Ser ingresado en una clínica suele estar precedido (y acompañado) de dolor. Un poco, mucho o muchísimo. Estar ahí dentro suele incluir dolor, usualmente un poquito menos que antes de entrar -si todo sale bien-. Estar ahí dentro también le pone encima a uno un largo reto a la paciencia y al ánimo. Lejos de todo y de todos. Sin libertad de elegir muchas cosas, la mayoría del tiempo. Y, sin embargo, puedo decir que uno puede llegar a extrañar cosas. Hay cosas que extraño de estar hospitalizado. Así como lo lee usted.
¿Qué se puede extrañar de estar allá metido? Bueno, varias cosas.
Una es la rutina de la comida. Si son los encargados de mantener el lugar en el que viven, sabrán de qué va el pensar cada día en qué comer. Decidir, disponer, preparar, servir, sentarse a comer, recoger, lavar, ordenar. Comer es más que sólo masticar y deglutir. Pues bien, en una clínica -si todo sale bien y el servicio de comida no es El Problema®- la comida es puntual, adecuada, tranquila y siempre bienvenida. Uno nunca come de más, así que siempre llega la comida justo cuando comienza el hambre. Posiblemente en los últimos días antes de salir ya el hambre no se vaya nunca, pero en general el recibir comida es un compás feliz para los díasque se esta internado.
Otra cosa son las duchas. Regaderas convenientes, ojalá con ducha teléfono, de esas que le permiten a uno lavarse todo, enjuagarse todo y echarle agua con la tempratura ideal al rincón del cuerpo que pida más cariño. Dispuestas en espacios de ducha amplios y rodeados de pasamanos, con pisos antideslizantes y champú de cortesía. Tienen menos atractivo cuando el turno que le veló a uno el sueño también lo quiere dejar limpio, pues eso implica bañarse a las seis de la mañana para estar vestido y peinado a las siete para el cambio de turno.
También echo de menos las historias. Sé que en una rutina como la del tiempo a.m. (antes del mierdero), encontrarme con nuevas historias habría sido relativamente sencillo. Sólo tenía que andar por Chapinero o ir a un rincón poco frecuentado de la oficina. Ahora que llevo más de cinco meses sin una rutina que incluya estar fuera de casa (muy diferente al pasar que el ahora demanda), extraño el conversar o simplemente abrir el espacio para que la persona de turno en las labores de enfermería me contara algún pensamiento, alguna historia o algún chisme. Son personas terriblemente ocupadas, infinitamente ocupadas, ocupadísimas. Y sin embargo, siempre tendrán a bien acompañar el quehacer cruzando palabras, sonrisas y complicidades. Siempre preferirán que el quehacer sea vivible.
Iba a decir que extraño las cobijas pero no es cierto. Suelen ser siempre un poco más pequeñas de lo necesario. Siempre hará falta una más. Caso contrario a las almohadas, que siempre serán una más de las necesarias. Pero bueh, sigamos con otra cosa.
Extraño conocer a los vecinos. Verles pasar y saludarles. Ver sus nombres en las listas y en los carritos de medicinas. Verles, creer que es lo normal es sentir simpatía y entender lo que pueda haber detrás de cada cara y de cada expresión. Porque ni a.m. ni d.m. había nada de eso con los vecinos de la rutina. Sólo hay afán, desinterés. Frío.
¿Qué pienso de estas cosas que describí? La mayoría de ellas, si no todas, las sé sujetas al privilegio asociado, al servicio que se tiene acceso; sé muy bien que mi historia es la de una minoría exigua que puede permitirse el creer que todo puede salir bien al tener una urgencia médica, sin creer que los dejará en la bancarrota o que aquel examen que les falta dependa de si puedan conseguir o no el dinero faltante. Que están por ahí derecho unidos a los privilegios que tiene el poder pensar en qué comer y elegir.
Doy gracias pues, porque puedo contar ésto, escribirlo, después de haber cenado algo, tener la posibilidad fisica de ingerir comida y la posibilidad de comprarla antes. Doy gracias porque tuve un problema y encontré quien pudiese ayudarme a resolverlo, manteniéndome con vida en el proceso. Gratitud infinita porque sigo y seguimos, porque el privilegio no nubla la empatía y porque la continuación de la existencia es sólo una excusa más para buscar ayudar a quien lo necesite, en la medida de nuestras posibilidades.
Extraño que me visiten y saber de ustedes.
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