Un jueves cualquiera, en el que llegaba temprano a aquel edificio con bancas de parque en los pasillos. Como todos los jueves, buscaba llegar temprano para continuar en aquel acuerdo tácito con A. en el que llegábamos al menos media hora antes y así podíamos conversar un rato antes de entrar a la clase de todos los días. Todo producto de la casualidad, pues ambos lográbamos salir mucho tiempo antes de clase de 11.
Sin embargo, la conversación de este jueves en particular fue aún menos ortodoxa que todas las demás. Todo porque A. sintió la confianza suficiente para compartir sus sueños.
Siempre he creído que las personas le dan a sus sueños el valor suficiente para resguardarlos de desconocidos, como si en esas imágenes, a veces vívidas y a veces inconexas, se revelara aquello que con máscaras nos negamos a revelar y compartir. Es por eso que, salvo casos triviales, los sueños más descabellados o reveladores sólo se comparten con las personas en quienes se confía.
Pues sí, aquella mañana A. expuso sus sueños descabellados para los que buscaba alguna explicación. Describió luego cómo imaginaba las historias de El señor de los Anillos, qué le había gustado. Todo mientras sonreía, como si compartir las imágenes le hiciera feliz. Luego hablamos de la interpretación que le daría alguien siguiendo a Freud, cosa que le causó curiosidad y que llevó a que yo le prestara días después un libro de aquel viejo.
Ese jueves no tuvimos la clase de todos los días. Una pena no haberla invitado a almorzar aprovechando la coyuntura y la llovizna de ese día. Sólo recuerdo que cuando recibí de regreso ese libro a mediados de junio, lo revisé con ansiedad como si esperara alguna nota furtiva.
Porque a esas alturas yo también soñaba, supongo.
abril 30, 2012
abril 27, 2012
Fortune teller
Aún ahora, 10 años después de vivirlo, a veces me pregunto cómo fue posible soñar cosas que viviría fielmente tiempo después. Cómo fue posible soñar a los 15 años con bancas de parque dentro de un edificio que no conocería hasta unos años después, sentado junto a una joven de pelo castaño y un delgado saco azul claro que no había visto antes. Como en todo sueño, no vi su cara ni la de nadie cercano. Tampoco pasó mucho más, pero el creer que ya había visto esa imagen antes hizo que este escéptico y agnóstico viviera momentos de angustia (y bueno, angustiado ya me sentía por estar tratando de entablar una conversación con A., que a esas alturas ya me causaba más que curiosidad).
No había sido la primera vez y no fue la última. Esas premoniciones, unas más relevantes que otras, siguieron presentándose y no hice otra cosa más que tratar de anotar en algún papel lo que recordaba de mis sueños cada mañana. Lo que se antojaba irreal y difuso, quise convertirlo en un ejercicio metódico y ordenado casi como si quisiera administrar mis sueños.
En algún momento, cuando la distancia en el tiempo entre el sueño y la manifestación real del mismo fue haciéndose menor, creí que iba acercándose el momento de seguir a mi hermano y morir. O cualquiera de esas crisis que pueden darse en la vida. Pero simplemente no pasó nada y los sueños premonitorios dejaron de manifestarse, al menos por ahora. El único que aún recuerdo es precisamente aquel en el que me vi con A. una mañana, sentados los dos perdiendo el tiempo; después de dos trasteos en tres años, no conservo ninguna de las notas sobre los sueños que tuve.
¿Sería eso lo que hacían los oráculos?
No había sido la primera vez y no fue la última. Esas premoniciones, unas más relevantes que otras, siguieron presentándose y no hice otra cosa más que tratar de anotar en algún papel lo que recordaba de mis sueños cada mañana. Lo que se antojaba irreal y difuso, quise convertirlo en un ejercicio metódico y ordenado casi como si quisiera administrar mis sueños.
En algún momento, cuando la distancia en el tiempo entre el sueño y la manifestación real del mismo fue haciéndose menor, creí que iba acercándose el momento de seguir a mi hermano y morir. O cualquiera de esas crisis que pueden darse en la vida. Pero simplemente no pasó nada y los sueños premonitorios dejaron de manifestarse, al menos por ahora. El único que aún recuerdo es precisamente aquel en el que me vi con A. una mañana, sentados los dos perdiendo el tiempo; después de dos trasteos en tres años, no conservo ninguna de las notas sobre los sueños que tuve.
