Anoche tembló. Fue un sismo relevante pero inocuo, de esos que se dan con cierta frecuencia al sur de Santander. En Bogotá, donde estamos a unos trescientos kilómetros de distancia, se sintió lo suficiente en los pisos altos como para preocuparse y buscar información.
De las cosas que uno recuerda sobre el entrenamiento en caso de terremoto es que toca tener un radio de pilas. Porque la radio es el medio más simple por el que nos podemos enterar de cualquier cosa, en cualquier situación. Pues bien, prendí la radio (el stream de Internet, pero casi) y comencé a ir de emisora en emisora, comenzando por las señales principales de las cadenas radiales más importantes. Sólo encontré normalidad: charlas sobre cuál podría ser la camiseta más bonita en el mundial de fútbol. Diálogos sobre la nueva unidad médica en un barrio de Bogotá. Programas de mucha música y poco diálogo que hacían pensar que los otros, de más diálogo y menos música, habían sido grabados más temprano y ahora sólo eran dispensados por una máquina sin miedo a morir aplastada por los escombros del edificio.
El único lugar donde encontré gente diciéndole a la gente qué hacer fue en la radio juvenil. Esa que han demandado y puesto en la picota pública por hablar de pipís y cucas y mierda y sexo, esa misma. Ahí estaban los practicantes de comunicación social, los primíparos que ponen a cubrir los turnos más aburridos o menos rentables. Esos fueron los humanos responsables de la noche, diciéndole a sus oyentes -muy a su manera- que dejaran de ponerle atención al programa de turno y salieran a un lugar seguro en calma, llevando consigo sus artículos de emergencia.
Gracias, queridos millenials. Ustedes parecen ser los únicos que se preocupan por cuidar de los demás.
mayo 31, 2018
mayo 25, 2018
Ranthought - 20180525
La pregunta fome de hoy en StackOverflow En Español fue:
"Si abro un puerto del router, podré conectarme de forma remota a mi servidor de base de datos"
Parce, no hay derecho. En manos de estos seres está la información de la gente. Y después están preocupados es por Facebook.
D:
"Si abro un puerto del router, podré conectarme de forma remota a mi servidor de base de datos"
Parce, no hay derecho. En manos de estos seres está la información de la gente. Y después están preocupados es por Facebook.
D:
mayo 24, 2018
Dad
Si hay algo que he aprendido bien es que el actuar de acuerdo a lo que se cree no garantiza nada. No da el derecho adquirido a nada ni merece un premio por nada. Sólo se es como se desea ser (o tan cercano a ello como se puede). Por eso mismo, cada vez que veo a alguien ser consistente en esa forma de vivir siento respeto y admiración.
Mi papá, por ejemplo, me legó algunos ejemplos que me pareció importante conservar. La mayoría, sin embargo, son ejemplos de lo que no quiero ser o hacer.
Creo que por eso mismo ha sido tan importante dar con la existencia de Arséne Wenger. Alguien que se dedicó a un quehacer que ama, rodeado de miles de caminos fáciles y que siempre eligió ser fiel a sus convicciones, valorando la importancia de justificar los caminos y los medios tanto como el fin mismo en cada meta de la vida. Un recordatorio andante de lo mucho que se puede parecer el fútbol a la vida, día a día y jornada tras jornada (de la liga).
Podría afirmar sin temor a exagerar que Arséne fue el papá que elegí tener para poder imitar y aprender con el ejemplo; el que fue conmigo a fútbol cada fin de semana, sin falta, por dieciocho años. El que tenía algo qué decir sobre todo y para cualquier pregunta. El que nunca cedió a los caminos fáciles de la arrogancia y el irrespeto (tan populares en los medios, además).
Arséne me hizo creer que la gente buena también la logra sin dejar de ser, sin ceder a la presión de lo común. Que el valor está en ganar sin que sea a cualquier precio, de cualquier forma.
Cuando Bowie dejó de estar, algún reportero con iniciativa le preguntó a Arséne qué pensaba. Él, elocuente, tuvo por decir:
I must say, the message he gave to my generation was very important because it was after the Second World War and it was basically - be strong enough to be yourself. That is a very strong message and very important for my generation.
Quisiera creer que él me ofreció exactamente eso. El carácter propio del alsaciano hecho técnico de fútbol y padre. Supongo que ahora me corresponde ir solo al estadio, a vivir lo que me fue legado.
Gracias por todo, Arsenio.
Mi papá, por ejemplo, me legó algunos ejemplos que me pareció importante conservar. La mayoría, sin embargo, son ejemplos de lo que no quiero ser o hacer.
