abril 15, 2016

Mindfulness

Las personas que me acompañan en las sesiones de terapia, los compañeros de terapia, comparten conmigo un espacio de trabajo relativamente reducido en el que unos brincan, otros intentan usar de nuevo alguna extremidad y otros reciben masajes tendidos sobre camillas.

Carlos y el doctor tienen sendas cicatrices en la rodilla, lo que da idea de su problema y lo complejo de su tratamiento. Todos los días hacen ejercicios con enormes balones de caucho, bandas elásticas y electrodos que emiten impulsos con algún patrón en particular. Ambos se deslpazan todavía con muletas y a veces les ayudo a mover algo si veo que tienen problemas.  Doña Clara y Cristian hacen ejercicios para recuperarse de alguna lesión en el hombro, intercalándolo con terapia de ultrasonido y compresas -frías y de calor húmedo-.  Hay varias personas mayores que se ejercitan para recuperar la movilidad de los piés o para espantar algún espasmo en el cuello y los hombros. Hay un venezolano que llega con celular y manos libres bluetooth, de esos que se ponen en un oído, a tratar algún problema en su muñeca derecha; nunca suelta el verraco celular y nos fastidia a los demás que procuramos dejar a un lado esas cosas mientras hacemos nuestras rutinas. Han llegado un par de personas a recibir tratamiento por problemas musculares en la cara; se sientan frente al espejo a hacer rutinas de movimientos que les indican con un libro y luego les ponen máscaras que no sé qué hacen.

A mí me tienen entre compresas, electrodos de acupuntura electrónica china y pruebas de equilibrio en bases inestables (algo así como un Daniel-San-en-la-playa doble caio ken). Hay rutinas de trote con alguna resistencia que ponen a prueba el tobillo y que me convencieron de hacerme a unos tenis que den más soporte. Cada cierto tiempo, la fisioterapeuta me hace un masaje en el que evalúa cómo estoy y normalmente encuentra con rapidez cómo hacer que duela en algún rincón desconocido.

Un señor en sus cincuentas llega cada mañana y hace ejercicios para recuperar la fuerza en sus brazos y hombros. Se sienta e intenta levantar pesas de tres o cuatro libras. El envión comienza con decisión y se detiene sin aviso a la mitad del recorrido. Los brazos, temblorosos, delatan el enorme esfuerzo que hace en cada repetición. Carlos le pregunta cómo va con su ejercicio y él responde que le cuesta mucho trabajo. Cierra su respuesta diciendo que Todo está en la mente, que hay que concentrarse y seguir intentando hasta que funcione. Cierra los ojos y hace la siguiente repetición. Hasta la mitad del recorrido. Tiembla. Baja los brazos.

Todo está en la mente.

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