octubre 11, 2024

(AI) cavern

Construir software es un oficio y quienes lo hacen a diario son artesanos. Puede haber mil herramientas, definiciones técnicas, mejoras, tutoriales, cursos, gremios, talleres modernos y antiguos, pero el oficio es el mismo y el proceso es indiscutiblemente de artesanía.

Todo pasa por los infinitos caminos que tiene un constructor de software cada vez que se enfrenta a un problema por resolver. Algo nuevo por crear, un producto que debe entregar. Que puede tener características ya incluidas en otros, puede requerir técnicas y materiales ya conocidos, pero eventualmente pasa por decisiones individuales y por el criterio de cada artesano. La destreza, la experiencia, el tacto y todo lo inmaterial que se manifiesta en la artesanía terminada.

Se usan métricas, metodologías, procesos, buenas prácticas. Marcos de trabajo, diagramas, estándares. Entornos de trabajo, certificaciones, especializaciones. Todo eso no deja de ser el equivalente digital de hornos más modernos, hornos con control PID, hornos eléctricos o a gas en reemplazo de la leña y el carbón, herramientas más precisas o más duraderas para manipular los materiales, cinceles de materiales y aleaciones más modernas para tallar con más precisión, pinceles y pinturas hechos y formulados para pigmentar de forma más predecible una superficie,... son sólo mejoras a las particularidades del proceso, a lo que se tiene a la mano para ayudarse a crear, no al proceso mismo.

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Una de las promesas de la IA generativa, y por ahí derecho de la búsqueda de la AGI, es el reducir el tiempo que le toma a las personas hacer algo. El reducir los errores. El hacer que todo se haga mejor, más rápido, más fácil, pagando menos empleados. Que si haces un curso de cómo escribirle instrucciones a chatGPT o a cualquiera de sus primos bastardos, entonces vas a poder ser mejor en tu trabajo y te van a ofrecer más empleos con mejores salarios. Que vas a ser un mejor programador si te ayudas preguntándole al modelo de genIA cómo escribir uno y otro bloque de código. Que nos van a echar a todos porque los dueños del capital se robaron todo el conocimiento humano para entrenar sus modelos y buscar el santo grial, flotando en la laguna de Eldorado, flanqueado por las entradas a Agartha y el Bifrost.

Las empresas se lanzaron a reemplazar sus roles más básicos por modelos entrenados para decirle a los clientes que no tienen la razón. Nada que un IVR no hiciera antes. Los inversores vieron la oportunidad perfecta para reponerse del humo y el ruido en el que cayeron con los NFT. Porque el punto de ser inversionista es llegar temprano para salir del lado ganador de los juegos suma-cero en los que entran a jugar. 

Y con todo esto alrededor, las grandes empresas de tecnología, ya establecidas y dueñas en todo rigor del espacio digital en el que nos movemos, le apuestan a ofrecer más de lo que los inversionistas esperan encontrar. Espejitos para bajar inversionistas de los árboles. Ideas ridículas que empeoran el funcionamiento de lo ya existente pero le permiten a los incautos soñar con lo que puede llegar a ser algún día, cuando el sueño febril de los doctos eventualmente se haga real y esa fuente infinita de sabiduría sea real. Sacrifican todo al nuevo ídolo, renuncian a todo lo que el mundo entero ha acordado, a todo lo que el mundo entero busca para poder seguir existiendo. Todo es desechable o secundario al lado del nuevo destino y el nuevo plan. Todo estará bien cuando el nuevo templo se haya erigido y el nuevo dios esté dentro de él. 

Nada diferente hay entonces, entre los arquitectos de antaño y los arquitectos de software de ahora: en ambos casos suelen ceder a todo lo que alimente su ego y sus ganas de usar todo lo nuevo, todo lo que potencialmente los haga famosos o relevantes.

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Poco a poco se va viendo cómo las ganancias en esfuerzos son debatibles, cómo las nuevas formas son menos efectivas. Los buscadores web ya no buscan, las herramientas de dibujo ya no permiten dibujar, las herramientas de traducción siguen traduciendo mal, los asistentes para generar código no superan a nadie más allá de los peores programadores. Poco sentido tiene apoyarse en algo sobre lo que no tienes garantía de calidad. Dicen que alucina. Siguen nombrando y describiendo en términos de conciencia. Omiten todos, por olvido o por conveniencia económica, que son sólo calculos matemáticos, uno tras otro, que miden probabilidades y nada más. No hay conocimiento construido allí, no hay contextos, no hay nada más que oscuros y fríos cálculos de variables para los que no existe ninguna pregunta o problema por resolver. Torpes como torpe ha sido nuestro ejercicio por compilar nuestro propio conocimiento. Su torpeza delata lo inconcluso que es el ejercicio de recopilar que hemos hecho por tanto tiempo. Así como lo narró Irene Vallejo, lleno de peripecias y del azar incomprensible.