¿Sería eso lo que hacían los oráculos?
abril 24, 2012
Reminder
Querido diario. Hoy Fernando Torres hizo gol en una semifinal de Champions League. Al Barcelona que todos aman con locura. Supongo que este es mi último post.
Señores, ha sido un placer. ¿Dónde está la banda del Titanic?
Señores, ha sido un placer. ¿Dónde está la banda del Titanic?
Rastros, restos
Hay cosas que se quedan en uno después de conocer una persona e interactuar con ella lo suficiente. Esas cosas se quedan al menos por un tiempo, mezcladas entre los hábitos y la rutina. Se infiltran en las frases más simples y las tareas de todos los días.
Lo primero que se queda pegado son las pequeñas expresiones. Frases para responder de alguna forma en particular, símiles para hacer referencia a algo; las pequeñas expresiones se adhieren de repente como muletillas, extrañas para quien interactúa con uno frecuentemente. Así como llegan con facilidad, así mismo se van reemplazadas por nuevas expresiones robadas inconscientemente de otros.
Luego vienen las canciones. Normalmente se asocian a recuerdos, aunque en ocasiones es a través de alguien que se llega a un sonido diferente, a una canción que no deja de gustar. En la medida en que uno se apropia más de lo descubierto y lo liga menos a recuerdos de alguien, es más probable que el gusto perdure en el tiempo e incluso que crezca por su cuenta.
No sé hasta qué punto puede alguien cambiar sus hábitos al comer por influencia de otra persona. Creería que es un margen reducido y poco significativo más allá de lugares específicos y asociaciones particulares.
Lo que suele quedarse por más tiempo con uno son los libros. Los relatos que casualmente llegaron en medio de alguna clase, los que se recibieron como regalo, los que se descubrieron en medio de alguna conversación. Son referencias permanentes y recuerdos perennes. Uno los conserva con cariño por el simple hecho de ser libros, de tener hojas en permanente proceso de bronceado y de albergar dentro de ellos notas, apuntes e ideas.
Súmenle a esto que todo aquel a quien le regalo un libro se aleja y tendrán como resultado un temor imposible de superar.
Lo primero que se queda pegado son las pequeñas expresiones. Frases para responder de alguna forma en particular, símiles para hacer referencia a algo; las pequeñas expresiones se adhieren de repente como muletillas, extrañas para quien interactúa con uno frecuentemente. Así como llegan con facilidad, así mismo se van reemplazadas por nuevas expresiones robadas inconscientemente de otros.
Luego vienen las canciones. Normalmente se asocian a recuerdos, aunque en ocasiones es a través de alguien que se llega a un sonido diferente, a una canción que no deja de gustar. En la medida en que uno se apropia más de lo descubierto y lo liga menos a recuerdos de alguien, es más probable que el gusto perdure en el tiempo e incluso que crezca por su cuenta.
No sé hasta qué punto puede alguien cambiar sus hábitos al comer por influencia de otra persona. Creería que es un margen reducido y poco significativo más allá de lugares específicos y asociaciones particulares.
Lo que suele quedarse por más tiempo con uno son los libros. Los relatos que casualmente llegaron en medio de alguna clase, los que se recibieron como regalo, los que se descubrieron en medio de alguna conversación. Son referencias permanentes y recuerdos perennes. Uno los conserva con cariño por el simple hecho de ser libros, de tener hojas en permanente proceso de bronceado y de albergar dentro de ellos notas, apuntes e ideas.
Súmenle a esto que todo aquel a quien le regalo un libro se aleja y tendrán como resultado un temor imposible de superar.
abril 23, 2012
Found
Mi historia con Pearl Jam está poblada y guiada, como todo lo importante en la vida, por casualidades.
Se cruzaron en mi camino por primera vez en 1995, cuando encontré casualmente una copia del Vitalogy tirada en el piso del bus escolar. Tuvo que ser precísamente ese con su cubierta peculiar, llena de texturas y la letra que ahora recuerdo dorada pero que pudo ser de cualquier color; lo recuerdo y lo veo como si se tratase de un tesoro oculto bajo la arena, desabrigado de repente por las olas. Como no podía hacerme a la idea de poder apropiarme de algo ajeno, volví a dejarlo junto a la silla donde su dueño lo había olvidado.
