

Aún ahora, 10 años después de vivirlo, a veces me pregunto cómo fue posible soñar cosas que viviría fielmente tiempo después. Cómo fue posible soñar a los 15 años con bancas de parque dentro de un edificio que no conocería hasta unos años después, sentado junto a una joven de pelo castaño y un delgado saco azul claro que no había visto antes. Como en todo sueño, no vi su cara ni la de nadie cercano. Tampoco pasó mucho más, pero el creer que ya había visto esa imagen antes hizo que este escéptico y agnóstico viviera momentos de angustia (y bueno, angustiado ya me sentía por estar tratando de entablar una conversación con A., que a esas alturas ya me causaba más que curiosidad).

No había sido la primera vez y no fue la última. Esas premoniciones, unas más relevantes que otras, siguieron presentándose y no hice otra cosa más que tratar de anotar en algún papel lo que recordaba de mis sueños cada mañana. Lo que se antojaba irreal y difuso, quise convertirlo en un ejercicio metódico y ordenado casi como si quisiera administrar mis sueños.

En algún momento, cuando la distancia en el tiempo entre el sueño y la manifestación real del mismo fue haciéndose menor, creí que iba acercándose el momento de seguir a mi hermano y morir. O cualquiera de esas crisis que pueden darse en la vida. Pero simplemente no pasó nada y los sueños premonitorios dejaron de manifestarse, al menos por ahora. El único que aún recuerdo es precisamente aquel en el que me vi con A. una mañana, sentados los dos perdiendo el tiempo; después de dos trasteos en tres años, no conservo ninguna de las notas sobre los sueños que tuve.

¿Sería eso lo que hacían los oráculos?

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