Creo que por eso mismo ha sido tan importante dar con la existencia de Arséne Wenger. Alguien que se dedicó a un quehacer que ama, rodeado de miles de caminos fáciles y que siempre eligió ser fiel a sus convicciones, valorando la importancia de justificar los caminos y los medios tanto como el fin mismo en cada meta de la vida. Un recordatorio andante de lo mucho que se puede parecer el fútbol a la vida, día a día y jornada tras jornada (de la liga).
Podría afirmar sin temor a exagerar que Arséne fue el papá que elegí tener para poder imitar y aprender con el ejemplo; el que fue conmigo a fútbol cada fin de semana, sin falta, por dieciocho años. El que tenía algo qué decir sobre todo y para cualquier pregunta. El que nunca cedió a los caminos fáciles de la arrogancia y el irrespeto (tan populares en los medios, además).
Arséne me hizo creer que la gente buena también la logra sin dejar de ser, sin ceder a la presión de lo común. Que el valor está en ganar sin que sea a cualquier precio, de cualquier forma.
Cuando Bowie dejó de estar, algún reportero con iniciativa le preguntó a Arséne qué pensaba. Él, elocuente, tuvo por decir:
I must say, the message he gave to my generation was very important because it was after the Second World War and it was basically - be strong enough to be yourself. That is a very strong message and very important for my generation.
Quisiera creer que él me ofreció exactamente eso. El carácter propio del alsaciano hecho técnico de fútbol y padre. Supongo que ahora me corresponde ir solo al estadio, a vivir lo que me fue legado.
Gracias por todo, Arsenio.
mayo 20, 2018
Ranthought - 20180520
Hoy tuve que detenerme por más tiempo de lo normal frente a la entrada del estacionamiento en el edificio donde vivo, pues había un grupo de unas doscientas personas caminando hacia el centro de la ciudad.
Apenas me detuve y bajé la ventana, una de las personas -que iba en bicicleta- se acercó y me dijo sonriendo que Hay que esperar a que pase todo un país. Le sonreí de vuelta y simplemente le respondí que eso era lo que me correspondía hacer en ese momento: esperar. Que tenía tiempo.
Siguieron caminando con sus banderas venezolanas en la mano. Yo seguí camino a casa.
Apenas me detuve y bajé la ventana, una de las personas -que iba en bicicleta- se acercó y me dijo sonriendo que Hay que esperar a que pase todo un país. Le sonreí de vuelta y simplemente le respondí que eso era lo que me correspondía hacer en ese momento: esperar. Que tenía tiempo.
Siguieron caminando con sus banderas venezolanas en la mano. Yo seguí camino a casa.
mayo 16, 2018
Pothole
Si le preguntan a cualquiera por ahí, es muy probable que les digan que Bogotá se ve más lenta desde el interior de un automóvil mientras llueve. Esa Bogotá gris, fría y húmeda, llena de charcos y adoquines flojos que juegan a ser silenciosas trampas de agua. Esa misma, sí.
Bogotá se hace más lenta y podrían decir que su andar se hace cansino. Es más difícil conseguir un taxi libre, es más probable que el bus esté lleno de gente con el pelo mojado y las medias empapadas. Los atascos son más largos y se hacen insoportables por el frío. Las ventanas salpicadas de gotas y cubiertas por el vaho salido de las tripas de todos. Los semáforos a veces se mueren y resucitan a las tres horas, siempre en amarillo intermitente.
Sin embargo, la dinámica de la ciudad cambia cuando uno la ve mientras va en bicicleta. Hay menos peatones, sí, pero los que hay van más descuidados por ahí. A veces por el afán, a veces porque la lluvia estimula los sentidos y los saca a todos de sus rutinas para ponerlos a pensar en las cosas importantes, en los sueños o en las añoranzas. Caminan o corren, buscan cambiar su situación actual porque van hacia alguna parte. La gente se cuida aún menos de respetar las normas de tránsito, los giros prohibidos son comunes y los choques proliferan por ese mismo descuido. Como si se sintieran al amparo de un manto gris de impunidad, bajo el cual todo vale porque todos nos queremos salir de debajo del agua.
Las vías para bicicletas se llenan de pequeñas pocetas, charcos que no reflejan luz alguna y sólo le dan un brillo indefinido al piso, de un gris más claro en medio del gris oscuro y el negro. Acá no son azules ni verdes salvo en pequeños tramos, así que no hay mucho color alrededor para mirar. Es este hábito reciente de ir y venir en la bicicleta el que ha traído color; las chaquetas y las luces, las ruedas fluorescentes y los tragaluces, los chalecos reflectivos y los modernos sistemas LED en los radios de las ruedas que van pintando figuras mientras giran.