Años más tarde, volví a cruzarme con ellos cuando algún compañero de ruta escolar y de tardes jugando Goldeneye, me sugirió participar en alguno de esos concursos radiales. El artista del mes era precísamente Pearl Jam. Descargamos varias versiones de la historia del grupo y las encajamos, en orden cronológico, con la letra más pequeña posible en hojas usadas; cada presentación fuera de lo común, cada premio, integrante y sencillo publicado, todo lo encontramos salvo el nombre de una canción que tocaron en alguna ceremonia de premios y que era la pregunta a responder. No gané pero comencé a conocerlos, a pasos agigantados.
El siguiente paso, unos tres o cuatro años después, fue escucharlos con paciencia. No una o dos veces, ni las mismas cuatro o cinco canciones que siempre suenan por ahí. Fue escuchar toda la discografía de corrido, durante varios días. En la mañana, entre clases, al almuerzo, caminando, en el bus de regreso, en casa trabajando. Llené mi vida de todo lo bonito que traen esas canciones. Desde entonces son el refugio para ser feliz o para dejar de estar triste, representan eso que suele estar tan lejos.
Y aún falta ir a verlos. Donde sea. Y llorar.
Se cruzaron en mi camino por primera vez en 1995, cuando encontré casualmente una copia del Vitalogy tirada en el piso del bus escolar. Tuvo que ser precísamente ese con su cubierta peculiar, llena de texturas y la letra que ahora recuerdo dorada pero que pudo ser de cualquier color; lo recuerdo y lo veo como si se tratase de un tesoro oculto bajo la arena, desabrigado de repente por las olas. Como no podía hacerme a la idea de poder apropiarme de algo ajeno, volví a dejarlo junto a la silla donde su dueño lo había olvidado.
Años más tarde, volví a cruzarme con ellos cuando algún compañero de ruta escolar y de tardes jugando Goldeneye, me sugirió participar en alguno de esos concursos radiales. El artista del mes era precísamente Pearl Jam. Descargamos varias versiones de la historia del grupo y las encajamos, en orden cronológico, con la letra más pequeña posible en hojas usadas; cada presentación fuera de lo común, cada premio, integrante y sencillo publicado, todo lo encontramos salvo el nombre de una canción que tocaron en alguna ceremonia de premios y que era la pregunta a responder. No gané pero comencé a conocerlos, a pasos agigantados.
El siguiente paso, unos tres o cuatro años después, fue escucharlos con paciencia. No una o dos veces, ni las mismas cuatro o cinco canciones que siempre suenan por ahí. Fue escuchar toda la discografía de corrido, durante varios días. En la mañana, entre clases, al almuerzo, caminando, en el bus de regreso, en casa trabajando. Llené mi vida de todo lo bonito que traen esas canciones. Desde entonces son el refugio para ser feliz o para dejar de estar triste, representan eso que suele estar tan lejos.
Y aún falta ir a verlos. Donde sea. Y llorar.
abril 17, 2012
Voy tarde
El último reloj que tuve lo perdí hace ya cinco años. Fue un regalo que recibí a los doce años y recién pude usar a los quince, un bonito reloj, apropiado para un brazo delgado y una persona introvertida.
Acostumbraba a quitármelo y ponerlo sobre la mesa cuando presentaba algún examen, como si me incomodara a pesar de no tenerlo en la mano con la que escribía, usándolo además para controlar el tiempo restante. Controlar el tiempo.
Tal vez sea casualidad, pero desde que perdí ese reloj dejé de procurar llegar antes de la hora fijada, elegí llegar a tiempo o irremediablemente tarde para no tener que esperar a nadie. Abandoné un poco el afán que trae consigo el tiempo restante y lo dejé vagar dentro del bolsillo en el que viajase el teléfono móvil de turno, creyendo que eso me haría un poco más feliz o al menos un poco más tranquilo. Pasé de ser aquel que se enojaba por tener que esperar a ser aquel que irrespeta los horarios arbitrarios y se limita a respetar el tiempo de los demás.
