Se acabó el tiempo en el que había bandos, lados, posturas o facciones definidas.
Se acabó el mundo abierto a ser explorado. El asombro ochentero de la ciudad prohibida más allá de Bertolucci o San Petersburgo sin el lente de las historias. Sujeto a los términos y condiciones del pasaporte.
Se acabó el postureo de la diplomacia que parecía funcionar de alguna forma por 60 o 70 años. Volvemos a la idea de pasar por encima de otros sin más, con el resto mirando hasta que se haga demasiado incómodo.
Lo peor de todo es que todos los análisis nacen del mundillo industrializado y blanquito. Desde el sur global, la única lectura que todo esto admite es que nada impide que el propio rincón del mundo sea la siguiente escala en las guerritas proxy abiertas (no económicas ni escondidas) por recursos.
Y al mismo tiempo, todo sigue igual. Tal vez el capitalismo ya hizo la transición y ahora no invade por petróleo sino por gas y agua. Tal vez.
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