abril 25, 2020

Memorias de una hospitalización XI

¿Cuál es el fluído corporal que más les disgusta? Ya habíamos hablado antes de la relación cultural que tenemos con lo que sale del cuerpo por diversos orificios. Imaginen ahora que pueden llegar a tener orificios adicionales (ojalá temporales, por su propio bienestar).

Los mocos no suelen ser una preocupación y uno se olvida de ellos con facilidad; la mayoría del tiempo son unos moquitos ahí secos que no estorban ni se hacen notar. El cuerpo se gasta ese líquido en otras cosas: reservas para sobrevivir a la crisis, eliminar todas las porquerías (medicinas) que tiene adentro, mantener los procesos metabólicos esenciales. Cosas así. El cuerpo prefiere cosas importantes y a veces contraintuitivas, como tener las piernas del tamaño de las de Zlatan. (Y, por si se lo preguntan, el pipí también se hincha y se ve como un bicho de esos que comen gente en Tremors, o como uno de los bichos que salen en Dune). Uno tampoco suda a menos que esté sudando frío y, si eso está pasando, normalmente uno tiene cosas más graves de las cuales preocuparse.

La sangre, esa se manifiesta más a menudo. Hay múltiples punzadas, cortes, chuzadas para revisar la glucometría, agujas para tomar muestras de sangre, perforaciones para drenar el peritoneo, catéteres para enviar nutrientes directo al corazón. La sangre se deja ser y discurre de a poquitos hasta que algo la ataja. Uno la ve y se habitúa a su presencia. Ya se sabe que eso se puede salir pero que normalmente no pasa nada con ello. El olor de la sangre se queda por ahí, en algún rincón de la nariz o del recuerdo y definitivamente no lo llama a uno a ninguna cosa, contrario al dicho popular aquel.

La orina suele ser tratada con desdén. Uno bien puede terminar con una sonda vesical. ¿Qué es una sonda vesical?, pregunté yo con completa ingenuidad y total desconocimiento en medio del dolor más hijueputa que he sentido en la vida -muy levemente mediado por opioides-.Es una sonda que entra por la uretra y llega derecho hasta la vejiga, me dijo la enfermera tras una pausa nerviosa (sólo en el discurso; sus manos seguían poniendo anestesia local en la sonda). Y sí, tal cual. Esa vaina entra y uno ni se entera porque está ya ocupado quejándose por otra cosa. De ahí en adelante uno se pregunta a veces si debería preocuparse por la falta de ganas de mear, cosa que da paso a una resignación en la que uno ve como la orina deja de necesitar de uno para escurrirse fuera. La bolsa se llena sin que uno se entere, la orina se va sin despedirse y sin dejar que uno sienta ese fresquito cuando toda esa agüita amarilla, cálida y tibia, lo deja a uno un poco más vacío por dentro. ¿A ustedes les gustaría pasar días sin tener ganas de orinar? Hay que reconocerlo, suena cómodo. Lo incómodo es volver a tener la responsabilidad de mear; el cuerpo se acostumbra a no estar pendiente y uno va de cero a me reviento y necesito un baño en los próximos diez segundos.

Si uno cuenta con orificios adicionales, diga usted, en la barriga, puede que tenga la posibilidad de conocer la bilis. Ese humor tan mentado por los antiguos y al que le endilgaban estados de ánimo y todo. Va uno a ver y sí se ve muy serio y adusto. Es una de esas cosas que no debería salir de donde está siendo usado. Cuando eso se me comenzó a ir por un huequito en la tripa que no debía estar, dolió como si tuviese una estaca clavada en la tripa, así que puedo concluir que uno no debería relacionarse con la bilis muy a menudo.