El reloj lo perdí en el examen final de Algoritmos, en un auditorio de Aulas de Ingeniería. La noche anterior dormí muy mal preparando entregas de otros cursos y, aunque seguí con el ritual automático de poner el reloj junto a las hojas, al levantarme para entregar el examen olvidé que debía recogerlo, por lo que cayó sin más al piso. Allí se quedó hasta que alguien más celebró su fortuna ese día -supongo-.
Confieso que desde entonces he tratado, periódicamente, de buscar un reloj que me guste lo suficiente para usar uno de nuevo. Hasta ahora sólo he encontrado uno que, casualmente, fue comprado días antes que volviese por él dinero en mano. Supongo que por ahora seguiré con el bajo perfil de transeúnte sin reloj que, al parecer, reduce el interés de los ladrones en esta ciudad.
Acostumbraba a quitármelo y ponerlo sobre la mesa cuando presentaba algún examen, como si me incomodara a pesar de no tenerlo en la mano con la que escribía, usándolo además para controlar el tiempo restante. Controlar el tiempo.
Tal vez sea casualidad, pero desde que perdí ese reloj dejé de procurar llegar antes de la hora fijada, elegí llegar a tiempo o irremediablemente tarde para no tener que esperar a nadie. Abandoné un poco el afán que trae consigo el tiempo restante y lo dejé vagar dentro del bolsillo en el que viajase el teléfono móvil de turno, creyendo que eso me haría un poco más feliz o al menos un poco más tranquilo. Pasé de ser aquel que se enojaba por tener que esperar a ser aquel que irrespeta los horarios arbitrarios y se limita a respetar el tiempo de los demás.
El reloj lo perdí en el examen final de Algoritmos, en un auditorio de Aulas de Ingeniería. La noche anterior dormí muy mal preparando entregas de otros cursos y, aunque seguí con el ritual automático de poner el reloj junto a las hojas, al levantarme para entregar el examen olvidé que debía recogerlo, por lo que cayó sin más al piso. Allí se quedó hasta que alguien más celebró su fortuna ese día -supongo-.
Confieso que desde entonces he tratado, periódicamente, de buscar un reloj que me guste lo suficiente para usar uno de nuevo. Hasta ahora sólo he encontrado uno que, casualmente, fue comprado días antes que volviese por él dinero en mano. Supongo que por ahora seguiré con el bajo perfil de transeúnte sin reloj que, al parecer, reduce el interés de los ladrones en esta ciudad.
abril 16, 2012
Worse
¿A qué le temen más las personas, a los sentimientos que provocan en los demás o a los sentimientos propios? ¿Será más miedoso el odio ajeno que el temor propio?
A veces, la respuesta es fácil cuando no has llegado a odiar, incluso a las personas muy cercanas que han decidido poner su comodidad por encima de la confianza que tenías en ellos. Cuando el odio no te dura y se hace muy parecido a la ira repentina y pasajera; es ahí que algunos decidimos cuidarnos de temer sabiéndonos incapaces de albergar odio.
Supongo que el rencor, la otra cara del odio, es completamente visceral y sólo sobrevive cuando no se dedica el tiempo suficiente a pensar en los motivos reales y en saber qué se siente en realidad. Creo firmemente que es sólo una excusa y nada más.
Es fácil prometer que no se odiará jamás sin faltar a mi palabra. Es imposible decir que no se tendrá miedo.
A veces, la respuesta es fácil cuando no has llegado a odiar, incluso a las personas muy cercanas que han decidido poner su comodidad por encima de la confianza que tenías en ellos. Cuando el odio no te dura y se hace muy parecido a la ira repentina y pasajera; es ahí que algunos decidimos cuidarnos de temer sabiéndonos incapaces de albergar odio.
Supongo que el rencor, la otra cara del odio, es completamente visceral y sólo sobrevive cuando no se dedica el tiempo suficiente a pensar en los motivos reales y en saber qué se siente en realidad. Creo firmemente que es sólo una excusa y nada más.
