diciembre 01, 2016

Cataracts

El amigo Andrés nos presumía su vida constantemente en sus clases y fuera de ellas. Creo firmemente que era una motivación a perseguir los sueños y vivir las cosas que gustaran más. Ese carpe diem tan popular entre quienes lidian con adolescentes y tratan de darles algún asidero firme para que no sucumban ante el primer atisbo de realidad. Una de las cosas que presumía con risa socarrona era el haber podido ver ciertas pinturas en cada uno de los museos que las exhibía. Nada de una exposición única e irrepetible en Colombia y esas cosas a las que uno iba corriendo cual concierto de metal. Eso impresionaba al que era impresionable en esas cosas y yo, que me la pasaba leyendo sobre qué carajos era o podría ser la función del arte, era bien impresionable.

Pues bien, el azar, la familia y el privilegio me han llevado a hacer eso mismo por ahí. Ver pinturas que sólo conocía en libros, ver las pinceladas bajo la tenue luz halógena, ver lo imponentes o humildes que son cuando están frente a uno, toparme con alguna pintura muy importante para mí sin esperarlo y quedarme ahí sentado hasta que siento que puedo seguir. En el MoMA pasé junto a La noche estrellada para irme a sentar frente a una de las Waterlilies de Monet, el tríptico gigantesco que me tuvo sentado en un banquito por casi una hora, a ratos lagrimeando y a ratos con las manos sosteniendo la barbilla incrédula. Como que podría irme a sentar ahí después del almuerzo cada tarde y sentirme un poquito mejor cada vez.

El sentimiento más lejano a ese día también le pertenece a Monet. El día que encontré varias de sus pinturas en el museo de arte de Filadelfia vi algunas de esas que hizo mientras tenía cataratas. El famosísimo jardín japonés que lo inspiró durante tanto tiempo estaba corrido al rojo, lleno de tonos rojizos y púrpura, tan alejado como podría estar de los nenúfares delicados y los reflejos vívidos. Parecía un mal sueño envuelto en una pesadilla, amarrado con una aparición. Da cuenta de lo sensibles que somos, de lo frágil que es todo y de lo fácil que puede cambiar todo. De lo distantes que estamos del mundo a pesar de todas las herramientas que tenemos para explorarlo a diario.

Hasta donde sé, Monet repintó varios de los cuadros con desesperación una vez le trataron las cataratas. Afortunados somos de poder ver alguno que no pasó por ese proceso para poder sentirnos un poco más humanos y no abandonar el carpe diem de antaño.

Corolario. De paso, serviría recordar que no somos lo que hacemos. Somos mucho más que eso.

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