Pocas cosas resultan más dañinas que el forzar la cercanía a otra persona. Extrañar la cercanía del pasado, creer que uno tiene la respuesta a los problemas ajenos, suponer que si uno no se aleja todo va a estar mejor.
Creerse un superhéroe o una pieza irremplazable. Ser el guardian de la paz y la seguridad ajena. Rondar por ahí. Ser el macho protector o la mamá que siempre saber qué es mejor.
Cuando uno se esmera en cuidar un vínculo, pensar siquiera en necesitar esforzarse por mantenerlo es innecesario. Nada como ese caos sutil y saboreable en el que uno se sorprende y se siente seguro en igual proporción.
julio 19, 2017
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