Es fácil prometer que no se odiará jamás sin faltar a mi palabra. Es imposible decir que no se tendrá miedo.
abril 13, 2012
Came undone
Hasta ahora no he visto o leído a ninguno de los miles de motivadores, en sus libros y canciones, decirle a la gente que aprenda a valorar más los momentos realmente difíciles y dolorosos de la vida. Que se conozcan a sí mismos recordando cómo se reconstruyeron de alguna forma a partir de esos momentos. Que no le den tantas vueltas a los ires y venires de lo cotidiano sabiéndose capaces de continuar, de dejar ir, de no pensarlo todo una y otra vez, porque ya se estuvo frente a la tristeza más grande.
El que más se acerca sin tener intención de motivar a nadie es Darío Gómez y le quedó faltando.
abril 12, 2012
Excusas
Resulta difícil de entender la indignación profunda que ha generado en ese reducido segmento de la población, el que se haya aprobado una ley predecible y anunciada en la que se reafirman tipos penales ya existentes, casi como si se tratara de hacer una plana o reescribir algo en una nueva página del cuaderno para recibir un sello de aprobación.
La ley aquí vive en el papel, sobre todo estas leyes que surgen como respuesta a acuerdos. El país internamente convive constantemente con la ilegalidad y tácitamente acepta conductas contrarias a lo que el Diario Oficial dispuso algún día. Porque aquí la Ley es excusa cuando los acuerdos tácitos de la calle se agotan, nada más.
abril 11, 2012
Galvanize
Una de las situaciones a las que lleva la introversión es a no expresar lo que se piensa o se siente en la misma medida que el común de las personas. Expresividad. Se da eso que algunos creen que es alimentar el mundo interior. En el fondo, es quedarse con aquello que normalmente iría dirigido al mundo (teniendo en cuenta que uno mismo ya lo sabe y no tiene que repetírselo) pero que, por algún motivo, se decide no dejarlo ir.
Este no dejar ir, cuando aquello que se guarda es lo suficientemente significativo, normalmente termina en manifestaciones físicas de tensión o estrés; somatizar la ansiedad por, quizás, exteriorizar algo que tal vez valga la pena, de pronto esto sí es importante, quizás esto tenga valor para alguien, tal vez, quizás, qué más da. Tensión.
Las manifestaciones son tan variadas como partes tiene el cuerpo. A veces es la tensión en los isquiotibiales que causa dolor constante en la rodilla, a veces es dolor de cabeza no localizado. Con el que se identifican muchos es con el malestar estomacal o intestinal, las agrieras y el reflujo. Mientras más intenso sea aquel sentimiento o idea que se refrena, más fuerte o prolongado suele ser el malestar asociado, al punto de llevar al paciente a quedarse en cama, como su fuese una aflicción causada por cualquier factor externo.
Para este comportamiento existen dos soluciones u opciones de mejora. Se puede vivir tomando antiácidos, ibuprofeno y calmantes para el dolor muscular, es una opción. También se puede jugar a exponerse lo suficiente y compartir lo que pasa por la cabeza (o por las tripas, con sus cosas viscerales).
Bien podría usarse la canción aquella, muy death gore metal, busca por dentro. Porque allá en el fondo están mis sentimientos (angustias, miedos, enojos. Todo eso).
Este no dejar ir, cuando aquello que se guarda es lo suficientemente significativo, normalmente termina en manifestaciones físicas de tensión o estrés; somatizar la ansiedad por, quizás, exteriorizar algo que tal vez valga la pena, de pronto esto sí es importante, quizás esto tenga valor para alguien, tal vez, quizás, qué más da. Tensión.
Las manifestaciones son tan variadas como partes tiene el cuerpo. A veces es la tensión en los isquiotibiales que causa dolor constante en la rodilla, a veces es dolor de cabeza no localizado. Con el que se identifican muchos es con el malestar estomacal o intestinal, las agrieras y el reflujo. Mientras más intenso sea aquel sentimiento o idea que se refrena, más fuerte o prolongado suele ser el malestar asociado, al punto de llevar al paciente a quedarse en cama, como su fuese una aflicción causada por cualquier factor externo.
Para este comportamiento existen dos soluciones u opciones de mejora. Se puede vivir tomando antiácidos, ibuprofeno y calmantes para el dolor muscular, es una opción. También se puede jugar a exponerse lo suficiente y compartir lo que pasa por la cabeza (o por las tripas, con sus cosas viscerales).
