La experiencia de país normalmente varía de persona a persona, por lo que me resulta extraño pensar, como tratan de vender los publicistas y los políticos (que tampoco son muy distintos los unos de los otros), que el país es ésto o aquello. Que no somos lo que muestran en esta serie o en esa otra; que la gente es así y asá, que las riquezas están acá y acullá. Que las cosas buenas están y son muchas.
La experiencia de país es muy personal y si acaso tendrá en común lo que pasa por lo cultural, que normalmente es transversal. A menos que uno interactúe con personas pobres y adineradas, lo que hace que eso que creíamos transversal cambie también. No hay una única interfaz de país.
Esas situaciones o experiencias que se presumen unificadoras, en realidad sólo resaltan más las diferencias. La selección nacional de fútbol, por ejemplo, sólo sirve para promover unas ideas que en la realidad no existen; se vive una falsa unidad entre personas que igual, unos tragos más adelante, bien pueden terminar en una riña o que al día siguiente se van a enzarzar en cualquier tipo de enfrentamiento (diga usted, a los codazos mientras intentan entrar al mismo bus). Nos venden la idea de ser un país bello y bueno, lleno de gente que se pone la camiseta y es vivo reflejo de todo lo bueno que proyectan unos deportistas; la realidad, bien distinta, pasa por unos cuantos atletas de alto rendimiento que hicieron las cosas sin saltarse pasos, sin torcer las normas, con disciplina y dedicación, que es lo que normalmente no se usa en el cotidiano colombiano. Es por eso que lo que todos -periodistas e hinchas- rescatan de los partidos son precisamente los resultados a la vez que ponen el trabajo o la preparación en un segundo plano, supeditándolos a opiniones y cotilleos de esos que prefiguraron el clickbait en la era de la radio y la TV.
Todas las experiencias de país son entonces, igualmente válidas. Lo que me pase a mí nada tiene que ver con lo que sufre o goza el otro. No estoy loco por querer cambiar mi rutina al considerar inviables las opciones que tengo aquí; nada tiene de irracional el que otros se sientan a gusto en una u otra ciudad. Lo que se vive a diario es una construcción colectiva y una negociación permanente (de espacios, de recursos, de roles, de ideas) que funciona mejor para unos que para otros. A cada uno le corresponde simplemente gestionar su propio proceso de negociación y el espacio en el que mejor le funcione.
Es por todo esto que resulta necio cuestionar la experiencia de país que unos u otros puedan tener. Por eso es importante atender a quienes han vivido y viven la violencia, de la más cruda a la más sutil y normalizada. Ya estuvo bueno de minimizar las experiencias ajenas para ensalzar un estúpido sentido de pertenencia a algún colectivo inútil que poco se preocupa por el bienestar de quienes lo conforman.
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