Nos queda la mierda. Uno normalmente tiene una relación lejana con ella, quiere mantenerla lejos, sobre todo si es ajena. Si es propia, uno trata de reducir al mínimo el tiempo que le dedica a deshacerse de ella. Lo realmente peculiar es, como en el caso de la orina, no tener nada pendiente de salir. Que no haya nada reclamando con urgencia ir a sentarse en cuclillas. Que uno no tenga pedos por echarse. Puedo asegurarles que, después de semanas sin probar bocado, el echarse un pedo es motivo de celebración. Uno necesita esfuerzo para recuperar esa habilidad perdida de mover gases a través de uno mismo. Mucho más cuando lo que uno logra mover por los caminos de la tripa es comida. Hecha caca pero comida a fin de cuentas. Uno aplaude la caca, festeja con la familia la felicidad de cagar. Uno sonríe con el pedo inesperado porque, después de una peritonitis, todo está definitivamente mejor afuera que adentro.

Qué bueno es cagar. Es placentero, uno descansa, el cuerpo celebra. ¿Ya fueron a cagar hoy?

abril 21, 2020

Pausa

A veces no se entiende por qué aquí no pasa nada. Tiene que acabarse el mundo para que alguna cosa pase. Y aún así, casi no pasa nada. En otros lugares la gente ha tenido demasiado y simplemente no acepta nada más. Sale y busca cambiarlo porque es mejor que seguir aguantando lo que está sin más.

Lejos, en la memoria colectiva y en las obras de teatro, la Masacre de las Bananeras persiste pero se ve lejana, como si fuese el grunge, y apenas si se le oye. Nadie la siente como propia, mucho menos como parte de la propia historia y del propio ser. En general, la historia es inútil a menos que sirva para demostrarle a cualquier parroquiano lo equivocado que estaba (y ni así, que con historia falsa también lo logran).

Al final, incluso cuando las cosas parecen cambiar radicalmente, siguen igual con más ahínco. Por ejemplo, acá anunciaron en algún momento que íbamos camino al futuro de la energía limpia. Como siempre, surgen disputas y problemas con alguna comunidad, preferiblemente minoritaria y pobre, que termina siendo desplazada a las malas y con alguna promesa vaga de por medio. Al final, ni llega el futuro ni se cumplen las promesas. Una versión más desordenada, injusta y caótica del mismo pasado que, además, tampoco pareciera ser el futuro simple y deseable.

Ahora, en medio de esta gran pausa (de verdad, no como la hora del planeta), muchos esperan que las cosas cambien de verdad, ahora sí, imposible que no lo vean. Mueren miles de personas cada día por la misma causa. Aún así, la prioridad pasa por atender gente que se quedó por fuera de algún crucero sin que importe la salud y la vida de quienes más sufren y más se exponen. Los gobiernos siguen siendo como eran, sólo que la coyuntura actual los vuelve una reducción al absurdo permanente, junto con aquellos que los legitiman buscando pertenecer a algo, a cualquier cosa.

Hubo una pausa en esta gran comunidad, pero no hay ninguna señal de cambios duraderos, profundos y reales. Es como si a esta generación le faltaran más muertos para permitirse cambiar el sentido de su existencia por uno más allá de la tierra plana (sí, en minúscula) y las noticias del entretenimiento.

abril 17, 2020

Epilogue

Creo que Nick Hornby podría escribir ahora mismo un epílogo a Fever Pitch. Uno en el que se recuerde a sí mismo (y por extensión, a todos nosotros) cuando, como bien lo decía en el capítulo cuyo número no recuerdo, explicaba la forma en la que el resto de la vida se ajusta a los partidos de Arsenal. Las personas que lo conocen a uno lo suficiente saben y preguntan de antemano si uno está libre tal o cual día, si está bien vernos el sábado en la mañana o simplemente evitan la invitación que saben que será rechazada porque hay derbi contra Tottenham. Nuestras parejas saben lo relevante que es en nuestra rutina la periodicidad del fútbol y lo poco negociable que es el poner otras cosas en el mismo horario. Los eventos importantes se planean con meses de antelación buscando no cruzarse con los partidos importantes. Las exparejas se acuerdan de uno por el equipo de fútbol. Los amigos se compadecen cuando el equipo de uno pierde, los mensajes son más sentidos cuando la derrota es catastrófica. Las mamás y suegras hacen fuerza por el gol que no llega así no les guste apoyar camisetas rojas.

Los latidos de la vida están acompasados por los partidos que juega el equipo de uno. Y ese en mi caso es Arsenal.

