mayo 08, 2012

Bike

Mi hermano siempre fue un tipo atlético que participó en cuanto torneo de baloncesto, carrera atlética y ciclovía encontraba. De estatura similar a papá y con el pelo de mamá, siempre fue de los más altos en su clase. En la vitrina donde se acumulan las cosas importantes de la familia aún brillan los trofeos y medallas que obtuvo; por años, su bicicleta reposó en algún rincón sin ser usada porque todos la etiquetaron como herencia implícita para mi, hasta que a la primera oportunidad la vendimos por una cantidad irrisoria a un vigilante del edificio que comentó cómo buscaba un regalo para su hijo e hizo una oferta.

Uno de los pocos recuerdos lúcidos con mi hermano me lleva al primer día en el nuevo apartamento, cuando me llevó a jugar en el parque. Cargó mi triciclo rojo y esperó a que diera vueltas, explorando la nueva zona de juegos. Sin embargo, no recuerdo haberlo visto jamás en su bicicleta Mongoose azul, la que después encontré terriblemente pesada (comprobando que a la edad que él llegó a tener, era mucho más fuerte que yo).

Sabiendo que esa bicicleta hacía parte de lo que él hacía y de lo que él era, sólo una vez -aún de niño- intenté llevarla a pedalazos por un par de metros, obviamente sin conseguirlo. Recuerdo las llantas duras, el manubrio con los agarres en goma gastados, la pintura conservada salvo uno o dos rayones que poco antes de venderla ya se veía cómo comenzaban a oxidarse levemente. Desde que él murió, salir al parque tuvo un poco menos de gracia; a veces papá me llevaba a jugar con un balón y a veces me aventuraba solo en las tardes. Con el tiempo, me recluí en casa y decidí abandonar tanto el parque como la bicicleta, como si no quisiera recordar más para no pensar en las culpas y las tristezas que persistían como heridas purulentas en esta familia y que igual se manifestaban en otros espacios; en los espacios enteramente míos me alejaría de todo aquello que me recordara las tristezas colectivas.

Esa decisión duró veinte años. Ayer salí en la bicicleta nueva y por fin abandoné el último vestigio de los años más oscuros, esos en los que me quedaba junto a la ventana esperando a que mamá llegara del trabajo por temor a que, si no me aseguraba de verla entrar por la puerta, me despertaría alguien en la mañana avisándome que deberíamos ir al hospital.

Me gusta salir en mi simple y barata bicicleta nueva. Espero hacerlo de nuevo.

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