marzo 30, 2020

Memorias de una hospitalización VI

Una de las constantes durante la hospitalización está en la presencia constante y frecuente de enfermeras y enfermeros. Jefes y auxiliares que hacen de mi rutina la suya propia. Personas que acuden cada día exclusivamente a hacer lo que los médicos ordenan y lo que su experiencia dice que es mejor para uno. Procedimientos, medicinas, actividades, todo lo que un paciente requiera. Súmenle las estupideces que uno no puede hacer cuando no hay acompañante cerca (levantarse solo e ir a orinar, apagar la luz, levantarse solo e ir por el teléfono o las sandalias fuera de alcance). Es pura voluntad de servir hecha persona. Y todo con absoluta buena onda, con simpatía y cuidado que abarca también lo emocional.

El servicio acá, sin embargo, es visto por un grupo numeroso como servidumbre. Como que usted hace lo que yo diga porque yo mando, yo pago o yo tengo más que usted (con todo y el alejamiento en lo verbal). Como que ya no se trata de ir a donde la gente que sí sabe cómo sanarme y pasa a ser el ir a que hagan lo que yo diga mediado por un médico que yo pago.

La enfermera, esa persona capacitada para llevar a cabo numerosos y a veces, delicados procedimientos médicos, es vista por algunos como la servidumbre que está ahí para hacerle al recién nacido sus primeros cambios de pañal. Las restricciones al caminar sin acompañamiento se toman como juegos y reglas caprichosas -aunque los datos digan que son esas caídas las principales causas de complicaciones y dolencias adicionales-.

Recuerdo a una paciente vecina, una mujer mayor que pasaba la mayor parte del tiempo inconsciente y que era acompañada por alguien que creíamos que era su hija. Las enfermeras rehuían el ir a hacer las tareas rutinarias allí porque esta acompañante no las dejaba hacer lo que era necesario (cosas esenciales como cambiar su posición cada cierto tiempo para que no le salieran llagas) por nimiedades como querer tomarle una foto para la familia o dejarla como está porque los familiares la están visitando.
Y como este, numerosos casos en los que una persona acompañante salía a gritar a la isla de enfermería, vociferando quejas que no se compadecían con las tareas que sí estaban haciendo o con lo que el médico tratante había ordenado. Solicitudes inverosímiles o de plano estúpidas. La incapacidad absoluta de seguir instrucciones o interesarse por seguirlas. Creer que el servicio médico es otro juego de poder más en el que creen necesario establecer jerarquías que los incluyan.

Como en la calle, donde el tamaño de la SUV, lo lleno del carrito de mercado o lo caros que sean los zapatos pretende determinar quién tiene prelación. Que es lo que normalmente pasa y hace del servicio de salud un espacio de resistencia, como supondría que lo son las escuelas y los colectivos auto organizados.

Gratitud infinita para con quienes lo hicieron todo para que yo sanara y pudiese volver a casa. Me alegra haber sido una foto en su grupo de WhatsApp, donde salía yo con mi ropa para salir junto a un mensaje escrito en un tablerito. Un mensaje dando las gracias que fue todo lo que pude ofrecerles al final. Pensaba en volver con postres para compartir entre todos los turnos de enfermería que me atendieron, pero ya ni siquiera sé si estaran asignados al mismo piso o si el acercarme a la clínica haga mas estorbo que otra cosa.

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