Ahora, en este hiato improbable, ese pulso se perdió y nada marca los días. Los días ya no incluyen nada de todo eso que los matizaba y los hacía parte de la semana previa a algo. Ni los años, que se movían al ritmo de las ventanas de fichajes y las fechas restantes del campeonato en curso (y las probabilidades de ganarlo). No hay ahora, como en cualquier pulso cardíaco que hayan oído, altas y bajas, lunes exultantes y fines de semana grises. No hay expectativa ni ansiedad por el partido que viene, el de la victoria improbable o el que necesitamos ganar a como dé lugar. No hay enojo por las declaraciones inapropiadas del antiguo entrenador o el jugador desterrado del corazón. No hay blogs, podcasts o videos nuevos que planteen preguntas, respondan preguntas o busquen soluciones. No hay publicaciones en redes sociales, de jugadores y clubes, que busquen alborotar a la afición de cara a algún momento importante. Así como se esfumó la expectativa ante los propios sueños y los planes, así se esfumó la visión de futuro en la que se celebra algún trofeo nuevo o alguna victoria memorable. La sensación de que nada nos espera en el mañana se hace aún más profunda, si es que eso es acaso posible.

Mientras esto esté como está, la rutina sólo está y estará acompañado por el ruido blanco de lo que sea que uno ponga en YouTube (o YouTube elija poner por su cuenta con sus modernos algoritmos). Es como escuchar a alguien declamando poesía en finlandés, todo tan monotónico y poco emotivo. No se trata de ser de acuerdo a lo que el equipo de fútbol hace o muestra, es que todas las emociones de la vida aparecen semana a semana y es por eso que el viejo futbolero dijo que el fútbol no es un asunto de vida o muerte sino algo mucho más importante: porque es ese conjunto autocontenido en el que todo pasa, todo está, todo se vive, todo se aprende, todo cambia, todo lo bueno y todo lo malo es y está.

Queda darle otro ritmo a la vida, revivir el pulso de los días, hacerse a otras pequeñas victorias para poder lamentar alguna pequeña derrota. Todas ellas temporales, como siempre.

abril 15, 2020

Decease

Leer las cosas que la gente publica estos días va entre el desánimo y la genuina curiosidad. Como antes y como siempre, suele ser sano el elegir a qué responder o si es necesario hacerlo. En general, la opinión que uno tenga no es relevante para el resto del mundo y uno puede ahorrarse la respuesta. Alguna diferencia hay al leer esta columna de Pascual Gaviria en la que se pregunta, no sin razón, cuáles son los daños que deberíamos buscar prevenir y cómo evitar lo que se antoja inevitable. Se pregunta por qué el enfoque ha de ser necesariamente el evitar que la gente se muera de una enfermedad específica, mientras las medidas en ejercicio para evitarlo matan gente de hambre o las condenan a la pobreza (y a todas las formas de morirse asociadas). Uno queda dándole vueltas y hablándose a sí mismo. La pregunta ofrece varios casos, meandros por los que corre la misma idea y que van al mismo lugar.

¿Cómo decidimos quién se muere? ¿A quién ponemos a elegir? Ya dirán algunos con algo de razón que, de todas formas, el Estado ya deja morir un montón de gente de condiciones asociadas a la pobreza, la violencia que genera, la falta de oportunidades y todo lo que mata la gente en este país. Un pecado de omisión histórico, podrían llamarlo. Y bueno, ¿queremos cambiar la decisión o quién decide? De pronto queremos votar para ver quién debe elegir. O tal vez queramos resignarnos y dejar que la naturaleza haga lo suyo pero que los que queden (o quedemos, no se sabe) no caigan en la pobreza. Es posible que algunos estén pensando en hacer islas de leprosos para los enfermos y enviar allí casas, calles o barrios completos cuando alberguen enfermos. O algo más simple y que nos es más familiar: dejar morir la gente a la entrada de los hospitales, buscando reducir el gasto de recursos en los enfermos y dirigirlos a los vivos y -con suerte- sanos.

