La noche de las velitas no ha sido tradicionalmente mi celebración favorita. Siempre olvido la fecha, llego tarde, pienso que es el día siguiente, rehuyo participar. Hacerle vigilia a la concepción de la Virgen no ha tenido mucha relevancia para mí, ni siquiera cuando era creyente y devoto. No quita que haya colgado faroles y manchado sardineles con parafina de colores, claro. Uno hace eso porque está con la familia, porque algo se hace y cambia la rutina. Y qué frío pero hay canelazo.
Las únicas veces que prendí velas con alguna intención o algún interés lo hice mientras estaba en terapia. Cuando no entendía bien qué pasaba, llegaba a casa buscando estar solo, ponía un cojín en el piso y prendía una única vela frente a mí. Por lo que recuerdo, lo hacía por buscar algo que me ayudara a acallar los pensamientos repetitivos. También lo hacía para procurarme un espacio de calma en medio de tantas emociones abrumadoras. Por último, creo que era una manifestación de aquello que vociferaba muy en el fondo, diciendo a viva voz que era necesario conservar la esperanza en el Yo del futuro.
Le prendí una vela al Yo del futuro, confiando y deseando al mismo tiempo que esa versión encontrara la forma de hacer mejor las cosas para sí mismo.
diciembre 07, 2016
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