Supondría uno que lo que contaré acá debería estar escrito en Facebook, ojalá en un mensaje público que todos puedan compartir. Preferiblemente con cuatro o cinco fotos que muestren a este servidor junto a un señor más bien humilde, uno entregándole una billetera al otro y detrás de ambos un taxi de esos muy pequeños y económicos.
El mensaje debería criticar a quienes se quejan de lo deshonestos que son los colombianos. Los taxistas. La gente. O mejor, debería hacer acto de contrición y decir que hice mal al desconfiar de todos los que antes me cobraron de más o me dijeron que Para allá no iban. Al final, debería decir el nombre de la persona que demostró ser honesta y pondría algún mensaje esperanzador de los que hacen creer que es el país más feliz del mundo, lleno de gente buena y trabajadora.
Creo que es mejor no hacerlo así.
El sábado perdí la billetera en un taxi. Tomé un taxi en la calle para ir al cumpleaños de alguien y, entre recoger mi morral, recoger la bufanda, sacar un billete de menor denominación del bolsillo y guardar otras cosas en los bolsillos, la billetera se escurrió del bolsillo del morral antes de cerrarlo y cayó en el piso del taxi. Por algún motivo no la vieron los siguientes dos pasajeros que subieron al taxi y fue el taxista quien la encontró al final del turno. Mientras tanto, yo no tenía ningún dato de contacto y por algún motivo que sigo desconociendo, recordaba perfectamente la placa del taxi. Bueno, debo decir que también recordaba que la radio del taxi estaba en una emisora religiosa y que al arrancar me dijo toda la ruta que iba a seguir (que además era la más corta), aunque recordar eso no ayudaba en la tarea de buscarlo. Mi decisión, aparte de llegar a comer empanada y tomar cerveza, fue bloquear las tarjetas del banco** y enviar luego una solicitud a Tappsi reportando la pérdida de mi billetera en un taxi. Esa es una de las aplicaciones móviles que se usan para pedir taxis en Bogotá y, aunque no la había usado para pedir el taxi, pensé que no era descabellado pedirles ayuda para contactar al taxista. Les di la placa, la hora en que lo abordé y les expliqué que no era un servicio intermediado por ellos. Me dispuse a seguir comiendo empanadas y jugando Pictionary -con todo éxito-.
El lunes en la mañana (primer día hábil, día y medio después del reporte), una persona en Tappsi me llamó para comentarme que habían logrado encontrar al taxista y que él reportaba tener mi billetera. Me dieron el número de su móvil y me dijeron que ahora quedaba en mis manos concertar el encuentro con don J. Recibí luego un email con la respuesta formal a mi solicitud, incluyendo de nuevo el nombre y número del taxista. Lo llamé y amablemente me explicó cómo había encontrado la billetera sin un dato de contacto para poderme llamar. Me dijo que saldría a trabajar al final de la tarde y cuando pasara por Chapinero me llamaría para encontrarnos. Las carreras lo mantuvieron entre Colina Campestre y Prado Veraniego hasta que una pareja joven lo llevó al Parque Nacional (porque ver luces un lunes frío a las nueve de la noche puede ser encantador). Me llamó y quedamos de encontrarnos en un paradero. Llegó quince minutos después, se detuvo sin detener el motor y bajó el vidrio del acompañante, nos saludamos y me dijo que perdonara el desorden pero que había sacado todo buscando cómo contactarme. Que el dinero estaba completo y que qué bueno poderme ayudar. Le di las gracias mientras la pareja joven trataba de entender qué pasaba y al final miraban con asombro la escena. Nos despedimos y le deseé buena suerte; él hizo lo mismo. No hubo foto y no hubo moraleja para las redes sociales.
Hubo, eso sí, cosas para leer en lo que todos hicimos para que el final de la historia fuese como lo acabo de contar. Tappsi, sin ser una entidad del Estado, mostró que puede ser relevante. Ofrecer lo que le ha faltado siempre al servicio de taxis acá, una puerta por donde uno pueda entrar e interactuar con el servicio como un todo y no lidiar con el temperamento y el juego de reglas que exista en el imaginario de cada taxista. No estaban obligados a ayudarme y sin embargo eligieron usar parte de su tiempo para hacerlo. Por su parte, el taxista no hizo nada sobrehumano, sólo buscó cómo devolver algo a quien lo necesitaba (fue escrupuloso en la tarea de buscar algún dato mío al punto que me dijo cuánto dinero había y que ahí estaba, completo). Cualquiera de nosotros pudo elegir desconfiar, no presumir la buena fe del otro, predisponerse, aprovecharse de la buena fe del otro o no crear empatía por el otro. Es lo que vemos a menudo y de lo que muchos se quejan a diario, sólo que aquí no pasó en ninguna de las interacciones y es por eso que puedo decir: fui afortunado.
Por último, yo llegué acá al blog a revaluar la cargadera de certificaciones exigidas por la rutina para poder hacer cosas. Pero no fue sólo divagar, pues no me fui a Twitter a quejarme de lo aburrido que es usar taxi ni dejé que los pequeños problemas tuvieran poder sobre el estado de ánimo. Al final, incluso en el peor de los casos, todo tenía solución y era una secuencia finita de trámites (hice la lista) que, salvo la inútil Libreta militar, tienen un costo moderado e incluso pueden iniciarse en línea. No tiene sentido entonces darle poder a los pequeños contratiempos sobre el propio ánimo. Tomé decisiones a partir de la información que tenía, sin estar en medio de un remolino de emociones y quejas variopintas a la gente por WhatsApp. Pedí ayuda haciéndo énfasis en que necesitaba ayuda y no en cómo me sentía al respecto.
Y bueno, tengo ahora una billetera nueva más delgada que puedo guardar más fácil y en la que espero cargar menos cosas. De paso, espero ponerle bien claro algo que diga de quién es, cuál es mi número telefónico y dónde la pueden dejar en caso de extraviarla. Hay cosas que se hacían en el colegio y definitivamente siguen siendo útiles.
** Mi política es simple: Si una tarjeta bancaria deja de estar en mi poder, la bloqueo.
diciembre 13, 2016
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