Esta pregunta lleva un montón de tiempo tratando de resolverse usando ejercicios mentales para hacer evidente el dilema ético. El MIT lanzó un sitio hace varios meses, en donde las personas podían enfrentarse ellas mismas a diferentes situaciones en las que un vehículo autónomo debía decidir, en un caso extremo, a quién debería dejar morir en un accidente. No hay una única respuesta y, al menos hasta ahora, no hay una respuesta que todos aceptemos sin chistar. No hay un consenso sobre a quién es preferible decir que deje morir a la gente, a los médicos o al presidente, a los periodistas o al alcalde, a los científicos o a los maestros. Súmenle que no hay certeza del resultado. No es una forma escandalosa de quedarnos sin ancianos; el gobernante que emita la orden puede terminar en la misma fosa colectiva junto a un montón de desconocidos.

Todo esto tan gaseoso para decir que nadie tiene una respuesta, que todos los muertos duelen, cuando menos a los que son solidarios, empáticos y tal. Veníamos de quejarnos por tener buses más limpios para tener menos muertos por la contaminación, de quejarnos por los líderes muertos -que se siguen muriendo abaleados-, de quejarnos por los que no han querido que se acabe la balacera en este país por puro odio y rencor. Los muertos van a seguir doliendo tanto como antes. A los que no les dolía la avaricia no les va a cambiar la vida ahora (a menos que su capital no les garantice la salud). Igual, el regreso de la gente al rebusque en la calle, que Pascual describe como inatajable, silenciosamente condena a muchos de esos que plantea cuidar a morirse en la calle, de una u otra forma.

Ya que Pascual sólo pinta esa aparente "otra mitad de las cosas", habrá que estar pendientes para enterarnos cuando se encuentre la respuesta que no hemos podido ver todavía como comunidad global que somos. O para , como lo dice el comienzo de su columna, cuando encontremos la pregunta correcta. Por ahora sólo seguimos estrellándonos contra caminos sin salida y meandros que se secan antes de volver a su cauce.

abril 14, 2020

Memorias de una hospitalización X

Una de las cosas que uno siempre puede hacer estando en la habitación de un hospital es dedicarse al ocio improductivo. Quiero decir, siempre que esté despierto y sin dolor (que es cuando lo duermen a uno). No hace falta bañarse, vestirse, pararse o sentarse para poder dedicarse a algo sin una finalidad.

Uno creería que no hace falta energía para seguir algo de forma más o menos pasiva, que si sólo hace falta ver y escuchar entonces no habrá cansancio ni esfuerzo. La realidad es bien diferente. Cuando estaba en recuperación de cirugía (las veinte horas posteriores a la cirugía) leí El Aleph del buen Borges. Así nada más, como si pudiese volver a hacer lo mismo de siempre sólo porque no me morí. Sin embargo, a partir del día siguiente el cuerpo pareció recalcular las posibilidades y la energía no daba para más de un par de páginas. No importaba si era Saramago o Asimov, la cabeza decidía apagarse y dormir después de diez minutos sin excepción.

¿Qué hace uno cuando prestar atención no es viable? Queda lo audiovisual -o al menos en mi caso fue así-. Ver fútbol cuando hay y eso pasa varios días a la semana. Sobre todo cuando no estamos todos encerrados en la casa. El fútbol es fácil de seguir, a menos que se sea hincha de Arsenal. Ahí se hace difícil como el trabajo de Sísifo, que tampoco puede hacer teletrabajo. Más allá de eso, uno puede elegir a quiénes ve jugar y a quiénes no. Ahí se van horas de ocio sin mucho problema.

Lo difícil son las horas en las que no hay deportes en la tele. Sé que yo veía algunas telenovelas cuando era niño para poderle contar a mi mamá lo que había pasado cada vez que ella debía trabajar en el turno de la tarde - noche. Así es la Informática en El Sistema: esclaviza por turnos. Tampoco veo noticieros ni nada parecido porque tampoco me entretiene y definitivamente no me informa. ¿Qué queda?

Si hay canales adicionales, probablemente encuentren alguno en el que pasen películas en la noche. Si están buscando algo a las nueve de la mañana -horario estelar de las televentas- o no hay canales adicionales, la opción que queda es acudir a la vieja confiable: YouTube.

