marzo 13, 2020

Memorias de una hospitalización II

Hay algunas cosas que se dan por ciertas en la rutina de la vida y pasan a ser logros hercúleos cuando se está hospitalizado. Son los Trabajos de Alfabravo, pero sin matar animales (mitológicos o no).

Levantarse de la cama sin ayuda es una de esas cosas. Acomodarse de lado, bajar una pierna, luego la otra, luego empujar al mundo entero con los brazos y lograr que todo gire hasta que uno queda sentado en el borde. Después viene el apoyar los piés en el piso y empujar el culo hacia adelante, también con los brazos. Mira mamá, ¡sin poder hacer fuerza con el abdomen!

Comer. Masticar algo, encontrarle el sabor y el olor, sentir que va a la panza y que se siente bien. Masticar una papa hasta que sabe dulce en la boca. Oler el pan fresco. Extrañar los vegetales y anhelar un pedazo de queso. No sentir hambre, no tener la cabeza preguntando cuándo será que le daré alimento a la barriga y al corazón.

Caminar. Andar con la espalda erguida para honrar a los antepasados que se bajaron de los árboles. Dar un paso y luego otro. Andar por más de cinco minutos sin sentir los oblícuos calientes por el esfuerzo, equivalente a haber hecho quinientas abdominales o algo así. No tener ganas de dormir después de cien pasos. No sentir ahogo después de doscientos. Llegar a algún lugar más allá de una habitación o un piso del hospital. Ir a alguna parte, a cualquiera. A donde sea.

Bañarse. Hacerlo sin ayuda, hacerlo de pie y no sentado en una silla con gruesas patas con cubiertas de goma. Poder tener las dos manos libres y no pensar en los múltiples tubos plásticos conectados al cuerpo. No tener que preguntarse si estará bien que le caiga agua a cada uno de los rotos y cicatrices. O jabón. No necesitar un protocolo amplio para cubrirlo todo con plástico para que no se moje.

Dormir. Descansar, poder dormir de lado o boca abajo si se prefiere. Poder poner los brazos de cualquier forma sin que moleste el catéter en el antebrazo, ese que entra por ahí y llega hasta el corazón. No tener que pensar en que la bolsa del dren -la que está enchufada a la barriga- no termine mordida por los gatos o debajo de las costillas.

Ser libre. Vivir más allá de una cama, una silla, cuatro paredes y un par de pasillos. Elegir qué ponerse -o no ponerse nada-, qué comer, a qué hora dormir (sin despertarse para que tomen los signos vitales). Hacer planes. Ayudar a los amigos. Tomarse un café en el lugar favorito. Comer cosas con grasa o muy picosas sin miedo. Ser autónomo e independiente.

Vivir sin dolor. No tener miedo de sentarse, pararse, acostarse u orinar pensando en que dolerá. No morir de expectativa pensando en el siguiente procedimiento médico, sobre todo si es invasivo (si deja un roto en la piel). No echar globos sobre cómo será la sacada de lo que está por dentro y dolió al ponerlo ahí. No necesitar la opción del dichoso rescate, no tener viajes cósmicos intergalácticos.

Poder dormir arrunchado. Llevo treinta y siete días tratando de recuperarme y han sido treinta y siete noches en las que no he podido dormir junto a M. y los gatos. Como todas las noches anteriores.

No gastarse el estoicismo en esto. No necesitar aceptarlo todo, dejar ir la ilusión de control y esperar, una semana tras otra, a que todo termine, a que sane lo que estaba dañado, a que la homeóstasis haga lo suyo y yo vuelva a ser yo, a comer como yo comía y a vivir como yo vivía. Que no sea necesario sacar la resilencia infinita del fondo del corazón y de la barriga maltrecha. No seguir superando mi propia marca de qué tanto puedo soportar sin terminar con el espíritu quebrado.

Elegir la compañía. Poder elegir con quién se pasa el tiempo o si se necesita tiempo a solas. No ser como ese señor que salía a caminar solo y se fue solo cuando le dieron salida. No ser como el otro señor al que trescientos familiares le invadían la habitación cada noche.

Estar un poco más lejos de la línea de supervivencia. Ya pasé suficiente tiempo estando demasiado cerca de esa frontera en la que todo es delicado, crítico, vital o arriesgado. Que mi cuerpo no sea un berenjenal de estrés.

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