Veamos a este señor
Yo podría decir que las leyes de transporte difícilmente son respetadas por alguno de los actores existentes. Podría rifar un almuerzo a quien me diga cuál artículo del código de tránsito sí es respetado por un taxi en Bogotá. O que alguien diga cuál es el criterio para poder elegir siempre al taxista honesto que no va a cobrar de más ni a dar vueltas innecesarias para subir el costo final del servicio. Terminaría pagando cero almuerzos.
También podría decir que estas plataformas de transporte son otra forma de birlarle privilegios laborales a un montón de gente si se van transformando en lo que son los taxis ahora: flotas de vehículos comprados por los mismos pocos, empleando a muchos por mucho menos y sin contrato laboral de por medio. Si fuese lo que se soñaron los dueños al crearla (gente usando SUS vehículos para cuadrar el mes), las condiciones posiblemente serían otras y la discusión sería diferente. Pero no lo es.
Igual, las leyes son siempre una excusa cuando las discusiones particulares y privadas se vuelven cosa irresoluta. Nadie acude a la ley acá a menos que se aburra de pelear o de darse en la jeta. Por eso mismo es que las leyes están llenas de vericuetos y arandelas absurdas. Si estuviese en manos del gremio taxista (y sus privilegiados dueños), no habría nada diferente a buses y taxis (porque son dueños de ambos).
Ya los negocios de venta de patinetas eléctricas y bicicletas pululan por la ciudad; sus usuarios pueden pagarlas. Nuevamente un mal modelo de transporte saca a la gente de lo colectivo y la monta en lo individual. Al menos las bicicletas y las patinetas ocupan menos espacio y hacen menos desorden.
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