Aquí es donde me dicen que también están las plataformas de streaming como Netflix, Hulu o Amazon Prime. Aquí les respondo que el elegir qué ver cae en la misma categoría de leer. Toca pensar y pensar da sueño cuando uno está enfermo. Volvemos a YouTube.

Andar con M. me ha dejado como hábito ver (o escuchar al menos) uno que otro canal de YouTube porque para ella es la fuente principal de entretenimiento cuando no está leyendo. La televisión por cable está sólo para que yo pueda ver a Arsenal. Como llevamos más de dos años andando, he tenido tiempo suficiente para explorar YouTube más allá del Delfín Quispe y la Tigresa del Oriente. Es que, si ustedes tienen más o menos mi edad, recordarán que YouTube se usaba para buscar eso hace diez o quince años. Memes, videos graciosos y copias piratas de cuanto video musical existía. A veces ni siquiera había video musical; con tener la canción deseada y cualquier secuencia o carátula bastaba. Las oficinas luchaban con este agujero negro de recursos porque cada individuo armaba su lista de vallenatos, bachatas, merengues o salsitas para oír mientras trabajaba, crucificando al que debía trabajar subiendo o bajando algún archivo nimio por entre todas esas notas musicales digitalizadas. Hoy, diez o quince años después, los artistas han logrado desplazar las versiones piratas y han surgido los intermediarios eficientes que les mantienen los perfiles con los videos en altísima calidad. Y seguimos peleando en las oficinas con los hijueputas que se comen la red oyendo música que podrían oír por Spotify gastando el diez por ciento de los recursos.

Si se sintieron aludidos: No están viendo el video, parce, no lo ven nunca, no pongan videos. La cantidad de información en un video es varias veces la cantidad requerida para una canción en mp3 o FLAC.

Lo que también hay -y ha habido- en YouTube son creadores de contenido propio. Unos más elaborados que otros: van de Nancy Risol que muestra lo que le nace compartir de su vida, a mafias como Badabum, donde hay un ejército de gente detrás de nombres conocidos que atraen a millones y lo hacen todo para vivir de los contenidos monetizados. Porque antes se hacía por mera diversión y ganas de compartir (como ha sido en cada sitio y red existente) y luego llegaron los publicistas a cagarse todo con su cochino dinero.

O no. Porque con el dinero llegó también la intención de varios de sacarle algo de provecho a sus gustos y vivirlos acompañados por quien quiera ir junto a ellos. Por eso hay gente jugando videojuegos y compartiéndolo, gente cocinando y compartiéndolo, gente jugando fútbol y compartiéndolo. Gente socializando en asíncrono. Por eso hay canales como Vox, donde hay gente jugándosela a contar historias en un formato que podría asimilarse al New Yorker, pero sin romperle el bolsillo a nadie. Así pues, pareciera que tanto peláo que llega a la casa a ver reseñas de juegos o simplemente partidas de cualquier Fortnite simplemente socializa de forma asíncrona, se deja contar historias sin afán como era antaño, sólo que por otro medio.