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Roger Penrose tenía la idea de que la conciencia no es algo que podamos describir computacionalmente. Sin saber aún qué la origina o cómo persiste en el tiempo, después de cada noche de sueño, hace una serie de ejercicios mentales en los que sustenta su afirmación. Una que básicamente tira al traste, por la borda, al hoyo negro, al Mount Doom, la idea de una AI fuerte -que es lo que buscan todos estos CEO idiotas-.

O, tal vez, ni siquiera aspiran a tanto. Con poder enlazar de forma exitosa todo lo que conocemos y sabemos del mundo, creen que podremos llegar a la AGI. Día a día se siente la necesidad imperiosa de, siguiendo los pasos de Cipriano Algor, salir de la gran ciudad y devolverse a su casa. Tal vez a seguir haciendo alfarería en el horno del solar, con sus perros. Tal vez autodenominándose emprendimiento de artesanías orgánicas, gluten-free, libres de pruebas en animales, hechas de la tierra que alinea los chacras y conecta tus sentidos con el Universo.

Ven las sombras y creen que ven el mundo.

octubre 06, 2024

Best (sellers)

Hay dos grandes caminos que elige cada libro de divulgación (pseudo)científica que se vende un montón y se vuelve un best seller con muchas ediciones de muchos ejemplares. El camino del héroe o El camino de la imaginación compartida. Y de ahí creo que no salen.

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El primero establece un problema que tanto el autor como el lector enfrentan. El mundo, el sistema®, la cultura, los hábitos, el pasado, la gente extraña, la religión ajena, la familia, los pecados de la familia, las constelaciones familiares. Alguna de esas. Establece una forma rara de confianza, en la que lector y autor se enfrentan a situaciones similares; el autor le deja ver a quien lee que eso que le preocupa/entristece/enoja también le pasa a otros.

Una vez se establece esa relación conveniente, el autor procede a salvar al lector, a ofrecerle su aprendizaje, experiencia y conocimiento, para que el lector supere ese problema universal fácilmente. Una receta o una serie de principios que deben seguirse para no ser como los demás y triunfar.  

La receta o los pasos suelen mezclar datos ciertos y novedades científicas, con afirmaciones debatibles o cuestionables del autor. Esos que cambian el sistema©, la cultura o la rutina.

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El segundo camino parte de una narración imaginaria. Un experimento mental, de esos que lleva a cualquier persona a imaginarse lo que le están contando. Una historia ajena a todos pero fácil de ver en la mente. El experimento suele llevar a una analogía simple y bella de la que todos los lectores se pueden llevar algo para sentir que leer el libro les dejó algo.

El autor es aquí un buen narrador. Un tío o abuelo que cuenta historias y que, como dicen Penrose y Hawking, cada vez que usa una ecuación pierde la mitad de los lectores.

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En cualquier caso, el reto es explicar todo lo que uno quisiera compartir, en menos de doscientas páginas.


julio 30, 2024

(To) entrench

El arraigo es un poco aceptación o resignación, dependiendo de las emociones que rodeen las decisiones. Es dedicarse a un huerto, como los recolectores que se hicieron sedentarios, pensando que así la vida era más viable, llevadera y con más tiempo para otras cosas -como pensar y dibujar-.

Ese huerto puede ser literalmente un huerto. O un puesto de tacos en la esquina del barrio. O un camino entre la parada del metro y la casa. Puede ser el vendedor de mazamorra que pasa siempre a la misma hora, el atardecer detrás de las mismas montañas. O la misma cuadra en los suburbios con la misma HOA y los mismos muchachos montando cicla por la calle. Lo que sea que represente establecerse y arraigarse. Pertenecer y sentir que nos pertenece -que no legalmente, pero sí nos ocupa su existencia en nuestras vidas-.

Es aceptación o resignación en tanto se aceptan o se resignan todas las cosas que no pueden ser. Los sueños inviables o incompatibles con lo que sí existe. La vida que es real negando la vida en sueños, para dolor de Calderón de la Barca o de Bretón. Ya no se pudo vivir la experiencia juvenil en algún diminuto apartamento en tierras lejanas; bien puede ser la experiencia menos juvenil en una casa en otro lugar de clima caliente y fruta abundante. Ya no se pudo lo de ser académico reconocido; bien puede ser lo de ofrecer un lugar sano a otros como líder de un equipo de trabajo altamente especializado. Los deberes de familia no permiten la vida nómada; bien puede hacerse uno un espacio feliz para estar mientras se hacen las cosas que demandan atención y cuidado.

