Anoche vi Pájaros de Verano junto a M. Debo decir que me gustó la historia, al igual que el contexto y el final. Algunos rieron en el cine durante los primeros quince minutos y ya después sólo hubo silencio (excepto por el primer muerto, que alguien recibió con un sonoro Ay, maaarica).
Uno de los detalles en los que me dejó pensando fue en la presencia de las pistolas y los revólveres. La pistola junto al chinchorro, la pistola al cinto, la pistola en la mano, la pistola en el carro. Y recordé el hábito más raro que di por normal durante mucho tiempo: mi papá dormía siempre con su revólver bajo la almohada y un machete bajo la cama.
Siempre estuvo esa presencia ahí, las advertencias del no tocar y no mover. Las cajitas con balas por ahí guardadas. Y es recién ahora que me pregunto si uno realmente necesita estar listo para defenderse de... algo. Si algo les causara temor, ¿vivirían igual?
Hay que recordar también que mi papá es un hombre que creció en el campo durante La Violencia. Así pues, nada habría de raro en que siguiera cuidando de sí y de su familia como lo hizo por tanto tiempo. Aún así, mi temor reverencial a las armas y a los machetes perdura hasta hoy. Pocas cosas más destructivas que un machete. No jueguen con machetes, parce, que las historias de dedos colgando de un hilito de piel son numerosas. Es como la uña de un gato, pero cien veces más grande. Como un velocirraptor pero sin dientes.
enero 07, 2019
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