El viernes iba en el bus de regreso a casa. Una de las rutas que va por la carrera once hacia el sur. Yo vi que iban dos buses de la misma ruta juntos y logré subirme al que iba por delante, que eventualmente rotaban y el más vacío pasaba a ir unos metros detrás.
Al llegar a Andino, varias personas subieron y bajaron del bus. Avanzó luego unos veinte metros y paró para esperar el cambio del semáforo. Ahí fue cuando una señora en sus sesentas se paró junto a la puerta de entrada y le decía a viva voz al conductor que El bus va vacío y usted no me deja subir. El conductor, calmado y amable, le dijo que detrás estaba el otro bus, que seguramente estaba más desocupado y que ese sí estaba junto al paradero y podía abrir la puerta.
Todos sabíamos que eso era cierto pero la señora sólo quería subirse al bus. Era uno más de esos casos en los que la persona sólo quiere gritar, quejarse, y no atiende razones ni argumentos. La señora se fue caminando hacia el paradero dejando oír un hijueputa malparido ante el que todos en el bus se reían sorprendidos.
Ahora resulta que los ancianos son seres afables que no dicen una mala palabra jamás. Súmenle que nadie junto a la señora evita que traten mal al conductor.
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