El arraigo es posiblemente, el ejercicio más decidido de aprecio al presente. Valorar lo que hace tiempo se antojaba impensado y que, si tuvimos algo de suerte, encaja un poco con lo que soñabamos alcanzar o vivir. E incluso si no encaja, tal vez represente algo de la felicidad y la paz de espíritu que deseábamos alcanzar.

julio 16, 2024

Ranthought - 20240716

Es una vergüenza que Mozilla le incluya como opt-out a Firefox, una opción que recoge información para los anunciantes. Es decir, por defecto lo va a hacer y uno tiene que ir a decirle que no lo haga. 

Debería ser opt-in y preguntar si uno quiere habilitarlo. Aunque, sabiendo que está relacionado con Meta, no debería hacer parte de Firefox.

Por si acaso, es esta opción, incluida sin ningún comentario en la versión 128:


Se están acabando los navegadores libres de basura. Y como siempre, son los publicistas los que se cagan todo, manga de vagos forros.

julio 08, 2024

Breadcrumbs

En el pasado, el nombre de usuario era parte de la máscara, de ese ser que se representaba (a veces inconscientemente) en línea. Todos corríamos a cada nuevo servicio para hacernos al nombre de usuario que usábamos siempre, para no perderlo y no convertirnos en pepito84 o juanchito__ (dependiendo de qué carácteres especiales permitía cada quien). Los demás debían saber que éramos nosotros y nadie más.

Ahora que todos los proveedores de servicios nos siguen de un lado al otro para poder vendernos más cosas (o robarnos todo), la idea debería ser la opuesta. No dejar migajas entre un servicio y el otro para que nadie pueda unir cabos y buscarnos con el mismo usuario. Suena un poco a la idea que yo tenía en el pasado, de tratar de ser un rompecabezas y no ofrecer una imagen completa a alguien o a algún espacio. Dejar espacio para la duda.

Se parece mucho a una recomendación de la gente de Proton sobre los nombres de usuario. Uno piensa mucho en las contraseñas pero nadie piensa en los demás datos. Los nombres de usuario definitivamente sirven para atar cabos cuando los robos de bases de datos son moneda corriente. Correr un programa que enlace datos similares en diferentes servicios y buscar patrones; ver si hay usuarios reusando contraseñas o probando la contraseña conocida de un usuario pepito (a fuerza bruta, con rainbow tables, etc.) en los otros servicios donde hay un pepito. Por eso es que hoy tiene sentido tener servicios de mail relay (como éste o éste otro) para que las cochinas empresas de mercadeo y agregación de nuestros datos no puedan unir los puntos.

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Por ahí mismo va la idea de dejar rodar los datos de identificación sin ningún control. El número de identificación (cédula, pasaporte) y el nombre es una combinación de datos que no deberíamos entregar sin más. 

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¿Quién pagara por YouTube premium?

julio 02, 2024

(To set) free

Una de las cosas más amables que uno puede ofrecerle a alguien es la libertad de no tener que repetir rituales y saludos que la otra persona realmente no quiere hacer. Permitirle ser libre de situaciones que sólo repite porque no quiere que la otra persona se sienta mal. O sea, uno.

Porque se pueden estar haciendo y diciendo cosas con la intención de conservar una amistad o un vínculo de algún tipo con otra persona. Remando y remando, cuidando recuerdos comunes, sobre todo si hay distancia física en medio. Sin embargo, eso a veces termina en una forma rara de cautiverio -para la otra persona-, donde uno se mantiene en una situación asimétrica e incómoda porque sólo se reciben respuestas protocolarias mientras uno insiste e insiste en no dejar marchitar el canal.

La clave es dejar ir las fechas especiales, el cumpleaños que igual uno recuerda, las experiencias compartidas del pasado. El silencio eventualmente se hace cómodo y la persona es libre; uno se ocupa de sus propios recuerdos, por su cuenta, sin expectativas ni añoranzas de amistades pasadas. 

A veces, no es necesario que los demás sepan lo importantes que son o han sido para uno. O, si lo llegan a saber, no necesitan recordarlo. Dar gracias y avanzar.

