septiembre 26, 2013

Walk away

El sábado pasado tuve la suerte de ir de afán camino a la casa de un amigo. Sábado, mediodía. Ese es normalmente un mal momento para ir de afán en Bogotá.
Tomé un taxi confiando en que este sábado no fuese como todos los demás y lograse llegar a donde iba en un tiempo razonable.

Me llevó en su taxi don Mario. Le pregunté por el tráfico antes de decirle a dónde íbamos. Una vez me dijo que no lo veía tan malo, le indiqué a qué parte del barrio Galerías necesitaba que me llevara.
Una vez pasamos el portal norte de TransMilenio, me comentó que en la mañana habían estado allí policías del ESMAD, atentos a cualquier manifestación o bloqueo. Al mediodía ya se habían ido, supondría uno que a vigilar algún otro lugar. Apenas le comenté lo que había visto esa mañana, las protestas y los abusos que habían grabado y publicado durante la semana varios campesinos, él comenzó a contarme la historia de su vida, sin más.

Me contó que era campesino, hijo de campesino. Cuando comenzó con su historia, no parecía tan interesante y simplemente lo dejé hablar mientras le preguntaba a alguien por el teléfono sobre lo que haríamos en la tarde. Fue más adelante que la historia se hizo peculiar y terminé guardando el teléfono.

Me compartió un recuerdo de su infancia, en el que acompañaba a su papá a llevar bultos de papa hasta Corabastos. Cómo debían buscar un camión alquilado porque para muchos esa es la única opción. Llegar allí y ver que eran unos pocos los que les ofrecían comprarles sus bultos de papa a un precio que para ellos, que no eran conocidos de los compradores, era malo al punto de no cubrir los gastos del cultivo y su cosecha. «Si no se la compro yo, no se la va a vender a nadie», le dijeron. Lo triste es que era cierto y su recuerdo termina con él sentado, viendo a su papá feriar la cosecha a la entrada de Corabastos, en medio del afán porque el dueño del camión alquilado le reclamaba con urgencia su paga.

De ahí pasó a la reflexión que lo llevó a cambiar su vida. «Pensar, pensar es importante. Me senté a pensar mientras veía al tipo con el fajo en la mano. Por qué él podía vestirse decentemente. Comerse un buen pedazo de gallina. Por qué él podía y nosotros teníamos que andar con unos harapos y una ruana, oliendo a chucha, sin poder comer bien».

«Porque como campesino acá, siempre se va a pérdida

Ahí decidió cambiar de quehacer y decirle «A mí no me pida más que vaya. Yo no le trabajo más ese campo». Cuenta que le decían «Se me rebeló» por no seguir el orden natural. Para el viejo, la siguiente cosecha sí daría plata y estarían mejor. Siempre era la siguiente. No se imaginaba nada diferente a «trabajar el campo». Para Mario, el campesino no sabe, no piensa tanto las cosas más allá de su quehacer. «Usted le habla de plata y no entiende porque sólo sabe de su campo».

Lo siguiente es que se fue de su casa, a trabajar en la ciudad. Llegó a trabajar lavando carros. «No era lo que yo quería pero sabía que si ahorraba, podía ponerme a hacer otra cosa luego». Tras un tiempo, dejó de trabajar ahí y se fue a un taller mecánico. Ahí vio que eso le gustaba más y pensó en seguir allí.

«Cuando tuve plata suficiente, me abrí de ahí, conseguí gente que quisiera trabajar y monté mi propio taller. Eso me ayudó a estar aún mejor. Con lo que me iba dando, ahorré y compré una casa en compañía con un hermano» (sic).

Una vez compró la casa, el taller le dio para comprar tres taxis. Consiguió personas que los sacasen todo el tiempo y con lo que daban los taxis y el taller, salió del negocio de la casa con su hermano comprando su parte de la casa para venderla toda y comprar otra casa más grande para él. «Más bonita, en conjunto cerrado».

Hace poco tiempo vendió dos de los taxis, consiguió dinero prestado (porque no le gusta deber dinero pero vio que era necesario esta vez) y construyó un edificio con varios apartamentos. «Conservo este taxi para salir a trabajar. No me gusta quedarme en la casa haciendo nada. Sé que la renta me va a dar la plata pa pagar lo que debo y para vivir pero no me gusta quedarme quieto.»

«Yo no tengo plata, sólo la administro, toda es del de arriba. Otra cosa es ayudarle a los que necesitan, porque eso le quita a uno las envidias y si uno no le ha quitado un peso a nadie, ¿por qué no usar eso pa ayudar?»

En eso llegamos a donde yo iba, pagué, me despedí, le di las gracias y me bajé. Cada quien verá un aspecto diferente de esta historia y podrá llegar a diferentes conclusiones. Pero la historia es una sola, indivisible.

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