Bien podría usarse la canción aquella, muy death gore metal, busca por dentro. Porque allá en el fondo están mis sentimientos (angustias, miedos, enojos. Todo eso).
abril 10, 2012
abril 09, 2012
Deal
Hagamos un trato.
Tú dejas que el bulbo raquídeo lata, que el líquido cefalorraquídeo vaya de aquí para allá y haga lo que tiene que hacer.
Yo acepto soñar despierto una o dos veces al día. Máximo dos.
Tú permites que los sueños de cada noche versen sobre cualquier cosa que me interese, conscientemente o no.
Yo acepto dejar que tus sueños diurnos hagan latir el corazón más rápido.
Tú me permites sentirme mal por lo que veo en tus sueños diurnos.
Yo te permito vivir en mí hasta que lo improbable sea posible o hasta que sea completamente imposible. Bien por las condiciones del entorno, bien porque el olvido te lleve consigo; con él es imposible hacer tratos de algún tipo.
Que sea un trato.
Tú dejas que el bulbo raquídeo lata, que el líquido cefalorraquídeo vaya de aquí para allá y haga lo que tiene que hacer.
Yo acepto soñar despierto una o dos veces al día. Máximo dos.
Tú permites que los sueños de cada noche versen sobre cualquier cosa que me interese, conscientemente o no.
Yo acepto dejar que tus sueños diurnos hagan latir el corazón más rápido.
Tú me permites sentirme mal por lo que veo en tus sueños diurnos.
Yo te permito vivir en mí hasta que lo improbable sea posible o hasta que sea completamente imposible. Bien por las condiciones del entorno, bien porque el olvido te lleve consigo; con él es imposible hacer tratos de algún tipo.
Que sea un trato.
abril 08, 2012
Belonging
Alguna vez, leyendo sobre sistemas sociales, encontré un texto en el que se afirmaba que la modernidad y lo que llaman posmodernidad podían distinguirse, entre otras cosas, por la forma en la que los individuos buscaban identificarse con un grupo (en el primer caso) e incluso identificarse a través de la diferencia, de la no semejanza con "los demás" o "los otros".
La diferencia, el no ser como otros, como aquellos, como los demás. La construcción de sí mismo a partir de la negación, de la diferenciación, en vez de hacerlo desde la afirmación. El no-ser.
Los sistemas sociales normalmente han sido incluyentes y excluyentes al mismo tiempo, en la medida en que, como sistemas vivos, se autolimitan. Sin embargo, su esencia ha estado siempre en el patrón a partir del que se autogeneran, no en el contenido o la generalización de su entorno.
Hoy en día es muy común encontrar a aquellos que se definen como pertenecientes a un grupo X o Y, hablando de sí mismos como "quienes no usan aquella herramienta", "quienes no se visten como aquellos otros", "quienes no hablan de cierta forma". Porque "si haces esto o aquello, no puedes identificarte con aquel grupo de individuos".
Esta tendencia llega hasta los límites banales de la interacción cotidiana, en la que el usar herramientas o versiones técnicamente simplificadas de objetos y herramientas permite clasificar a sus usuarios como seres pretenciosos e ingenuos que creen poder igualar la labor de aquel que, como parte de un grupo, hace uso del objeto o herramienta original.
Es claro que las influencias globales son cada vez más variadas, fuertes y llegan por más canales de forma simultánea. Sin embargo, ¿en qué momento cobró valor el definirse a sí mismo como la negación de algo más? Y sobre todo, para qué enfrascarse en una elaboración innecesaria de algo que no va más allá de disfrutar lo que se hace día a día en la vida, aún sabiendo cada uno que no se es hábil para toda tarea y oficio en el mundo?
La diferencia, el no ser como otros, como aquellos, como los demás. La construcción de sí mismo a partir de la negación, de la diferenciación, en vez de hacerlo desde la afirmación. El no-ser.
Los sistemas sociales normalmente han sido incluyentes y excluyentes al mismo tiempo, en la medida en que, como sistemas vivos, se autolimitan. Sin embargo, su esencia ha estado siempre en el patrón a partir del que se autogeneran, no en el contenido o la generalización de su entorno.
