Siempre será extraño que se dediquen recursos y personas a revisar que lo que se lleva en una maleta esté entre las cosas "permitidas". Qué haya máquinas, animales y personas dedicando sus días a comprobar que la harina y los dulces no sean realmente alguna otra cosa. Que se busquen drogas y comida, que haya algo que buscar y no tenga que ver con la seguridad del vuelo mismo.
El oficial que revisó mi maleta en la inspección aleatoria olfateó cada paquete y, cuando llegó a las latas de lecherita, apenas atinó a decir Tengo que abrir una. Le respondí que no había lío, que era su trabajo. Una vez comprobó su contenido legal, me dijo que bien podía tomarme eso para no perderlo, a lo que dije que era mi hermana quien gustaba de esa cosa y no yo. Apenado, se sentó y ofreció disculpas. La lata abierta quedó en la mesa; el lanudo perro que olfateaba todo tampoco se veía interesado en ella.
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