agosto 14, 2019

Siegfried

¿Qué tan posible es vivir la historia de Aquiles en carne propia? ¿O tal vez, la de Sigfrido? Encontrar la forma de ser un poco más fuerte y de aguantar un poco más las visicitudes de la existencia material, poder andar un poco más rápido en bici, jugar mejor. Todo eso.

Pues bien, creo firmemente que eso fue lo que me pasó a mí. Tras un año completo de ir a levantar peso con las patas y con los brazos, creería que estaba jugando el mejor fútbol que he jugado en la vida. Recién a los treinta y tantos, sí. Estaba haciendo los goles imposibles en los que le pegaba con el borde externo, casi sin recorrido de la pierna, y la ponía en el ángulo allá en el segundo palo, pasando por encima de dos defensas y sin mandarla al techo. Estaba ganando en velocidad y estaba aguantando las patadas ajenas como tula de kickboxing.

Hasta que me pisaron una uña. La uña del dedo gordo del pie izquierdo.

Irrelevante, dirán algunos. Las uñas no se usan, eso no pasa nada. Pues bien, ese pisotón me dejó por fuera tres meses hasta que sanó la herida, se cayó la uña y volvió a salir. Todavía ando con un capuchón de silicona para proteger el dedo, porque por ahora sólo tengo un remedo de uña y el dedo está expuesto a cualquier golpe. Mi punto débil fue ese que no podía reforzar con ejercicio, comida, agua, proteína, calcio, agua o canilleras.

Sólo espero el día en el que pueda volver a jugar porque estoy convencido de que voy a jugar aún mejor.

*

Ayer fue el día en el que descubri que ya no necesito bajar un plato para subir los puentes vehiculares en bicicleta. Con bajar un cambio, basta. Me parece una cosa sorprendente; casi que puedo subir el puente en el cambio más duro de la bicicleta sin mayor esfuerzo. El cuerpo es una cosa increíble, de veras.

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