junio 05, 2013

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Una de las esperanzas más profundamente arraigadas -y más frecuentemente traicionada- en el colectivo es la de las mejoras tecnológicas como fuente de objetos perdurables en el tiempo. Que los avances técnicos nos darían a todos cosas que podrían usarse por muchos, muchos años, a un costo mínimo.

En otras épocas, las grandes construcciones se hacían para perdurar y hacían uso de todo el conocimiento disponible. Al final eran las mismas piedras, sólo que se tallaban, cortaban y disponían de alguna forma peculiar. Además, eso de tallar, cortar y mover muchas piedras no era barato. Como mínimo, había que alimentar muchos esclavos.

Desde la Revolución Industrial, pareciese que cada avance y cada descubrimiento se ofrece como "el camino hacia una mejor calidad de vida, rodeados de un entorno saludable (¿aséptico?), tranquilo y feliz". Las máquinas de vapor, los trenes y viejos automóviles hechos en hierro, los fertilizantes sintetizados artificialmente, los polímeros para crear vasos y platos a prueba de golpes. La cultura Tupperware.

Es posiblemente esta última la expresión más reciente (con todo y que tiene ya cerca de cuarenta años) de esta inocente esperanza. Amas de casa reunidas alrededor de lo que la industria les ofrecía para hacer todo más limpio, fácil, saludable y bonito. Lo último que se supo es que estos productos fabricados con ciertos polímeros desprendían partículas carcinógenas.

La norma ISO, ese estándar del que muchos presumen y pocos entienden, define calidad como el grado en el que se encuentra una característica en un producto. Para muchos fabricantes y proveedores, la durabilidad no es una característica que deba considerarse revelante frente al atractivo visual o la utilidad inmediata como generador de una necesidad no existente previamente. Los consumidores jóvenes parecen haber abandonado esta esperanza y ya aceptan la necesidad de reemplazar sus cosas en uno, dos o tres años.

Entre los muchos criterios dispares que dividen generaciones hoy, se puede encontrar la tendencia a almacenar cosas pensando que servirán más adelante. Para alguna cosa, no sabemos qué (hasta que sea necesario), tendencia que cede espacio a los productos fabricados en masa y con costos laborales ínfimos, ofrecidos a precios muy bajos. Fáciles de reemplazar.

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