Cada vez estoy más convencido de que la vejez es el camino a la pérdida de opciones. Perder la posibilidad de elegir sobre cada vez más y más cosas. Menos control, menos facultades, menos poder de decisión sobre lo voluntario e involuntario. Menos control sobre el irse del sitio en el que ya no se quiere estar, menos control sobre el lugar en el que sí se quiere estar.
Control. Elección. Libertad.
Los cumpleaños de los abuelos eran siempre, sin planearlo, una celebración de la libertad como parte esencial de la vida. Dejarles elegir qué hacer, dónde comer, cuándo salir, cuándo volver, dónde sentarnos, qué postre comer. Era un escape de la rutina que normalmente los limitaba y una suerte de regreso a un pasado más sonriente, con más picardía y alegría genuina. Ahí están los recuerdos de
los abuelos comiéndose el pescado que normalmente no probaban el resto del año, en el restaurante que normalmente les quedaba muy lejos, en un día en el que normalmente estaban con los nietos o tomando el sol en el parque junto a la casa. No importaba si no podían comerse todo o si era un poco más caro de lo que se compraba en el mercado; sólo importaba ser felices.
Este año, el cumpleaños de mi má fue una celebración de la libertad. De poder elegir de nuevo y de no estar limitados por las medicinas, por la rutina y por los malestares. Este año no hubo sorpresas ni decisiones mías; mamá eligió qué comer y dónde, si salir o no en la noche. Me limité a ser el facilitador de sus gustos -más que lo acostumbrado-.
Feliz día, má.
abril 04, 2019
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