mayo 16, 2012

Portable

Hoy, tras llegar a casa después de otro día oficinil, mamá recibió a alguien con quién agendó cita para esta noche que pasó y que, previa llamada para confirmar que ya hubiésemos llegado, vino a ofrecernos una modernísima aspiradora nueva.

La aspiradora cuesta cinco millones de pesos.

El guión al que se ciñen los vendedores es predecible. Tal como me pasa con las películas predecibles, guardo una sonrisa políticamente correcta y digo exactamente lo que necesitan oír para continuar con su glamorosa demostración. Sin embargo, esta vez pasó algo más. En los momentos en los que podía continuar con el monólogo interior, se replicó en mi cabeza una secuencia muy parecida a esta:

  • ¿Una aspiradora de cinco millones de pesos? La cuota inicial de una casa de interés social debe ser de cinco millones de pesos.
  • Si quisiera gastar cinco millones de pesos, lo haría en muchas cosas. Y aún siendo muchas cosas, entre ellas no está una aspiradora. Ninguna aspiradora.
  • ¿Cuántas personas hambrientas podrían alimentarse bien con cinco millones de pesos?
  • Ganas de joder. Si alguien tiene cinco millones de pesos y se los quiere gastar en cualquier cosa, pues que lo haga. Ni que los demás pagaran por él.
  • La gente tiene derecho a quejarse. Si no les gusta, pues para eso tienen derecho de expresar lo que piensan.
Twitter con su ciclo de la indignación cabe en mi cabeza y queda espacio de sobra.

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