marzo 09, 2018

Bloodline

Todavíá recuerdo la primera vez que me sacaron sangre para hacer exámenes de laboratorio. Mi hermana me acompañó a la sede de la EPS que queda sobre la calle veintiséis, un sábado en la mañana, porque por algún motivo nadie más podía ir (y mi papá siempre fue cobarde con las agujas).

Todavía recuerdo a mi hermana verme entrecerrar los ojos y reír de forma nerviosa, preocupada por mí. Como siempre. Creo que fueron dos o tres tubos de sangre, que al sol de hoy sigo sin entender cómo hacen para quitarlos y ponerlos sin que todo parezca una película de Tarantino. Se me ocurren cosas pero nada concluyente.

Me gusta cuando me ponen curitas con dibujitos. En la cirugía más reciente que tuve, me pusieron una curita con cohetes, perritos y balones de fútbol. No me gusta tanto cuando revisan los niveles de azúcar porque salgo con los dos brazos chuzados y con hambre.

Siempre será curioso pensar en lo inusual que es el convivir con procesos así. Con el  haber visto que podíamos ver al interior de nosotros, una gota o dos por vez. Ayer acompañé a M. pero ya no dejan ir con acompañante, así que no pude cogerle la manito mientras le sacaban sangre. Igual la mimé después para compensar.

Ojalá no estemos alimentando vampiros. Qué tal que no necesiten toda esa sangre para los exámenes y todo se vaya a cocteles sanguinarios. Qué tal.

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