Estar hospitalizado por un tiempo prolongado es, ante todo, un curso de paciencia. Estoy tentado a llamarlo un curso rápido, una de esas cosas que en veintiún días le da a uno conocimiento en cualquier disciplina, arte u oficio. Paciencia para dummies, tal vez. Pero no.
Una hospitalización es lenta. Las horas discurren al ritmo del goteo en cada bolsa, manguera y aparato que le enchufan a las venas. El sol se mueve sobre uno y el día pasa en la medida en que uno ve al sol moverse y a la noche abalanzarse. Los turnos de enfermería van y vienen, los médicos llegan a preguntar cómo estoy, cómo me siento, qué me duele, siempre a la misma hora. Los pacientes en otras habitaciones llegan, sanan y se van.
Y yo, yo sigo en la misma habitación, con una barba cada vez más larga y con un pelo cada vez más difícil de manejar. Deambulo con mi atril lleno de aparatos, bolsas y mangueras, recorro los mismos pasillos una y otra vez hasta que me siento agotado. Veo por las ventanas cómo la ciudad se ahoga en polución. Y yo, yo sigo aquí y voy camino a ser el vecino loco que golpea en cada puerta y los saluda a todos.
Lleno mis días con fútbol, libros, películas viejas a las que nunca les había sacado tiempo pero siempre quise ver. Recibo visitas, unas más inesperadas que otras. Me dejo mimar, me dejo cuidar. Me toman los signos vitales, me sacan sangre, me cambian los vendajes modernos que cubren todo lo que tienen metido dentro mío. Mido la orina antes de verterla en el sanitario, anotamos la cantidad y la hora.
Es una diminuta rutina reducida a un par de pasillos en un edificio silencioso y alejado del mundo. Me atienden en un lugar lleno de privilegios que, igual, no es mi mundo ni alberga mi vida. Llevo más de una semana sin comer algo o bogarme un vaso de cualquier cosa y poco a poco comienzo a sentir hambre. Trato de dormir poco pero el cuerpo, débil, hace mil señales y no hago más que ser paciente. Conmigo. Con los otros. Con las máquinas. Con las visitas. Con las agujas. Con los tubos que tengo saliendo del cuerpo. Con el frío. Con el sol al que le agradezco cada minuto que se deja ver.
Soy paciente. Un paciente.
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