septiembre 24, 2016

Religens

Algún antiguo maestro nos decía en un amplio auditorio que la palabra religioso tenía al menos dos posibles orígenes latinos. Uno era religens, otro era la negación de negligens como uso cuidadoso de la fuerza, esa fuerza.

Las personas le dan solemnidad a un montón de cosas ahora. Que la soledad es quietud y silencio, que los museos son para hacer cara de consternación y no decir ni mú, que el arte es para quedarse quieto como si fuésemos la mujer de Lot viendo a la Medusa, que en los aviones toca ir como Kate Winslet en Titanic. Para no ir tan lejos, todo lo nuevo nos produce esa misma sensación de ir, probar y ver qué pasa. Transmilenio era pura paz hasta que nos cogimos confianza y ahí se llenó de arte urbano.

Hasta donde recuerdo, uno de los pasos más importantes en el surgimiento de la burguesía europea fue esa separación de la realidad mundana y la realidad trascendente. Lo que dicen en Carmina Burana por un lado (la beberecua, la buena o mala fortuna, la gente bobiando por ahí), lo que dice el cura en la homilía por el otro. Parte de separar era quitarle solemnidad a lo cotidiano. Las bebidas fuertes no eran la fuente de todo mal sino el acompañamiento perfecto para celebrar y ser felices.

No dejo de creer que a uno le toca hacer esa misma tarea y quitarle la solemnidad a las cosas del mundo. Ponerle música o versos a la soledad, viajar en avión con camiseta y crocs, reirse y llorar en los museos. Apropiarse de todo y crear una versión que le guste a uno.

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