Será muy extraño ir por ahí y no pensar en la guerra. No ver los camiones conspícuos, llenos de soldados, saliendo de Bogotá en la madrugada. No ver pueblos sin luz, sin transporte o sin derecho a vivir después de las seis de la tarde.
Va a ser extraño pensar en todos esos pueblos cuyos nombres nos aprendimos porque la guerra los trajo a la mesa del comedor, esa donde veíamos las noticias de cada día mientras cenábamos.
Qué será de las conversaciones en las que las personas decían por cuál carretera era seguro o no ir. Porque ir por carretera a Neiva o Florencia sólo era para el que ya sabía cómo hacerlo. Qué será de los chirretes nacionales y extranjeros que aplaudían la lucha guerrillera, que vendían camisetas y enviaban donaciones a una guerra de la que nada sabían. Qué será de los comerciantes de armas que abastecían este mercado -y de las armas que aquí iban a dar-.
Ya hay una o dos generaciones completas que no temen ver un carro estacionado frente a un banco. Ahora habrá generaciones que crezcan sin pensar en la guerra. La gran guerra que siempre estuvo ahí.
junio 23, 2016
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