enero 16, 2018

Imagination

Los videos musicales para mí fueron un acompañante tardío. Por muchos años no los vi más allá de algunos eventos en el colegio, donde los estudiantes de undécimo grado ponían algunos videos como intermedio. La radio, en cambio, era la presencia permanente y el canal para llegar a la novedad. Al descubrimiento.Ya les he contado sobre los cassettes que mis hermanos grabaron, esos con New Order y The Cure. Pero no les he contado mucho sobre lo que mi propia niñez y adolescencia noventeras encontraron por su cuenta.

Como vinimos a entender después, la época del glam fue una época muy llena de Los Angeles y Hollywood, de mucha producción y preproducción, de mucha chica hecha objeto y hecha mierda, nada, un par de piernas, una cuca que se dejaba decir cherry pie. Y contra todo eso, Cyndi Lauper y Madonna mostrando que todo lo podían y todo lo superaban. Porque uno ya conocía La Isla Bonita pero la primera afirmación cada vez que el noticiero de las siete mostraba su nuevo video, era sobre lo promiscuas o exhibicionistas que eran. Porque el noticiero de las siete iba después del Minuto de Dios, patrocinado por azúcar Manuelita. Ni queriendo logra uno una combinación más reaccionaria (y más proclive a cautivar chicas jóvenes).

En los años noventa la cosa fue cambiando. Por necesidad, por pura rebeldía terminamos encontrando mujeres líderes, caras visibles de la música que escuchábamos. Estaba Courtney, claro. Siempre estaba Courtney para romperlo todo, a la garcha y me compro otro. Estuvo Nina Persson dándole vida a un rock raro que se hizo sinónimo de cómo suena lo sueco, yendo y viniendo entre los sonidos elaborados sacados de aparatos y las canciones a-la-Shirley Bassey. Esas que en español habrían pasado por el Show de las Estrellas. Estaba también Shirley Manson, esa que vino de Escocia creyendo que era fea y no lograría mucho, que comenzó con un Garbage con quejas reales y sentimientos, pasando luego a un Garbage moderno, de videos que invitaban a imaginar historias y sonidos pesados (con la mano de Butch Vig, yo sé).

Y estaba Dolores O'Riordan. Esa que el desprevenido confundía con Sinead O'Connor (sobre todo en la época de pelo rapado). La que cantó el lado menos jipi de esa tierra de la que venía Bono. La que era capaz de quejarse y dejar saber que estaba molesta. Muy. Tan. Verraca. Que algo no le gustaba. Que no no se iba mucho por lo agudo y tampoco por lo muy grave. Que te acompañaba al hacer las tareas y al parchar con los amigos. Que quien la escuchaba demostraba carácter sin dejar de escuchar canciones sobre desamor y sobre amor. Que tenía un pasito timorato cuando cantaba -tan europeo- y que igual no necesitaba más porque era pura melodía.

A Dolores también le tocó sufrir el 9/11 y dejar que el video de Analyze, que era el primer sencillo del Wake up and smell the coffee, se fuese castigado a un rincón hasta que la gente no se sintiese triste al ver un avión pasar sobre edificios. E igual, ese álbum era otra cosa, era otra emoción y por eso lo recuerdo como una presencia rara en mi walkman mientras iba en bus a mis primeras clases en la universidad. Y era raro porque, como se lo expliqué a Iván (sí, ese Iván, Ivancito) durante el viaje a Salento, Dolores cambió la inspiración en las composiciones al ser mamá. El tono y el estado de ánimo predominante cambió y el amor le salía de otra forma. Era una pasión diferente, una contentura bonita. El adjetivo en inglés sería mellow y era eso lo que no había en Bury the hatchet o Everybody else... Era la vida de Dolores plasmada en las canciones y eso era definitivamente algo muy personal. Era un privilegio recibir todo ese amor tan sencillo y tan poderoso.

Luego vino esa época rara a mediados de la década pasada, en la que Cranberries puso pausa y nos dejó a todos con lo que pudimos recibir. Ahora tengo en la cabeza Not my imagination, esa que en el conteo de MTV de 1999 quedó un puesto por debajo de No leaf clover de Metallica. Esa del CD con mariposas que salían volando, como los recuerdos de los viernes en la noche. Esa que justo hoy me dice que no fue mi imaginación y que Dolores, como las otras chicas llenas de poder y talento, estuvo ahí conmigo cuando pensaba en A., cuando escribía en los comienzos de este blog, cuando trataba de encontrarle la vuelta a este cuento de vivir.

Uno siempre se pregunta qué harán los héroes de la juventud cuando lleguen a la vejez. Vean no más lo que nos dejó Bowie antes de irse por allá lejos. Me quedé sin saber qué haría Dolores con sus parceros. Me quedé sin quien le provea más melodías al amor bonito y me tocó buscarlas por otro lado. Pienso en ese amor que transmitió desde la esperanza en la familia y sólo puedo pensar en que su familia ya no la tiene al lado. ¡Todo fue tan repentino!

Supongo que ya estamos lo suficientemente viejos para que los héroes se vayan a ese rincón oscuro que Saramago describió en Todos los nombres, ese donde dejan a los muertos. Yo sólo trato de ponerle luz y música, de no olvidar el camino a ellos para no necesitar un hilo atado al cinto para volver después de visitarlos.

¡Chau, Dolores!

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