Cada vez disfruto más el ir bajo la lluvia porque me exige pensar en el mínimo necesario. Como con las líneas de código, pero centrado en el cuerpo y en la carga que me pongo en las piernas. He ido simplificando todo el atavío hasta llegar a la versión de ayer, en la que iba con mi moderna chaqueta, una pantaloneta de fútbol y unos zapatos simples de verano europeo a tres euros que se secan en una noche. Es casi como si estuviese compensando los años de infancia en los que no salí a empaparme y ahora lo hago a placer, sin tareas que me esperen a la vuelta (aparte de mimar a los gatos) ni reproches porque me puedo resfriar (que tampoco va a pasar porque no me mojo el pecho ni la espalda).
Cada charco grande es un acto de fe en el que sujeto el manubrio con la firmeza justa, confiando en mi conocimiento de los baches y zanjas del camino e igual esperando lo inesperado. Siempre alerta, siempre desconfiado. Es la hora que no sé si es buena idea el usar gafas para no tener que entrecerrar los ojos por el agua.
La señal más clara de mi disfrute es el verme yendo a la misma velocidad (o más rápido) que el tráfico de la calle junto a la que voy. Me recuerda los últimos días del colegio, en los que competía con el bus en el que iba un amigo por la calle 45 y al que solía ganarle porque corría lo suficientemente rápido como para encontrar los semáforos en verde y dejar al bus detrás de alguna fila lenta de bogotanos enlatados.
Bogotá se hace más lenta y podrían decir que su andar se hace cansino. Es más difícil conseguir un taxi libre, es más probable que el bus esté lleno de gente con el pelo mojado y las medias empapadas. Los atascos son más largos y se hacen insoportables por el frío. Las ventanas salpicadas de gotas y cubiertas por el vaho salido de las tripas de todos. Los semáforos a veces se mueren y resucitan a las tres horas, siempre en amarillo intermitente.
Sin embargo, la dinámica de la ciudad cambia cuando uno la ve mientras va en bicicleta. Hay menos peatones, sí, pero los que hay van más descuidados por ahí. A veces por el afán, a veces porque la lluvia estimula los sentidos y los saca a todos de sus rutinas para ponerlos a pensar en las cosas importantes, en los sueños o en las añoranzas. Caminan o corren, buscan cambiar su situación actual porque van hacia alguna parte. La gente se cuida aún menos de respetar las normas de tránsito, los giros prohibidos son comunes y los choques proliferan por ese mismo descuido. Como si se sintieran al amparo de un manto gris de impunidad, bajo el cual todo vale porque todos nos queremos salir de debajo del agua.
Las vías para bicicletas se llenan de pequeñas pocetas, charcos que no reflejan luz alguna y sólo le dan un brillo indefinido al piso, de un gris más claro en medio del gris oscuro y el negro. Acá no son azules ni verdes salvo en pequeños tramos, así que no hay mucho color alrededor para mirar. Es este hábito reciente de ir y venir en la bicicleta el que ha traído color; las chaquetas y las luces, las ruedas fluorescentes y los tragaluces, los chalecos reflectivos y los modernos sistemas LED en los radios de las ruedas que van pintando figuras mientras giran.
Cada vez disfruto más el ir bajo la lluvia porque me exige pensar en el mínimo necesario. Como con las líneas de código, pero centrado en el cuerpo y en la carga que me pongo en las piernas. He ido simplificando todo el atavío hasta llegar a la versión de ayer, en la que iba con mi moderna chaqueta, una pantaloneta de fútbol y unos zapatos simples de verano europeo a tres euros que se secan en una noche. Es casi como si estuviese compensando los años de infancia en los que no salí a empaparme y ahora lo hago a placer, sin tareas que me esperen a la vuelta (aparte de mimar a los gatos) ni reproches porque me puedo resfriar (que tampoco va a pasar porque no me mojo el pecho ni la espalda).
Cada charco grande es un acto de fe en el que sujeto el manubrio con la firmeza justa, confiando en mi conocimiento de los baches y zanjas del camino e igual esperando lo inesperado. Siempre alerta, siempre desconfiado. Es la hora que no sé si es buena idea el usar gafas para no tener que entrecerrar los ojos por el agua.
La señal más clara de mi disfrute es el verme yendo a la misma velocidad (o más rápido) que el tráfico de la calle junto a la que voy. Me recuerda los últimos días del colegio, en los que competía con el bus en el que iba un amigo por la calle 45 y al que solía ganarle porque corría lo suficientemente rápido como para encontrar los semáforos en verde y dejar al bus detrás de alguna fila lenta de bogotanos enlatados.
mayo 10, 2018
Ranthought - 20180510
Saludos a mi gente bella de Coffeyville, KS, que nos visita en este blog.
Sí, Coffeyville. Kansas. Eso me dicen los enanos de Google sobre mis visitas de la última semana.
Sí, Coffeyville. Kansas. Eso me dicen los enanos de Google sobre mis visitas de la última semana.
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