febrero 23, 2015

¡Showtime!

Todos recordamos la presencia de El Espacio en cada esquina. Grandes titulares en tinta roja, enmarcados siempre por signos de admiración. ¡Siempre!
Era básicamente un llamado a gritos para que todos vieran lo que habían puesto en esa nueva edición. En este país, donde por más de un siglo hubo dos periódicos de circulación nacional hechos de la forma más ortodoxa, la existencia de El Espacio era tan disruptiva como predecible. En la cabeza de todos, la existencia de esas noticias y esa reportería estaba limitada a El Espacio y a una única emisora radial.

El Tiempo y El Espectador cuidaron siempre las formas, las maneras, los compromisos. El Espacio acudía a una versión simple, más cercana al entretenimiento que al deber informativo. A los hallazgos de la noche anterior, con fotografías a todo color y descritos de forma minuciosa. A las fotos de muchachas mostrando las tetas en la última página -con denominación genérica: «la mona»-, rodeadas siempre por chismes de farándula. Al crucigrama que muchos rellenaban sagradamente con diccionario de inglés y tabla periódica en mano.

El Espacio fue el primero en tener éxito cruzando esa línea que iba de la información al entretenimiento. La sección judicial acudió siempre a instintos básicos fáciles de satisfacer. A querer ver. Nada de lo que relataban ahí te importaba la mayoría del tiempo y no servía para nada diferente a una conversación banal mientras te tomas un tinto. Los periodistas que por ahí pasaban "se curtían" en el periodismo judicial, un bello eufemismo para las noticias que involucraban accidentes, riñas, sangre y vísceras.
Cuando los estudios de medios eran publicados, todos veían que El Espacio tenía una cobertura y lecturabilidad relevantes, compitiendo sin lío con los otros diarios nacionales.

Casi al mismo tiempo que el formato de El Espacio era replicado por otros a menor costo, apareció en televisión una propuesta no muy alejada de este entretenimiento. Inicialmente en un horario de bajo riesgo -a primera hora de la mañana, al tiempo con el amanecer-, un canal regional decidió enviar a alguien a recoger en video estas mismas historias simples, muchas veces cruentas. Descubrieron que esa sección mantenía a la audiencia pendiente y la hicieron más elaborada, presentando avances a lo largo del programa y moviéndola una hora más tarde. La gente esperaba a ver las noticias completas.

Tuvo tanto éxito este formato que fue copiado por canales nacionales, dedicando muchos recursos a ello, extendiéndolo al día, al tráfico, a la tarde, a otras ciudades, a las autopistas. Los periodistas que habían creado el formato pasaron a estos canales, mejor pagos. El programa original continuó con otros presentadores, manteniendo la misma estructura. Ya todos eligen en qué canal ver la sección judicial plagada de ambulancias, policías, imágenes desfiguradas por cuadritos y declaraciones censuradas porque a esa hora todos dicen hijueputa.

Si alguien se sienta a escuchar con atención la forma en que estas noticias son reportadas, se parece mucho a como escribían en El Espacio. Muchos adjetivos, símiles y metáforas para describir situaciones simples. Muchas palabras para decir algo sencillo. No hubo un incendio en una casa esa noche, no, «las llamas danzantes iluminaron la fría noche capitalina, avanzando con prisa por aquel lugar». Es una lucha por llegar a la cabeza del que está viéndolos para crear una imagen. Darle un montón de palabras para que cree algo en la cabeza. No se trata simplemente de saber qué pasó; se hace relevante suponer cómo pasó. Dejar que el televidente imagine cosas a pesar de estar viéndolas él mismo en el televisor.

El Espacio dejó de publicar en noviembre de 2013. Otros buscan explotar ese nicho de mercado con propuestas similares. Los programas de la mañana, inicialmente una copia de los formatos norteamericanos, ahora incluyen juiciosamente una sección judicial de la misma forma que hace unos años les añadimos una de entretenimiento. El interés por las tripas ajenas jamás ha decaído.

Adenda (20150416): Otro texto sobre la crónica roja.

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