Mi entretenimiento ocioso e improductivo favorito sigue siendo el cine, seguido del futbolito -cuando hay-. Sin embargo, ya tengo más de una opción al lavar platos, barrer o sentarme a escribir un post aquí. Puedo ir al televisor y poner alguno de mis canales favoritos (¿mis youtubers favoritos? ¿Youtuber es el que publica o el que ve los videos?). Cuáles son mis canales favoritos, se preguntará usted. Pues bien, acá están listados los que veo más a menudo, sobre todo ahora que no hay futbolito y que no puede ir uno al centro a conseguir películas viejas a 3000 en DVD:
  • MaireWink, la Diosa del No Fracaso. Sufrí viendo el primer video que me mostró M. pero después entendí que no se trata de desear que logre hacerlo todo bien y triunfar. Lo importante es el camino y la diversión. Echarle ganas e intentarlo.
  • 8choPlay. Un español con pinta de youtuber estándar, con silla de gamer, audífonos de gamer y micrófono de cantante de reggaetón. Curador elegido (por mí) de TikTok, provee entretenimiento con juegos cutres e intentos de jugar CounterStrike o Fortnite sin mucha suerte.
  • Dinosaur vlogs. Historias, casos policiales con detalles e investigación. Si les gusta CSI o Investigation Discovery, les va a gustar este canal.
  • Vox. Como les conté, sobreviví a las noches sin sueño y a las mañanas con televentas gracias a los videos. Muchas veces eran estos videos cortos en los que cuentan historias del pasado desconocido, de comunidades y fronteras. Ñoñerías etnográficas.
  • PaulinaCocina. Recetas, muchísimas recetas y consejos muy útiles. No importa si saben mucho o poco de cocina.
  • Tri-line para encontrar conteos -escalafones- sobre cualquier cosa. Cualquier. Cosa.
  • NancyRisol. Vayan a verla.
  • TifoFootball. Historias de fútbol que no salen en los titulares, crónica animada.
  • Jaime Altozano. Trata de explicar, a veces sin éxito, por qué alguna composición musical es interesante y merece más atención.
  • Thiosol. No actualiza a menudo pero tiene un contenido amplio. Muestra con ejemplos cómo es cada elemento químico.
  • Veritasium junto a PhysicsGirl, It's okay to be smart y minutephysics hacen divulgación divertida. Para mí, pues.
Cuando hay más ánimo, nos aventuramos a probar algún canal nuevo relacionado. Unos muy famosos me aburren terriblemente y sólo me sirven como ruido blanco. Otros se convierten en bonitas sorpresas; son más gente socializando y compartiendo cosas que no conocía. Espero que este post les ayude a rellenar el vacío cuando no haya ganas de estar en silencio, cuando necesiten que se note que no estamos tan lejos los unos de los otros

abril 11, 2020

Animals

Las personas acá se quejan porque los guerrilleros son unos hijueputas, porque matan gente, matan niños, ponen bombas en burros y en bicicletas. Como si eso fuese algo intrínseco a ser guerrillero. Siendo que lo hijueputa lo tienen muchos que van por ahí, de la casa al trabajo y del trabajo a la casa. O que simplemente quieren que los dejen trabajar, así para ellos trabajar sea ser unos hijueputas libremente.

Menos mal el problema del país está en los guerrilleros, los homosexuales adoptando niños y esas cosas. Menos mal.

abril 10, 2020

Tracking

Y llegó el día en el que dos de los cuatro que nos pueden vigilar todo el puto tiempo, anunciaron su participación en un esfuerzo global para revisar todos nuestros movimientos.

Sí, dicen que uno puede elegir si participar o no. Sólo con que esté la opción, existirá el malware que buscará usarla. Todo mal, parce.

Dogmatic

El camino a la desconfianza ha madurado con el tiempo. No siempre ha sido igual el proceso para llegar a desconfiar de alguien.

En principio, la desconfianza venía con el no conocer a alguien. Si no era de la familia cercana, era alguien que no me conocía y que inmediatamente me iba a causar ansiedad por encontrar una forma de interactuar. ¿Jugar con los primos? Ansiedad. ¿Ir a una casa ajena? Ansiedad e inseguridad sobre qué hacer. ¿Acompañar a mi má al trabajo? Miedo de no saber qué hacer, dónde sentarme o qué responderle a toda esa gente ocupada.

Luego, la desconfianza venía del interés injustificado. ¿Por qué te interesa saber dónde vivo? Para qué querría usted saber si tengo muchos o pocos amigos. Había límites muy bien definidos que, cuando alguien se acercaba, servían para comenzar a eludir y evitar a ese alguien.

Al final, la desconfianza pasó por la incapacidad para conversar. Los absolutos. La negación del diálogo y la imposición de cualquier cosa. Ahora, el pensamiento dogmático para mí trae desconfianza. La necesidad de decir para ser escuchado antes que por conversar. Así como cada persona decide qué apostar a sus cartas de acuerdo a la suma de todo lo que contiene su historia de vida, así mismo elige qué añadir a su interacción con otro ser humano.

abril 07, 2020

Memorias de una hospitalización IX

Seguro que les pasa como a mí, que a veces el cuerpo no se comporta como esperaban y sienten que es una falla o que ya no es como antes. Lo que uno normalmente no incluye en su discurso de queja formal ante el propio cuerpo es que normalmente hace un montón de cosas increibles y uno no se fija mucho en ellas. Uno no se da tiempo de sentirse vivo, creo.

