El día en el que más cerca estuve de morirme no fue el día en el que pensé que iba a morirme. Supongo que es lo normal.
Ya había hablado antes de eso, creo. Creo que esta situación, en la que muchos comparten esa misma emoción que tuve en 1990, es la más extraña porque yo, lejos de creerme inmune o invulnerable, simplemente ejercito la aceptación, esa que salió conmigo de la clínica convertida en un Rambo de las emociones. Ya comienzan a aparecer los casos de personas cercanas a alguien conocido que están en cuidados intensivos y es ahí que todo se hace más real y menos especulativo.
Como con el día que casi me muero. La incapacidad para hacer casi cualquier cosa en los días siguientes era la confirmación de todo lo anterior, del dolor inconmensurable y de la cirugía peligrosa. De las dificultades y las omisiones. De los eventos afortunados y de los registros en la historia clínica. Son las cosas que llegan luego las que confirman que la situación fue y ha sido seria.
Cuando me preguntaban (con frecuencia) si estaba enojado por las cosas que habían salido mal, siempre respondí lo mismo de la forma más sincera posible: Hago más ocupándome de recuperarme que de la furstración y el enojo por lo que salió mal o por el dolor por el que había pasado. Hacemos más ocupandonos de cuidarnos hoy. Sin divagar sobre los futuros probables; sólo metas realistas. Y cuidar de nosotros también incluye reconocer que la vida es muy corta para soportar estupideces. Fachos, nazis y demás son aún más insoportables que antes.
Las personas se siguen muriendo en soledad debido al virus
que nos tiene en casa y muchos sienten la necesidad de dejar saber que
sus creencias, religiosas o políticas, siguen firmes y la situación
actual sólo las confirma. Incluso si no es cierto en lo absoluto. Y en
general eso no importa, a menos que eso condicione tu capacidad para
ejercer la simpatía o la empatía. Porque, seamos sinceros, el poder
ejercer desde lo político sigue siendo un privilegio. Como casi
cualquier cosa que uno hace a diario sin pensar mucho. Entonces, mi camino ha sido la aceptación combinada con el autocuidado.
La enfermedad como situación es igual a la vida común y corriente. Sólo cambia la rutina.
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