A veces extraño el siglo trece. No por la peste ni por la expectativa de vida de treinta años (con suerte). Extraño la organización gremial, esa en la que los hijos eran llevados por sus padres a aprender un oficio y hacerse parte del gremio. Los hijos aprendían el quehacer junto con lo que representaba el darles a otros el resultado de su oficio, fueran pescados, sillas, cuchillos o ropa.
Hacerse parte de un gremio era aprender el oficio y hacerlo bien para que los demás te aceptaran como uno más. Seguramente la fe, el miedo del fuego del infierno y esas cosas tenían algún impacto en el miedo de hacer las cosas mal, pero seguramente no había necesidad de recibir dinero (todavía).
Ahora pareciera que no hay oficios ni ética asociada. Sólo importa hacer lo que les ordenan. Y los gremios sólo nos cobran para recibirnos y darnos un carné sin que importe que hagamos las cosas como deberíamos, como aprendimos y como sabemos que deberían ser.
octubre 01, 2019
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