Hoy en día es muy común encontrar a aquellos que se definen como pertenecientes a un grupo X o Y, hablando de sí mismos como "quienes no usan aquella herramienta", "quienes no se visten como aquellos otros", "quienes no hablan de cierta forma". Porque "si haces esto o aquello, no puedes identificarte con aquel grupo de individuos".
Esta tendencia llega hasta los límites banales de la interacción cotidiana, en la que el usar herramientas o versiones técnicamente simplificadas de objetos y herramientas permite clasificar a sus usuarios como seres pretenciosos e ingenuos que creen poder igualar la labor de aquel que, como parte de un grupo, hace uso del objeto o herramienta original.
Es claro que las influencias globales son cada vez más variadas, fuertes y llegan por más canales de forma simultánea. Sin embargo, ¿en qué momento cobró valor el definirse a sí mismo como la negación de algo más? Y sobre todo, para qué enfrascarse en una elaboración innecesaria de algo que no va más allá de disfrutar lo que se hace día a día en la vida, aún sabiendo cada uno que no se es hábil para toda tarea y oficio en el mundo?
abril 07, 2012
abril 04, 2012
Anfangen
Él había elegido sentarse sobre el barandal de ladrillo, recostado contra la columna. Era un lugar extraño, una suerte de balcón dentro del edificio que daba a la entrada principal. Estando en un tercer piso, permitía ver a todos los que entraban y salían, a lo lejos, sin involucrarse o mezclarse entre ellos. Además, el lugar era poco frecuentado puesto que allí se programaban clases de grupos no muy numerosos o de carreras poco populares.
Era el primer día y sin embargo él lograba sentirse cómodo allí, recostado contra la columna, sentado junto al vacío. Curiosamente el edificio ofrecía una pobrísima recepción de radio a quienes intentaban oirla dentro de él, por lo que recostarse contra la columna ayudaba a mejorarla considerablemente. Pragmatismo. Aislamiento. Oir la radio mientras observaba a las personas que discurrían junto al vendedor de libros en la entrada. El monólogo interior de fondo.
Y la vio llegar. Justo cuando ella entraba al edificio, pasando junto al vendedor de libros, le miraba allí arriba donde él estaba. El vacío junto a él se llenó de ella y él sólo atinó a saltar de su sitio, alejándose del balcón aterrado. Un segundo después, él se preguntaba por qué lo había hecho. Sin pensarlo, había reaccionado a una mirada fugaz como si fuese un animal salvaje tras de él; sintió el miedo primigenio.
¿Quién era ella? Recordaba haberla visto en la clase del semestre anterior, sin haber cruzado palabra jamás. Recordaba verla trabajar siempre junto a la misma persona, sin más. Y sin embargo, él había huído, se había atrincherado tras el barandal como si del otro lado llovieran napalm y morteros.
La escalera. Ella subiría por la escalera que estaba tras la columna en la que se había recostado hasta hace un minuto. Él decide que actuará con normalidad pues, finalmente, nada ha sucedido y nada debe temer. Y como la normalidad implica volver a la radio y al monólogo interior, él vuelve a sentarse en el barandal recostándose en la columna junto a la escalera. Espera. Baja la mirada para ayudarle a la visión periférica. Nada. Ni monólogo interior ni rastro de ella. Sólo la radio.
De pronto, ve moverse algo frente a él, unos tennis grises. Ella había subido por otras escaleras en un costado del edificio y había llegado por el pasillo frente a él. Sorpresa.
- Hola. ¿Es aquí la clase de alemán?
- Alemán dos. Sí.
Aquí él sólo reacciona, así que curiosamente habla con normalidad y, como siempre, hace muchos gestos con las manos. En este caso, se quita uno de los audífonos y luego acompaña su afirmación con dos dedos de su mano derecha.
- ¿Sabes si habrá alguien más del curso anterior?
- Llegué temprano y no he visto a nadie más. Según las listas de registro deberían seguir varios pero realmente no lo sé.
Ella, saquito verde, blusa blanca, jeans y tennis grises. En principio sentada al otro lado del barandal, ahora se acercaba para conversar. Él seguía recostado contra la columna para no tener que pensar en cómo sentarse. Seguirían solos por media hora más. Sería la primera de muchas conversaciones. La primera de muchas coincidencias. El primer motivo para los remordimientos futuros.
