abril 25, 2020

Memorias de una hospitalización XI

¿Cuál es el fluído corporal que más les disgusta? Ya habíamos hablado antes de la relación cultural que tenemos con lo que sale del cuerpo por diversos orificios. Imaginen ahora que pueden llegar a tener orificios adicionales (ojalá temporales, por su propio bienestar).

Los mocos no suelen ser una preocupación y uno se olvida de ellos con facilidad; la mayoría del tiempo son unos moquitos ahí secos que no estorban ni se hacen notar. El cuerpo se gasta ese líquido en otras cosas: reservas para sobrevivir a la crisis, eliminar todas las porquerías (medicinas) que tiene adentro, mantener los procesos metabólicos esenciales. Cosas así. El cuerpo prefiere cosas importantes y a veces contraintuitivas, como tener las piernas del tamaño de las de Zlatan. (Y, por si se lo preguntan, el pipí también se hincha y se ve como un bicho de esos que comen gente en Tremors, o como uno de los bichos que salen en Dune). Uno tampoco suda a menos que esté sudando frío y, si eso está pasando, normalmente uno tiene cosas más graves de las cuales preocuparse.

La sangre, esa se manifiesta más a menudo. Hay múltiples punzadas, cortes, chuzadas para revisar la glucometría, agujas para tomar muestras de sangre, perforaciones para drenar el peritoneo, catéteres para enviar nutrientes directo al corazón. La sangre se deja ser y discurre de a poquitos hasta que algo la ataja. Uno la ve y se habitúa a su presencia. Ya se sabe que eso se puede salir pero que normalmente no pasa nada con ello. El olor de la sangre se queda por ahí, en algún rincón de la nariz o del recuerdo y definitivamente no lo llama a uno a ninguna cosa, contrario al dicho popular aquel.

La orina suele ser tratada con desdén. Uno bien puede terminar con una sonda vesical. ¿Qué es una sonda vesical?, pregunté yo con completa ingenuidad y total desconocimiento en medio del dolor más hijueputa que he sentido en la vida -muy levemente mediado por opioides-.Es una sonda que entra por la uretra y llega derecho hasta la vejiga, me dijo la enfermera tras una pausa nerviosa (sólo en el discurso; sus manos seguían poniendo anestesia local en la sonda). Y sí, tal cual. Esa vaina entra y uno ni se entera porque está ya ocupado quejándose por otra cosa. De ahí en adelante uno se pregunta a veces si debería preocuparse por la falta de ganas de mear, cosa que da paso a una resignación en la que uno ve como la orina deja de necesitar de uno para escurrirse fuera. La bolsa se llena sin que uno se entere, la orina se va sin despedirse y sin dejar que uno sienta ese fresquito cuando toda esa agüita amarilla, cálida y tibia, lo deja a uno un poco más vacío por dentro. ¿A ustedes les gustaría pasar días sin tener ganas de orinar? Hay que reconocerlo, suena cómodo. Lo incómodo es volver a tener la responsabilidad de mear; el cuerpo se acostumbra a no estar pendiente y uno va de cero a me reviento y necesito un baño en los próximos diez segundos.

Si uno cuenta con orificios adicionales, diga usted, en la barriga, puede que tenga la posibilidad de conocer la bilis. Ese humor tan mentado por los antiguos y al que le endilgaban estados de ánimo y todo. Va uno a ver y sí se ve muy serio y adusto. Es una de esas cosas que no debería salir de donde está siendo usado. Cuando eso se me comenzó a ir por un huequito en la tripa que no debía estar, dolió como si tuviese una estaca clavada en la tripa, así que puedo concluir que uno no debería relacionarse con la bilis muy a menudo.

Nos queda la mierda. Uno normalmente tiene una relación lejana con ella, quiere mantenerla lejos, sobre todo si es ajena. Si es propia, uno trata de reducir al mínimo el tiempo que le dedica a deshacerse de ella. Lo realmente peculiar es, como en el caso de la orina, no tener nada pendiente de salir. Que no haya nada reclamando con urgencia ir a sentarse en cuclillas. Que uno no tenga pedos por echarse. Puedo asegurarles que, después de semanas sin probar bocado, el echarse un pedo es motivo de celebración. Uno necesita esfuerzo para recuperar esa habilidad perdida de mover gases a través de uno mismo. Mucho más cuando lo que uno logra mover por los caminos de la tripa es comida. Hecha caca pero comida a fin de cuentas. Uno aplaude la caca, festeja con la familia la felicidad de cagar. Uno sonríe con el pedo inesperado porque, después de una peritonitis, todo está definitivamente mejor afuera que adentro.

Qué bueno es cagar. Es placentero, uno descansa, el cuerpo celebra. ¿Ya fueron a cagar hoy?

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