Un cambio, forzado como pocos llega cuando el personal médico y de enfermería lo empuja a uno a hacer cosas contraintuitivas. Hacer lo que uno cree que es imposible lograr, que le va a causar un dolor inimaginable o que está más allá de su fuerza física. Los ve uno con su cara sonriente, impasibles ante la sopresa infinita que uno les deja saber.

En el último par de meses les respondí varias veces "Me están pidiendo bastante, creo".

E igual, persisten. Su cara se vuelve la representación de la confianza absoluta en lo que el cuerpo humano puede lograr. La confianza que sólo el conocimiento profundo y la experiencia extensa pueden dar, seguramente. Los estudios que demuestran que moverse a los dos días de una cirugía acelera la recuperación. Los estudios que demuestran cómo deambular (acompañados) nos ayuda a los pacientes a evitar complicaciones posoperatorias. Todo eso que saben y logran transmitir a los que estamos ahí para que nos ayuden.

(Yo sé que existen los que no hacen caso. Juro que soy paciente calmado y juicioso).

Es ahí cuando uno se dice, si esta persona me dice que me levante de la cama con todo ese convencimiento, debe ser porque sabe algo que yo no. Si insisten en que camine cinco minutos, debe ser que sí puedo hacerlo. Si cambió la instrucción y ahora son diez es porque me ven mejor. Si ahora dijeron que veinte, es porque ya cogí color en los cachetes. Y así. Lo contrario también se vuelve una advertencia grande como una montaña: si la única tarea del día es Avisar si el dolor es mayor a cuatro sobre diez, entonces es que uno debe dedicarse más al descanso que a probar sus límites porque los límites están coexistiendo con uno ahí en la misma cama, a sólo un mal movimiento de distancia. Y uno lo intenta. Y normalmente funciona.

Uno no espera que el personal médico defina las políticas públicas de cualquier cosa. Pero definitivamente su conocimiento y experiencia han de tenerse en cuenta para saber cómo mantener viva y saludable a la gente. Lo hacen a diario con la voluntad de servicio más profunda y decidida que conozco.

abril 06, 2020

Adaptation

Es aburrido el optimismo desbordado que cree sin ambages en un cambio radical del mundo. Creen que todos saldrán a ser felices y a cuidar el planeta. Que dejarán de comprar sin necesidad. Yo estoy esperando a que salga el nuevo tapabocas antibacterial (!!!) con un micrófono Bluetooth que le permitirá atender llamadas sin quitárselo y con dos válvulas que le permitirán salir a trotar o ejercitarse sin riesgo se contraer enfermedades.

Y con una versión especial para el iPhone, veinte dólares más cara.

abril 03, 2020

Accesorios

El programa popular donde dos personas (un tipo salido del midtown neoyorquino y una chica vestida para trabajar con Miranda Priestley) le dicen a una mujer cómo vestirse se ve ahora muy diferente. Cambia a la luz del aprendizaje una vez uno descubre el término slutshaming.

Escribo mientras le dicen a una chica que no use escote en el trabajo, que el esposo sabe lo que otros hombres piensan y que el sostén no es un accesorio y no se debe ver. Y así.

abril 02, 2020

Memorias de una hospitalización VIII

Después de dormir, jugar con los gatos y ver llover, finalmente recordé de qué iba el post aquel. Para ser más preciso, lo recordé al ir a revisar cuántos vecinos tenían la luz prendida esta noche pasada la medianoche. Hoy hay solo dos entre todos los edificios cercanos; el promedio hasta ahora estaba entre tres y cuatro.

La vecindad en las habitaciones de un hospital es un asunto bien peculiar. Las paredes no son muy gruesas y creo que se debe a todas las tuberías y cables que necesitan mandar entre ellas. Uno básicamente está separado por drywalls adornados con carteles, armarios, conexiones de aire y de oxígeno. Eso significa que la privacidad no es total y el silencio no existe. Las alarmas de los equipos médicos se escuchan desde lejos (tres bips indican que se acabó un medicamento o hay una oclusión, dos bips indican otras alertas menores, un bip indica que la batería esta por debajo del 50 por ciento), los timbres de llamado a las enfermeras se escuchan en todo el piso (porque esa es la idea), las descargas en los baños de las habitaciones vecinas se alcanzan a escuchar al igual que los cierres bruscos de cajones y puertas.

