El camino a la desconfianza ha madurado con el tiempo. No siempre ha sido igual el proceso para llegar a desconfiar de alguien.
En principio, la desconfianza venía con el no conocer a alguien. Si no era de la familia cercana, era alguien que no me conocía y que inmediatamente me iba a causar ansiedad por encontrar una forma de interactuar. ¿Jugar con los primos? Ansiedad. ¿Ir a una casa ajena? Ansiedad e inseguridad sobre qué hacer. ¿Acompañar a mi má al trabajo? Miedo de no saber qué hacer, dónde sentarme o qué responderle a toda esa gente ocupada.
Luego, la desconfianza venía del interés injustificado. ¿Por qué te interesa saber dónde vivo? Para qué querría usted saber si tengo muchos o pocos amigos. Había límites muy bien definidos que, cuando alguien se acercaba, servían para comenzar a eludir y evitar a ese alguien.
Al final, la desconfianza pasó por la incapacidad para conversar. Los absolutos. La negación del diálogo y la imposición de cualquier cosa. Ahora, el pensamiento dogmático para mí trae desconfianza. La necesidad de decir para ser escuchado antes que por conversar. Así como cada persona decide qué apostar a sus cartas de acuerdo a la suma de todo lo que contiene su historia de vida, así mismo elige qué añadir a su interacción con otro ser humano.
abril 10, 2020
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