Hay calles llenas de miedo. De incertidumbre y dudas. ¿Será que soy capaz de hacer lo que esperan que haga? ¿Será que cumplo con los objetivos del proyecto? Calles que suenan al timbre del celular del trabajo o que tienen el color del email corporativo.
Hay calles por las que discurre la desilusión. Calles de las que uno sólo recuerda el piso, las grietas, los desagües y el tono de gris del cemento. Calles que uno recorrió mirando al piso, como si buscase el ánimo o los restos del amor (propio o ajeno). A pesar de todo, son las que preferimos no volver a ver ni recorrer.
Hay calles llenas de desasosiego. Calles llenas de planes con mil condiciones sobre ellos. Sueños etéreos, vanos, loterías inalcanzables con una serie infinita de pasos hacia ellas.
Hay también calles en llamas. Calles donde no volvió a crecer la hierba después de que pasáramos por allí, invadidos por la ira, ahogados por ella.
Hay calles que huelen al amor. A la contentura y a la satisfacción. A la sensación de ser cuidado y querido, de estar a salvo y querer compartir las papitas a la francesa con alguien.
Lo más interesante de todo es descubrir que las calles también se pueden resignificar, se les puede cambiar el color, el olor y la banda sonora.
abril 02, 2018
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