Imaginen entonces las celebraciones de cumpleaños, las videollamadas con pacientes de audición deficiente o las mañanas con noticiero en el televisor de esos mismos pacientes sin oídos agudos. Lograr conciliar el sueño después de la toma de signos vitales a las tres de la mañana para abrir los ojos con los noctámbulos y sus historias mórbidas. O con los visitantes del vecino con familia que habla duro. La resignación es completa cuando llega el cambio de turno en enfermería, pues oficialmente comienza el día, la rutina, el ruido, el desayuno -cuando uno puede comer-, las visitas del personal médico y de enfermería.

Después está el encontrarse con la gente cuando uno sale. Porque a uno lo animan a salir, como en la vida. Uno deambula por ahí con su atribulado atrio que se mece errático, adornado con equipos, bolsas y mangueras. Normalmente acompañado porque nadie puede caminar solo (el 20% de complicaciones en la hospitalización vienen de caídas y similares, dicen los carteles de la habitación). Yo salía con alguna de las pijamas que dejaban descolgar las mangueras sin apretarlas mucho, acompañada de algún beanie hat y unas babuchas que hacían sonreír a todos los que las veían (o al menos, mirarme con detenimiento de arriba a abajo). Otros, mucho más habituados a su rutina y a la solemnidad, andaban con el mismo atrio y algunas mangueras conectadas pero vestidos con ropa de esa que llaman casual formal y tenis. Era la mayor licencia que se daban. Sus acompañantes, normalmente sus parejas, se permitían aún menos -a pesar de lo cansado que es acompañar un paciente en una clínica- y caminaban a su lado con vestidos similares al Chanel de Marge adornados con aretes, collares de perlas y zapatos a la moda. Mujeres que se recuperaban del parto eran visitadas por bolsas de Victoria's Secret y, en general, había poco espacio para permitirse descansar en algún momento.

Al volver a casa, uno casi que agradece volver a escuchar al vecino usar su ruidosa licuadora al alba y poco antes de medianoche. La alarma que siempre se dispara en alguna casa vecina. Ahora que todos permanecemos en casa, creería que la costumbre nos volverá más comprensivos con los ruidos vecinos, las rutinas de ejercicios, los talones que caminan firmes a la cocina, los niños que bailan junto a algún personaje en el televisor, los perros y gatos que deambulan por ahí, los bebés que piden atención y la música a todo volumen. Esa licuadora indicando irremediablemente que seguimos vivos. Estamos enfrentados a la necesidad imperiosa de recibirnos con menos condiciones, con menos reservas y desde un lugar diferente, uno en el que quisiéramos ese abrazo pero no tenemos más que esa sonrisa vecina o ese saludo solidario. No hay nada más allá de esta rutina mucho menos solemne, sin discusiones en asambleas de copropietarios y con una aceptación irrefutable -o para algunos resignación- de nuestra existencia compartida.

Eso sí, sigo sin extrañar los hijueputas buses escolares, chimeneas andantes que anuncian su paso con el ruido más molesto del mundo.

*

De algo debía servir el haber estado dos años y medio como freelancer en terapia psicológica. La rutina de trabajo en casa ya me la sé y ya voy en que sé cómo y cuándo romper mis propias reglas. Sólo me falta terminar de cumplir la incapacidad médica y poder reincorporarme al mundo laboral.

**

Hoy intenté una práctica de meditación por primera vez en la historia de este blog. Dicen los entendidos que haberme dormido en el proceso fue una buena señal porque logré entrar en algún estado de relajación. ¿Será que es mejor meditar con un gato cerca? Ya lo averiguaremos. Por ahora me atormenta la pregunta que hicieron: ¿qué busco al aprender a meditar? Sólo sé que quisiera pero no sé por qué.

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