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Parce, el morraco de la vergüenza en Intensamente 2 usa el mismo hoodie gris que yo.

junio 12, 2024

Compugreiff

El otro día fui a que le hicieran mantenimiento al celular en Unilago y vi dos muchachitos saliendo cada uno con su caja ATX nueva y con cara de acontecimiento, casi que mirándose el uno al otro, repasando mentalmente los planes a seguir. Con contentura genuina de por fin poder armar su compu como lo quieren y hasta donde da el presupuesto. El propio o el de los papás.

El acceso masivo a los dispositivos portátiles de cómputo se da por sentado, pero hace quince años eso no existía. El iPhone era aún novedad y muchos aún andaban con su teléfono GPRS o con los viejos Symbian (sí, corrían sobre Java) para jugar algún que otro jueguito. En las universidades públicas, los avistamientos de portátiles eran raros y limitados a los que tenían más dinero. Incluso en las privadas, había servicio de alquiler de portátiles para trabajar dentro del campus. Lo común durante toda mi vida universitaria fue cargar diskettes 3.5'' primero, discos duros después (en bolsas antiestática, por supuesto), los CD regrabables a veces (cuando el amigo con unidad quemadora la prestaba; era cara) y las memorias USB al final (con sus 128 MB de poder, inicialmente).

En ese contexto, comprar un computador de marcas reconocidas entraba en una de dos opciones: un lujo o una compra de persona que no sabía nada y sólo necesitaba que funcione. Aplicaba para equipo de escritorio o portátil. Y es por eso mismo que la industria de la importación, distribución y ensamblaje de computadores de escritorio fue tan próspera aquí. El antiguo parque Gaitán dio paso a muchas construcciones (que terminaron torcidas por el suelo cenagoso) y a un gran edificio de locales comerciales especializados en preguntar qué anda buscando y en ofrecer programas, juegos, películas. Los lugares donde uno iba con lista, cual carta al niño dios, para armar su compu soñado. Cotizar y buscar la tarjeta de video al mejor precio, una board compatible con un procesador para el que alcanzara el dinero. La mejor memoria RAM compatible con la board nueva.

En ese mismo contexto, no había aún un uso masivo de Internet para encontrar cosas cotidianas. El almacén, la comparación de precios, la mejor versión de algo. El volante con precios de partes y accesorios seguía siendo relevante y necesario. Es ahí donde Compugreiff fue exitoso. Un volante amarillo tamaño carta que cambiaba cada semana (dependiendo de la cotización del dólar, supongo) con precios de partes, accesorios y algunos programas. La referencia de todos para saber más o menos cuánto podía costar armar un PC de escritorio. Actualizar la tarjeta de video para lograr una mejor resolución en el juego nuevo. Armarle el computador a la tía o a los primos. Ese volante amarillo era replicado por los usuarios habituales y el mercado se movía alrededor de esos precios.

Compugreiff en sí era simplemente un almacén más, ubicado estratégicamente cerca de una de las entradas de Unilago. Su otra ventaja era tener una oferta variada para todos los presupuestos. En caso de flojera, el camino fácil era comprar todo ahí sin más. Eventualmente publicaron la misma información en Facebook o en su sitio web. 

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La siguiente coyuntura fue el cambio en la tributación para la importación de computadores. Todo lo que costara menos de USD 500 aprox (para la época) estaría exento de impuesto sobre las ventas. Computadores de escritorio, portátiles, tablets, celulares. De repente, era viable tener acceso a la Internet por el mismo dinero que normalmente gastarían en un equipo de sonido o un televisor. Ahí el público objetivo para los equipos ensamblados se redujo, pues para muchos era más fácil comprar un portátil (o un horrible todo-en-uno) de precio equivalente, aprovechando los esquemas de crédito disponibles en los grandes almacenes.

En esa visita a Unilago que hice hace poco, vi que la oferta ha cambiado y sólo algunos locales venden aún partes, particularmente para equipos de altísimo desempeño (videojuegos, transmisiones en vivo). El resto son reventas de equipos usados, de impresoras, reparación de celulares y accesorios varios. Compugreiff ya no existe. Aunque posiblemente todavía existan negocios de aquellos -no como era Compugreiff, sino su versión en las sombras- que evadan impuestos y hagan remisiones en vez de facturas (o eso me cuentan, yo no sé de eso).

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Hace sólo un par de semanas, alguien me contaba que tuvo que ayudarle a unas estudiantes universitarias porque las habían puesto a trabajar con un PC de escritorio y no sabían cómo prenderlo. La gente joven escribe mucho, sólo que de otra forma. Lo mismo, pero diferente.

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