Ahora él ya sabía su nombre y podía asociarlo a todas las imágenes que recordaba cuando volvía a pensar en todo ello. Era A.
Era el primer día y sin embargo él lograba sentirse cómodo allí, recostado contra la columna, sentado junto al vacío. Curiosamente el edificio ofrecía una pobrísima recepción de radio a quienes intentaban oirla dentro de él, por lo que recostarse contra la columna ayudaba a mejorarla considerablemente. Pragmatismo. Aislamiento. Oir la radio mientras observaba a las personas que discurrían junto al vendedor de libros en la entrada. El monólogo interior de fondo.
Y la vio llegar. Justo cuando ella entraba al edificio, pasando junto al vendedor de libros, le miraba allí arriba donde él estaba. El vacío junto a él se llenó de ella y él sólo atinó a saltar de su sitio, alejándose del balcón aterrado. Un segundo después, él se preguntaba por qué lo había hecho. Sin pensarlo, había reaccionado a una mirada fugaz como si fuese un animal salvaje tras de él; sintió el miedo primigenio.
¿Quién era ella? Recordaba haberla visto en la clase del semestre anterior, sin haber cruzado palabra jamás. Recordaba verla trabajar siempre junto a la misma persona, sin más. Y sin embargo, él había huído, se había atrincherado tras el barandal como si del otro lado llovieran napalm y morteros.
La escalera. Ella subiría por la escalera que estaba tras la columna en la que se había recostado hasta hace un minuto. Él decide que actuará con normalidad pues, finalmente, nada ha sucedido y nada debe temer. Y como la normalidad implica volver a la radio y al monólogo interior, él vuelve a sentarse en el barandal recostándose en la columna junto a la escalera. Espera. Baja la mirada para ayudarle a la visión periférica. Nada. Ni monólogo interior ni rastro de ella. Sólo la radio.
De pronto, ve moverse algo frente a él, unos tennis grises. Ella había subido por otras escaleras en un costado del edificio y había llegado por el pasillo frente a él. Sorpresa.
- Hola. ¿Es aquí la clase de alemán?
- Alemán dos. Sí.
Aquí él sólo reacciona, así que curiosamente habla con normalidad y, como siempre, hace muchos gestos con las manos. En este caso, se quita uno de los audífonos y luego acompaña su afirmación con dos dedos de su mano derecha.
- ¿Sabes si habrá alguien más del curso anterior?
- Llegué temprano y no he visto a nadie más. Según las listas de registro deberían seguir varios pero realmente no lo sé.
Ella, saquito verde, blusa blanca, jeans y tennis grises. En principio sentada al otro lado del barandal, ahora se acercaba para conversar. Él seguía recostado contra la columna para no tener que pensar en cómo sentarse. Seguirían solos por media hora más. Sería la primera de muchas conversaciones. La primera de muchas coincidencias. El primer motivo para los remordimientos futuros.
Ahora él ya sabía su nombre y podía asociarlo a todas las imágenes que recordaba cuando volvía a pensar en todo ello. Era A.
abril 03, 2012
In pain
(...) Se murió exactamente a las cuatro. Apenas hubo ese gran silencio, mi madre abrió la ventana "para que el alma pueda volar". Objetivamente, esa noche no fue desgarradora, pero es como si hubieran plantado una semilla que luego creció para transformarse en el dolor. La planta empezó a crecer durante el funeral bajo la forma de la vergüenza. Sentía la piedad de los demás: "Pobre, perdió a su padre". Luego, vino la furia contra mi hermano que estaba llorando. Mostraba su sufrimiento, yo no. Más tarde, vinieron el miedo de ya no estar protegido, la pena frente a la soledad de mi madre, el vacío... Las mil facetas del dolor. Fue entonces cuando sentí en mis entrañas esa laceración, esa desgarradura. Tenía doce años. Era el 18 de junio de 1948. Su muerte no fue el punto culminante de mi dolor, sino una bomba con efecto retardado.
Sophie Calle. Dolor Exquisito (fragmento)
Fue mi hermano, fue a los 14 años. Creo que a partir de ese momento, me parezco un poco más a él.
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