Alguna vez, leyendo sobre sistemas sociales, encontré un texto en el que se afirmaba que la modernidad y lo que llaman posmodernidad podían distinguirse, entre otras cosas, por la forma en la que los individuos buscaban identificarse con un grupo (en el primer caso) e incluso identificarse a través de la diferencia, de la no semejanza con "los demás" o "los otros".
La diferencia, el no ser como otros, como aquellos, como los demás. La construcción de sí mismo a partir de la negación, de la diferenciación, en vez de hacerlo desde la afirmación. El no-ser.
Los sistemas sociales normalmente han sido incluyentes y excluyentes al mismo tiempo, en la medida en que, como sistemas vivos, se autolimitan. Sin embargo, su esencia ha estado siempre en el patrón a partir del que se autogeneran, no en el contenido o la generalización de su entorno.
Hoy en día es muy común encontrar a aquellos que se definen como pertenecientes a un grupo X o Y, hablando de sí mismos como "quienes no usan aquella herramienta", "quienes no se visten como aquellos otros", "quienes no hablan de cierta forma". Porque "si haces esto o aquello, no puedes identificarte con aquel grupo de individuos".
Esta tendencia llega hasta los límites banales de la interacción cotidiana, en la que el usar herramientas o versiones técnicamente simplificadas de objetos y herramientas permite clasificar a sus usuarios como seres pretenciosos e ingenuos que creen poder igualar la labor de aquel que, como parte de un grupo, hace uso del objeto o herramienta original.
Es claro que las influencias globales son cada vez más variadas, fuertes y llegan por más canales de forma simultánea. Sin embargo, ¿en qué momento cobró valor el definirse a sí mismo como la negación de algo más? Y sobre todo, para qué enfrascarse en una elaboración innecesaria de algo que no va más allá de disfrutar lo que se hace día a día en la vida, aún sabiendo cada uno que no se es hábil para toda tarea y oficio en el mundo?
abril 08, 2012
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